El discurso autobiográfico construye el ser del hombre, como decir la presencia desafiante de lo humano. Esa otra naturaleza que hemos recibido con sus desafíos sociales, culturales y existenciales. Un hombre es el tiempo vivido. Pero no podemos acceder a él si no es a través de un relato que muestre sus improntas en la vida. El ser del hombre es el lenguaje. Estamos hechos de palabras. Paz define el hombre como un árbol de palabras en Estación violenta (1958). Antropológicamente somos un relato lingüístico. En él aparece el ser que es, el que no puede ser negado. El ser que quiere ser, el de la esperanza; además del ser como los otros quisieron que fuera; pero también el ser que es consciente del sí. Ese ser es sumamente importante porque se construye en el camino de los otros, de sus lejanos, como decía Nietzsche.
El ser es una construcción de la modernidad. El ser de la modernidad es un ser consciente. Un ser ético que impone sus tareas forzando su mundanidad a un plan, a un designio categórico. Parecido a ese ser de la militancia en la vida, como dijo Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo. El ser es tiempo y es mundo. Y todo eso lo es en el lenguaje y el discurso.
Cuando Manuel Matos Moquete, maestro del lenguaje e investigador del discurso, redacta su autobiografía desata todas las posibilidades del ser. Pero no del ser abstracto de la metafísica. Sino el ser social en lucha contra las ideologías de su tiempo. Donde hay historia, espacio, ideología, sueños utópicos y esperanza.
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Visto desde mi perspectiva, se conmueve el tiempo vivido, las lecturas heredadas, las huellas de la vida social compartida; los triunfos y caídas del proyecto de país que nos ha tocado vivir. Su generación nació en la sociedad de Trujillo. Sus lecturas fueron El hombre mediocre, de José Ingenieros, La madre de Gorki y tantos otros… como las obras de un marxismo leído muy a la dominicana. Los textos que proliferaron en las décadas de 1960 y 1970.
Pero Manuel Matos Moquete, que nació en Barahona desde cuya sureñidad define la dominicanidad como trozo de isla, no terminó el bachillerato en la escuela dominicana: realizó todos sus estudios fuera del país. Y eso le da otra perspectiva del mundo dominicano. Un mundo que le fue negado a su generación. Al regresar al país en la década de 1980, Matos Moquete, poeta y lingüista, se dedicó a la educación. A contar historias, tiene varias novelas. Pero también a escribir sus notas sobre la dominicanidad. Algunas las puede encontrar en el libro En la espiral de los tiempos (1999).
Su autobiografía intelectual consta se una serie de textos breves agrupados en doce bloques en los que el autor escribe sobre los libros, la lectura, el canon literario, el territorio, la exploración del yo, los escritores y los lectores, el tiempo, los aprendizajes y las semblanzas de los otros… Sus escritos tienen, en muchas ocasiones, las afirmaciones de instancias de la vida que sirven como argamasa para la construcción del vivir. Dice sobre los libros: “La biblioteca simboliza el ideal más completo del ser humano, devorador de sueños y realidades en busca de totalidad e infinito”.
Y agrega su nota personal: “En cuanto a mí, cada vez que me encuentro en mi biblioteca, cobijado por su frondosa arboleda, me transporto hacia el infinito con la sensación de eternidad, como el ser más feliz del universo” (14). Un yo que se hace presente en el territorio, el viaje, los puertos de salida o de llegada, destierros, transtierros, exilios e insilios, que muchas veces le hacen saber que son necesarios en el autobús de la vida dos asientos vacíos: el de la incertidumbre y el del azar. Al llegar al destino se busca un respiro para vivir.
Matos Moquete se declara maestro de sí mismo. Tuvo que aprender de su vida y de sus errores. Sin embargo, ante la esperanza o el fracaso, se proyecta como un ser feliz (25). Y se pregunta: “¿qué sabe nadie cómo se vive? ¿Cómo adivinar cuál camino seguir? Si apenas abrimos los ojos por la mañana ya se agolpan ante nuestra mirada, como bosque enmarañado, los problemas presurosos que nos esperan” (25).
Cuando revela su propio yo, se despoja de esos pruritos burgueses que confunden el “yo” con el individualismo o el narcisismo. Si no hay discurso sin sujeto, la separación del yo del discurso juega a la política del poder que consiste en olvidar el yo social, el yo como motor de cambio. Una subjetividad que, muy bien, se reduce a un «nosotros somos así”, al discurso de la crisis y a la repetición de los orígenes superficiales del desencanto. Lugares comunes de nuestra actualidad. Pero este no es su yo.
Matos Moquete está consciente de las trampas de las identidades. Y describe ante ellas un símbolo: su carácter laberíntico. Entonces hace varias afirmaciones. La educación y los patrones sociales. El sujeto va más allá del territorio; va del país, a lo nacional y a la raza. Pero llega a la idea de ser humano a secas: “nadie se reduce a ser solamente ser humano. Se es humano por el lenguaje, por el razonamiento y por los valores llamados humanos” (42). El ser humano es un esquema general que da lugar a múltiples realizaciones y posibilidades, no es de sí mismo una identidad. Más bien una anti-identidad, es una inconformidad”. Y concluye que el ser está atravesado por múltiples identidades.
De su discurso, sabe el sujeto social que se construye en la biblioteca, con los libros, con la vida como un libro abierto; en la compañía y en la soledad de los otros. Es un ser social, cultural, que se encuentra siempre al pie del cañón con “su dignidad y sus convicciones”. Un ser de la teoría, la reflexión y también de la práctica social y cultural. Y concluye: “yo soy un híbrido de muchas vidas, lugares y culturas” (53).
El ser social es un ser con los otros, que parte de sí, de su mirada en el espejo, para su reconocimiento, para proyectarse en los seres pasados y en los semejantes. Es también un ser que persiste, que lucha y se rebela. Pienso que es un ser muy moderno. Es el ser de la modernidad en cuanto a su conciencia de sí, a su visión de la vida como una lucha. Un ser cargado de sueños, pero capaz de negar las ideologías que limitan su vuelo. En su balance generacional, como alumno de sí mismo aprendió que “más de la mitad de las cosas que yo creía que eran, no lo son. Y que la vieja historia estaba hecha de muchas cáscaras y pocas nueces” (69).
Esta autobiografía intelectual de Manuel Matos Moquete es un texto que nos permite acceder, más allá de los actos de su vida, a una ética del vivir y una teoría de la acción de una generación que tensó la relación entre saber y poder. Y más que el poder, la insurgencia y la rebelión contra los rasgos de autoritarismo, siempre presentes en nuestra cultura social y política.