No muchos se dan cuenta que la razón por la cual contamos con tantos senadores y diputados se debe a la gran cantidad de provincias que poseemos.
Cuando los taínos la isla entera, incluyendo lo que hoy es Haití, estaba solo dividida en cinco cacicazgos y cuando la parte hispanoparlante devino independiente en 1844 nuestros padres de la patria determinaron que tendríamos siete provincias: Santo Domingo, Puerto Plata, Santiago, La Vega, El Seibo, Samaná y Azua.
Pero ya en 1907 las habíamos aumentado a doce y el dictador Rafael Trujillo, para poder contar en cada pueblo más o menos importante con una fortaleza, una gobernación, un Partido Dominicano y un servicio de inteligencia aumentó la cantidad de provincias en un 50% para subirle en seis para un total de dieciocho.
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Con el advenimiento de la democracia la atomización continuó y ahora tenemos treinta y una provincias, más tres distritos en la capital. En contraste, países con espacios territoriales parecidos al nuestro cuentan con mucho menos provincias: Costa Rica siete; Panamá nueve y Haití está dividido en diez departamentos. Nuestros empresarios para mercadear sus productos dividen al país en tan solo cinco o seis zonas y lo mismo hacen nuestros militares. Cuando realizamos encuestas lo dividimos en cinco zonas y, por suerte, hemos limitado la cantidad de equipos regionales de pelota a seis, no treinta y cuatro. Somos un país tan pequeño que desde los puntos geográficos más distantes, desde Punta Cana a Montecristi o desde Punta Cana a Pedernales esos recorridos toman menos de cinco horas en automóvil.
Reducir la cantidad de nuestros congresistas sería pues muy conveniente, y fortalecería y no debilitaría nuestra democracia. Además, con menos congresistas, alcaldes, regidores, ediles, etc. los gastos corrientes de nuestro presupuesto bajarían considerablemente. Cuando Joaquín Balaguer la mitad del presupuesto se iba en útiles inversiones públicas y esa proporción hoy no supera un 10% y eso que incluye obras financiadas con préstamos internacionales.
Por cierto, podría aprovecharse el “recorte” para eliminar nuestra participación en el Parlamento Centroamericano lo que ahorraría mucho dinero hoy malgastado. Cuando la gran crisis política centroamericana de hace cuarenta años con guerrillas y “contras”, el canciller norteamericano Henry Kissinger pidió a los europeos que ayudaran. Propusieron sus ideas basadas en la integración económica europea, pero cuando notaron que ya existía en Centroamérica un arancel común externo y libre comercio, tan solo se les ocurrió sugerir un Parlamento Centroamericano copiado del europeo ya de por sí muy cuestionado.
Con la situación en Nicaragua más, por qué no, también la de El Salvador, no es cierto que ese parlamento funciona. Se pensaba que serviría para otorgar inmunidad política a los ex presidentes de la región, pero precisamente donde más ex presidentes hay presos en Estados Unidos es en el caso de los centroamericanos.