En el mundo de George Orwell, fiscalizar el pensamiento y cerrar toda manifestación de disenso sirvió de fundamento a los regímenes autoritarios. Desgraciadamente, los procesos de pluralidad política no eliminan las mentalidades con enorme vocación para agriarse frente a los que discrepan y actúan diferente. Inclusive, la formalidad democrática sirve de sombrilla a un club de intolerantes que allanan todas las vías en interés de restringir corrientes de pensamiento cuyo su “único” pecado consiste en sostener criterios adversos.
Lo que alimenta la cultura democrática reside en respetar al que piensa diferente. Por infortunio, la sociedad dominicana experimenta un invisible proceso de regresión respecto del libre juego de las ideas, porque si bien es cierto no se incurre en los métodos tradicionales, se allanan modalidades orientadas a reducir a disidentes de la verdad oficial, dándole categorías de desafectos y/o consignando vía la publicidad, los riesgos que generan los espacios televisivos y radiales, sin vocación por actuar como caja de resonancia del poder.
En la época de la posverdad existen los instrumentos para disimular la capacidad de manipulación clásica, aunque las redes habilitan opciones de acceder a la información, no es menos cierto que, en dicho escenario, los bots o cuentas falsas retratan la degradación de las fuentes que, en principio, tenían la capacidad de esquivar el monopolio de las noticias. Así, todos los gobiernos cometen el error de acreditar un ejército de sicarios mediáticos con el mandato esencial de reproducir la línea de opinión adherida al presupuesto nacional y actúan como militantes de la intolerancia, siempre dispuestos a reducir al terreno del insulto y la descalificación artera, todo juicio discrepante de la voluntad del amo de turno.
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El afán de funcionarios por llamar a dueños y ejecutivos de los medios de comunicación en interés de “aclarar” e “impedir” informaciones no se corresponde con una sociedad plural, que observa atónita la marcada tendencia de conseguir tangencialmente cobertura y favorabilidad en instancias radiales y televisivas, caracterizadas por recibir una abultada publicidad oficial. Es decir, nunca se transita el camino de la aclaración transparente sino la necesidad de encontrar en cajas de resonancia, los niveles de complicidad siempre dispuestos a convencer a la ciudadanía.
Un Gobierno que pretenda reducir los espacios de criticidad respetuosa no actúa conforme a los parámetros democráticos del siglo 21. Además, resulta desagradable incurrir en los modelos cooptación y alquiler de la opinión que tanto se criticaban en tiempos de oposición. No olviden la lección: las bocinas constituyen fuente de sospechas e incriminan a sus financiadores