La prolongada crisis sociopolítica en que se ve envuelta la vecina República de Haití repercute directamente en el territorio dominicano. El sector sanitario de nuestro país es impactado directamente en lo referente a los indicadores de la mortalidad materno infantil. Las embarazadas, las parturientas y neonatos acarrean alta morbilidad debido a varios factores a considerar. Es común que una joven adolescente llegue a sala de parto sin los debidos chequeos prenatales de rigor.
No ha de sorprender su ingreso hospitalario con una anemia severa, hipertensión arterial y edema de las piernas. También es común verla convulsionar llenando así los criterios de una franca y peligrosa eclampsia. Bajo esas condiciones clínicas una operación cesárea requerida en esos casos conlleva un alto riesgo de muerte. Las hemorragias post alumbramiento y las infecciones son los ingredientes que amenazan con el deceso de la paciente. Los partos prematuros y el bajo peso al nacer ponen en peligro la salud de los recién nacidos propensos a desarrollar una sepsis neonatal.
Los hospitales del Sur dominicano y los ubicados en toda la zona fronteriza se ven abarrotados de pacientes embarazadas y de niños sin esquemas de vacunas completados, desnutridos e infestados con parásitos. Esos enfermos llegan por el Norte hasta Santiago y por el Sur a San Cristóbal y la ciudad de Santo Domingo. El Instituto Nacional de Patología recibe los cadáveres de madres y niños haitianos, lugar en donde se le realizan las autopsias de rigor. Los registros de causas de muerte coinciden con los valores estadísticos observados por la Organización Panamericana de la Salud.
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La pandemia del coronavirus ha obligado a reducir los presupuestos otrora destinados a los programas materno-infantiles. Nuestras maternidades se ven recargadas de mujeres y niños de origen haitiano.
Las huelgas de enfermeras y médicos haitianos junto a la inestabilidad política y el desorden institucional imperantes en la patria de Toussaint Louverture, contribuyen al aumento de la creciente migración irregular a territorio dominicano. Se trata de un mal crónico que se ha venido agudizando en las últimas décadas. En más de una ocasión me he referido a una carta que en 1942 enviara desde su exilio en Cuba, Juan Bosch a sus amigos intelectuales Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui y Ramón Marrero Aristy. En ella les decía: “No hay diferencias fundamentales entre el estado de miseria e ignorancia de un haitiano y el de un dominicano, si ambos se miden no por lo adquirido en bienes y conocimientos, sino por lo que les falta adquirir todavía para llamarse con justo título seres humanos satisfechos y orgullosos de serlo… Pero el porvenir ha de vernos un día abrazados, en medio de un mundo libre de opresores y de prejuicios… en el que todos estaremos luchando contra la miseria y la ignorancia de todos los hombres de la tierra”.
La pandemia, el dengue, la insalubridad, ni las muertes materno-infantiles se petrifican del otro lado del Masacre. Ameritan de acciones sanitarias coordinadas.