El pasado del Caribe es el relato de sus flujos. Constituido como una frontera, desde el descubrimiento en 1492, la zona ardiente ha sido el punto en que se vectorizan distintas fuerzas, que se acercan y distancian entre flujos y máquinas que, con el recuerdo de lo que se repite y reinicia (Benítez Rojo, 2010), conforma distintos espacios en los que se despliegan las fuerzas que dieron acceso a la acumulación necesaria para la formación económica capitalista.
Tomaré ciertas representaciones que podrían ayudarnos a analizar y relatar lo leído. En la manera en que el lenguaje conforma en sujeto todo lo sustancial. Sean los nombres de la historia, las categorías de la economía, las nociones de la filosofía, como los tropos de la poesía…
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En su libro extraordinario, “Economía, circulación monetaria, población y real Audiencia en Santo Domingo en los siglos XVI, XVII y XVIII” (AGN, 2024), Amadeo Julián despliega una amplia y minuciosa lectura y análisis de los documentos históricos para armar una historia económica en las que son sujetos los objetos preciosos, el oro, la plata, el cobre, como medios de representación del valor de los caudales en del Santo Domingo colonial.
La obra está organizada en cuatro capítulos en los que se analiza: las remesas de oro, la emisión de monedas en el siglo XVI, la economía y la población en Santo Domingo en el siglo XVII, el comercio, la piratería, el contrabando y la acumulación de capital; la acumulación originaria y el situado en el siglo XVIII y la guerra de independencia de Estados Unidos, la circulación monetaria y la emisión del papel moneda… Desde ya aparecen unos personajes de nuestro pasado que llaman la atención.
El escenario es bueno para llamar al señor Oro, a la señora Encomienda, la prima Esclavitud, y tantos otros sujetos de la historia que, a guisa de categorías de la muy objetiva economía, parecen pasar por la subjetividad de los poetas y novelistas. Sin olvidar que también de teatristas como Cristóbal de Llerena. Porque la moneda en su abundancia o escasez creaba problemas en los sueldos de los empleados reales, en los diezmos de los curas, en las capellanías; en la venta de jelofes, en la compra de la harina o en la tela de Holanda o de Rouen. Es decir, que estos actores abren el escenario que va de la boca que demanda alimento al vestir en sociedad; de asistir bien vestido a misa, al señor que exporta o compra esclavos. En fin, que estamos hablando de la vida de los habitantes de la colonia, la primera de América.
En un principio todo es oro. La historia la narra Pedro Mir en Tres leyendas… Pero el historiador Amadeo Julián hurga en los archivos y nos da una idea más clara, más precisa. De la existencia del personaje trae la presencia de otro, pues detrás del oro vino la esclavitud, que sustituye a los indios, que “dijeron que se fueron”. Pero esa es otra historia. El rastro del oro que estaba bajo duras piedras, lo da aquí el historiador contando las carabelas, las naos y los galeones que llevaron a Europa las remesas del rey.
De 1503 a 1520, se enviaron 621 mil 147 pesos en remesas. Es decir, es el dinero que le tocó al rey como quinto real (a partir de 1525) el veinte por ciento. Frente a Cuba y Puerto Rico, La Española era la mina del rey español y alemán, que era Carlos V de Alemania y Primero de España. No vamos a entrar en cómo se fue creando una sociedad esclavista en torno a tanta riqueza. Ni de cómo los funcionarios españoles tenían cada uno al menos 200 esclavos para su servicio. El desarrollo de Santo Domingo como el primer plató de la esclavitud en América es interesante. Pero nos interesan ahora los flujos. El ir y venir de barcos cargados de materia preciosa, aunque muchos fueran a parar a los arrecifes o a caer en manos de piratas y corsarios.
Llama la atención que los años de mayor recolección de La Hacienda real se dieran próximos a las guerras a las que sometieron los indios: desde 1505 a 1512. El oro también llamó a su representante: La moneda para intercambiar y pagar. Ya lo dice un testigo, la llegada de la moneda sacaría a los habitantes de esta ínsula del salvajismo del trueque y lo pondría en la modernidad amonedada; (pobres eran, pues Marco Polo había visto tantos pueblos que tenían papel moneda en las tierras maravillosas que visitó mucho tiempo atrás. Era entonces el reino particular de Nicolás de Ovando y Ponce de León. De los escenarios de las guerras de Jaragua, Higüey y de la batalla de Yagüeca, en la isla de San Juan.
Entre las monedas el maravedís, el marco, el ducado, los cuartos, el real y el vellón, todos personajes que se dejan llevar de aquí a otro lado, de Sevilla a otras posesiones; monedas buenas, monedas malas que nadie quiere, “que ninguno se la queda”. Y, lo más importante, las cédulas reales y el Consejo de Indias del rey, quien decidirá el valor. Por lo que, entre quejas y deseos, necesidades comerciales y subidas de precios, aparece la acuñación de monedas en la Ciudad de Santo Domingo. Como tanto les gustaba a los conquistadores, espejeada en la Península. Como cuando Colón comparó el tiempo de estas tierras con “los aires de Andalucía en abril”.
De todas esas monedas, muchas pasan a un segundo plano. Tal vez en la medida en que la colonia se va volviendo más pobre. El negocio del oro trae nuevas relaciones económicas. Y al expresar la moneda el valor de esa economía, su estatus es muy fluido. No solo de la mano del que la gana y el que la gasta, del que cobra impuesto o del usurero que presta y en el futuro ya la moneda no representa lo que era cuando se metió en el negocio del «Tú me prestas y yo te pago”.
Amadeo Julián hace la historia del inicio de la acuñación de monedas en Santo Domingo, con la fundación de la primera Casa de La Moneda de América. Las prácticas económicas, el progreso y el declive se notan. Los efectos de una “política” monetaria dentro de las instituciones castellanas y las contradicciones que esta creó en las usanzas económicas del inicio de la colonia son interesantes. Por una parte, se ve el lado contestatario de los grupos sociales, frente a los perjuicios que ciertas prácticas de los valores monetarios que se establecían en la Península y la voz cada vez más autoritaria del rey que imponía su orden por encima de los intereses particulares (107-108).
Me pregunto si el contenido de la real orden, cédula del 16 de julio de 1595, en la que se impuso el pago en la moneda de vellón a todas las obligaciones que antes se hacían en oro y en plata, no significó el cambio de una representación en la que el mineral dejó de estar ligado al valor de la mercancía y en su lugar estaba la imposición del rey que dispuso exclusiones y penas a los que no cumplieran sus designios. Las contradicciones en el mundo colonial son interesantes porque nos ayudan a entender el presente. Y ahí radica en gran manera la importancia de una obra como la del historiador Amadeo Julián (continuará).