Voy a analizar algunas cartas de un grupo de mujeres dominicanas que vivieron en los siglos XIX y XX y por qué estuvieron tan atormentadas y mostraron un pesimismo amargo, aun con la lucidez, la inteligencia natural, la visión estratégica en muchas y sobre todo el dominio de la escritura en casi todas ellas, algo poco común para aquella época de grandes dificultades (educación limitadísima, acceso vedado a los cargos públicos, excepto el de maestra, sexualidad controlada, confinamiento en el hogar, guerras montoneras y crisis económica perennes).
Este dominio de la escritura deja mucho que desear, por no decir que está ausente hoy día en las intelectuales que surgieron después de la muerte de Trujillo.
Apoyándome en el libro de Bernardo Vega, titulado “Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña” (SD: Academia Dominicana de la Historia y AGN, 2015), estudiaré solamente la correspondencia dirigida a PHU y su respectiva respuesta a este grupo de mujeres angustiadas, con visión pesimista de sí mismas y del país y con una voluntad a veces terca de un discurso de deseo de cambio sujeto casi siempre al mejoramiento de la sociedad a través de la educación, quizá relente del positivismo hostosiano.
Del libro digo, por las erratas y los errores que contiene, que fue editado con mucha prisa, consejera del descuido, quizá para conmemorar alguna efeméride. En el curso del trabajo aclararé más los errores que las erratas, pero adelanto que la obra es una gran contribución documental para el estudio literario, político, feminista, histórico, familiar, de costumbres éticas y morales, de la sociedad dominicana y de PHU.
Analizaré, sin orden cronológico de las cartas de las siguientes mujeres: Ramona (alias
Mon) a PHU, su tía al ser hermana de Salomé Ureña; Mercedes Mota, muy ligada a la familia Henríquez Ureña, al igual que su hermana Antera, por la mediación de José Dubeau y Emilio Prud’homme; Clementina y Leonor [María] Feltz, esta última, discípula de Salomé Ureña; Camila Henríquez Ureña, hermana de PHU; Amalia Lauranzón, a quien erróneamente el editor da como esposa de Francisco Henríquez y Carvajal, cuando en realidad era hermana de Natividad (Tivicita), la verdadera esposa de Don Pancho, a pesar de que Vega debió leer y releer el árbol genealógico de la familia Henríquez-Lauranzón donde consta la verdad monda y lironda (p. 49) y Ana Georgina Torres, puertorriqueña avecindada en Santo Domingo posiblemente desde 1931, profesora del Colegio Quisqueya; Clotilde Henríquez y Carvajal, tía de PHU; María de Armas, esposa de Francisco Henríquez Ureña (Franc), el mayor de la familia Henríquez Ureña; Jesusa Alfau Galván, novelista y pintora, emparentada con PHU, esposa de Antonio F. Solalinde, a quienes nuestro humanista encontró en España y, desde Santiago de los Caballeros, en 1934, Carmela Grullón de Cazeaux, al parecer conocida de Salomé Ureña, quien solicita a PHU hacerle propaganda a su hijo Eduardo Caso (su nombre artístico de cantante lírico).
Aunque la primera carta que figura en el libro del editor es de Mon a su sobrino PHU, prefiero comenzar por el intercambio epistolar entre Mercedes Mota y PHU, bastante extenso, lo que quizá se deba a que circula entre ellos una corriente inefable y cómplice, de corte romántico, además de la nostalgia de los días que PHU y Max pasaron junto a su madre en Puerto Plata en la residencia de José Dubeau, donde, sin duda, conocieron a Antera y Mercedes Mota, la primera directora de un colegio de niñas y la segunda, ayudante y maestra, como se decía antaño orgullosamente. Aunque ellas no fueron discípulas de Salomé, sino de Demetria Betances, hermana del prócer boricua Emeterio Betances, esos lazos intelectuales y educativos pasaron a través de Dubeau, Proud’homme y muchos de los que figuran en las actas de nacimiento, matrimonio y defunción de Antera.
Una prueba inconcusa de lo expresado anteriormente es el hecho de que cuando se publicaron en un pequeño volumen los escritos de Mercedes Mota aparecidos desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, quien hizo el prólogo fue nada más y nada menos que Max Henríquez Ureña (SD: Del Caribe, 1962, 155pp.). Escribe solamente encomios don Max, de su favorecida: «Nació Mercedes Mota en San Francisco de Macorís el 2 de agosto de 1880. Un poco mayor que ella, pues había nacido tres años antes, [en 1896, DC], era su hermana Antera, a la cual se sentía ligada no sólo por los vínculos de la sangre, sino además por idénticas aficiones intelectuales». (op. cit., p. 9).
Datos totalmente exactos, pues tengo ante mis ojos actas de nacimiento, matrimonio y defunción de Antera, gracias a la amabilidad de Edwin Espinal Hernández, fino genealogista a quien acudí en busca de documentación diferente a la aportada por don Max. Del mismo modo que acudí a las vastas vivencias del escritor y amigo Manolito Mora Serrano, pero como se verá más adelante, cuando le pregunté por el nombre del padre, me contestó simplemente: “Eso es un secreto”, engullido por el tiempo y el olvido de varias generaciones y por el hecho de que las hermanas Mota se trasladaron muy pequeñas a Puerto Plata, donde desarrollaron su vida y obra.
Me confirmó Manolito, también francomacorisano por haber nacido en Pimentel, lo que afirma don Max en el prólogo citado: que el padre de las Mota “era asiático”, pero el prolífico escritor no va más allá de ese dato. Y Manolito dijo más: que el padre de las Mota había sido un chino (tal vez de Macao) que había venido a trabajar en la construcción del ferrocarril comenzado en el gobierno de Ulises Heureaux y, a no dudarlo, tuvo un lance con doña Socorro Mota y se desvaneció por donde mismo vino o se fusionó con la sangre de otras dominicanas, tal como lo hicieron muchos de esos chinos que fueron a parar casi todos a Santiago de los Caballeros y campos aledaños, y cuyos apellidos son fácilmente identificables tanto por Edwin Espinal como por Mora Serrano. Pero nada podemos decir del destino del padre de las Mota.
Solo resta seguir el efecto de la prosa pulcra de don Max: «Esas dos hermanas de esclarecida inteligencia eran hijas de madre criolla y padre de origen asiático. De su ciudad natal se trasladaron, todavía niñas, a Puerto Plata, donde recibieron las enseñanzas de la educadora puertorriqueña Demetria Betances, hermana del prócer Ramón Emeterio Betances, que fue incansable defensor de la idea de la independencia de Puerto Rico». (Ibíd.)
Y aquí deja don Max el encomio de Antera y pasa, como es de rigor, a ocuparse de Mercedes, su objeto de atención: «Espíritu selecto y superior era el de Mercedes Mota, cuya personalidad sugestiva y atrayente está ligada a los más gratos recuerdos de mi infancia. Apenas contaba ella dieciséis años cuando la conocí [en 1896, DC], y ya había sido habilitada como maestra de primera enseñanza en el colegio que regenteaba su hermana Antera, que a temprana edad unió su destino al de un joven que le profesaba profunda admiración, Rufo Reyes. Antera era una maestra de mérito excepcional: por eso más de un plantel de enseñanza lleva hoy su nombre, que es timbre de honor en el magisterio dominicano». (Ibíd.)