POR BINGENE ARMENTEROS
La Edad Dorada (1865-1905) en Estados Unidos fue la época cuando se crearon las mayores fortunas y surgió el estilo de vida de lujo. Esta nueva manera de vivir tenía dos cualidades: derroche de dinero y vivir cómodamente. La mayor parte del consumismo se concentraba en el mercado del arte y así como se crearon los grandes capitales también se formaron las colecciones más distinguidas de los Estados Unidos.
En este tiempo cuando comprar arte estaba en su auge, la mayoría de las colecciones fueron creadas por hombres, pero muchas mujeres sintiendo pasión por el arte también adquirían obras de alta calidad. Ellas también formaron grandes colecciones y ayudaron a constituir el mundo del arte estadounidense; de estas mujeres algunas son recordadas y otras son olvidadas. Catherine Lorillard Wolfe (1828-1887) una millonaria y coleccionista de arte del siglo XIX, casi nunca es mencionada en los estudios; sin embargo, Isabella Stewart Gardner (1840-1924), una excéntrica bohemia coleccionista de arte de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, dejó su marca en la historia del arte y en la historia de coleccionar arte. Este trabajo, en su primera parte se dedica a la Edad Dorada Estadounidense y luego nos referiremos a la colección de Catherine Lorillard Wolfe, y a continuación el Museo de Isabella Stewart Gardner.
Antes de estudiar a cada mujer y sus colecciones es importante comprender la sociedad y la cultura en donde ellas vivían que era La Edad Dorada. Esta fue una época en que Estados Unidos surgió de las cenizas de las Guerra Civil y se convirtió en la potencia industrial del mundo. En esta época hombres como William Henry Vanderbilt, John Pierpont Morgan, Henry Clay Frick, H.O. Havemayer, entre otros eran reconocidos por sus grandezas y sus fortunas. Financieramente cada individuo tenía poder pero querían algo más.
Querían convertirse en la aristocracia estadounidense imitando a la familia Medici del Renacimiento Italiano. Los Medici utilizaban sufortuna para adquirir obras importantes y donar las de valor histórico, creando así su estatus social. Arte ya no era una comodidad sino un símbolo de poder y riqueza que podía convertir a los Estados Unidos en una meca cultural igual que la europea.
Teniendo la necesidad de imitar las tendencias europeas y a la familia Medici los coleccionistas competían ferozmente entre ellos no sólo para comprar arte sino también para dejar su legado. Coleccionistas como Henry Clay Frick, William Henry Vanderbilt, Isabella Stewart Gardner, entre otros adquirían las obras más valiosas en el mercado, contrataban a los mejores arquitectos y les ofrecían trabajo a los mejores conocedores de arte; así aseguraban su legado e inmortalidad.
En esta época Francia era el mayor suplidor de arte en el mercado y los galeristas y marchantes como Durand-Ruel, Knoedler y Duveen entendieron que los norteamericanos eran aquellos con poder adquisitivo y por eso ellos comenzaron a mercadear su arte a este país. Estos marchantes por lo general tenían obras de Degas, Monet, Renoir y otros impresionistas y por ende llevando a los Estados Unidos un arte que en esa época se consideraba nuevo y diferente. Además mientras el mercado cambiaba en torno a los Impresionistas los coleccionistas empezaron a ver las obras como objetos con valor de inversión similar al valor ya obtenido en el mercado por los cuadros de los viejos maestros. Por ende muchos coleccionistas cambiaron el enfoque de su colección: cambiaron de arte Académico a arte más vanguardista pero nunca ignorando las obras de los viejos maestros.
Los coleccionistas eran tan competitivos que planeaban cómo mantener su legado hasta después de fallecer. Algunos dejaban sus colecciones a museos con especificaciones estrictas describiendo cómo exhibir las obras y hasta exigiendo construir espacios en los museos que llevaran sus nombres. Este fue el caso de Catherine Lorillard Wolfe. Este caso no es muy común ya que en la Edad Dorada por lo general la mayoría de los donantes de los museos eran los hombres y la participación de una mujer era limitada y mal vista. Otros coleccionistas como Frick e Isabella Stewart Garnder construían sus casas imitando los palazzos del Renacimiento y convirtiendo sus colecciones en una entidad única y pública.
Es importante notar que Catherine Lorillard Wolfe e Isabella Stewart Gardner son conocidas hoy en día porque ambas eran ricas. Por lo general en la década de 1870 las mujeres no podían participar en las actividades de los museos. Durante la Edad Dorada la norma era que una mujer se sacrificara y no era común ni apoyado que una mujer fuera independiente ni que participara en actividades que influenciaran la sociedad y la cultura. Incluso existía una ley llamada femme couverte que especificaba que una mujer casada no tenía control legal sobre la propiedad y los salarios Por ende, por falta de motivación, temor a las consecuencias y falta de recursos muchas de las mujeres se dedicaban al entorno domestico.
Era casi imposible que las mujeres tuvieran voz en el mundo del arte por esto es que las historias de Wolfe y Gardner son tan interesantes; sus colecciones son y fueron reconocidas por que ellas tenían un estilo de vida diferente al aceptado en su época y porque adquirieron colecciones con obras de arte de gran valor.
CATHERINE LORILLARD WOLFE
Catherine Lorillard Wolfe nació en la ciudad de Nueva York el 8 de marzo del 1828. La cuarta generación de norteamericanos que sirvieron fielmente al ejército estadounidense en el 1816 incluyó a sus abuelos que empezaron a acumular gran capital. El padre de Wolfe, John David Wolfe, adquirió su fortuna cuando era joven y al retirarse dedicó el resto de su vida y fortuna a eventos benéficos y filantrópicos especialmente en la ciudad de Nueva York. Al morir le dejó a su única heredera, Catherine Lorillard Wolfe, millones de dólares y propiedades. Wolfe se convirtió en una de las solteras más ricas de los Estados Unidos.
Siguiendo los pasos de su padre participó en varios eventos filantrópicos. Estudiaba las fundaciones y las organizaciones en donde iba a donar su fortuna; se dedicó a ayudar a aquellas organizaciones que trataban con los pobres y poco afortunados. Cuando murió en el 1887 había donado más de cuatro millones de dólares a diferentes organizaciones de obras de caridad y museos.
Wolfe, muchas veces compraba obras bajo los consejos de su primo John Wolfe, considerado en esa época como uno de los mejores conocedores de arte del país. A pesar de que ella escuchaba los consejos de su primo, ella había participado en el mundo del arte desde los dieciocho años y tenía los ojos de conocedora.
En 1863 Wolfe adquirió cuatro obras en subastas. En 1870 ella comenzó a visitar las galerías en la ciudad de Nueva York pero no fue hasta 1872 con la muerte de su padre que se convirtió en una coleccionista. En esta época ella compraba obras directamente de los estudios de los artistas y también las comisionaba con los temas de su agrado.
Wolfe tenía su colección en su casa de la Avenida Madison pero en 1880 con el crecimiento de su colección ella llevó parte a su casa de verano en Newport. Contrató a una de las firmas de diseño interior más reconocidas, Morris & Co.
La colección de Wolfe seguía las tendencias de la época representando varias escuelas y nacionalidades. Cuando murió tenía 120 óleos y 22 acuarelas por los artistas más reconocidos: Theodore Rousseau, Jean-Léon Gérôme, André Breton, Rosa Bohneur, John Mallored Turner y Eugène Delacroix. Su colección también incluía un retrato de ella pintado por el celebrado pintor del Salón francés, Alexander Cabanel.
Su retrato, como la gran mayoría del arte de su propiedad fue donada al Museo de Arte Metropolitano en Manhattan. Wolfe fue la primera mujer donante de esta institución y en su época tuvo gran reconocimiento por sus donaciones. En 1887 cuando falleció, su colección era tan reconocida que fue la que impulsó al Museo de Arte Metropolitano a su fama. El General de Cesnola, el director del museo en esa época, dijo para una entrevista del New York Times: La colección se conocerá como la Colección de Catherine Lorillard Wolfe y será exhibida en un ala aparte.