La prueba de esta sensibilidad de MM es la carta que le envía a PHU el 14 de mayo de 1904: «A veces pienso que tú has nacido para más altos destinos; pero por acá, en estos países hispano-americanos, es una locura el pensar que se puede vivir de las letras. Y hay que resignarse a ser víctima del medio i las circunstancias.» (BVega. “Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña”. SD: AGN-ADH, 2015, 148).
A esta predicción debe haber contribuido el poema “Mi Pedro”, de Salomé Ureña: «Trata siempre de que tu trabajo no cause descontento, sin desmayar en el exacto cumplimiento del deber.» (BVega, 147).
MM amplía e invalida versiones contrarias a su pensar:«…dime quién ha podido ser el que hasta ustedes llevaran informaciones que hasta cierto punto son completamente torpes i calumniosas…! ¿Crees tú, Pedro, que nosotras somos políticas? Aunque Rufo forme parte del Gobierno actual [el de Morales Languasco, del cual fue Ministro interino, DC], eso no nos obliga a ello. De ningún modo. Yo, lo mismo que Antera, sólo tenemos amigos tratándose de política, i de ahí el que nunca censuremos ni admitamos censuras injustas i por tanto indebidas, hechas a personas que merecen por muchos conceptos, consideración y respeto.» (BVega, 148).
¿Puede calificarse de oportunismo este pensar de MM y Antera? No. Así pensaba Salomé Ureña. Hay un sentido de ética política en esta posición y creo que puede resumirse en la ética política de los poemas de Salomé: el patriotismo por encima de las banderías, pero también una crítica tenaz a las revoluciones montoneras y una aspiración suprema: la creación de un verdadero Estado institucionalizado. Esa era la utopía de los Henríquez-Ureña y el círculo de amigos liberales que concurrían en la Capital al hogar de Francisco y Salomé.
Este pensar de MM se concreta en el fragmento siguiente: «…no nos fijamos en partidos, ni en la situación (ya sea adversa o favorable políticamente) en que se encuentren. Conforme a nuestro modo de pensar, es imposible pues, que incurramos en las vulgaridades en que la mayoría incurre. ¡Eso no puede ser! Sí queremos para la República la mayor suma de bien i de prosperidad posible, importándonos mui poco quien sea el elejido para llevar la salvación o la mejora del país. Así piensas tú, i así piensan seguramente todas las personas verdaderamente sensatas (…) Hai que ser razonable, i no dejarse cegar por la pasión. La guerra civil debe terminar en la República porque así lo exije el patriotismo.» (BVega, 148).
Esta es la posición política que yo hubiese asumido si me hubiese tocado vivir en el contexto descrito por MM y hubiese laborado activamente, junto a Américo Lugo, por la construcción de un Estado nacional verdadero, como lo hago hoy, y no por un Estado clientelista y patrimonialista como el existente desde 1844. Pero cuesta esfuerzo pensar la época histórica de MM y el círculo de los Henríquez Ureña, Hostos, Espaillat, Luperón, Bonó, con los conceptos de hoy. Hay que saber meterse en el zapato del siglo XIX y principio del XX hasta la primera intervención americana de 1916.
MM supo deslindar el campo de un intelectual gramsciano, como lo fueron ella y su hermana Antera Mota, dedicadas a la misión de ser luz para las generaciones futuras, al tiempo que esa misma luz se apagaba en un ambiente gobernado por el autoritarismo político, los prejuicios sociales, la hipocresía y los tabúes morales; vicios acompañados por la corrupción, único modo de acumulación de riquezas en aquella aldea de exigua población dirigida por caudillos y caciques toscos y sanguinarios. MM encuentra energía en aquel joven que simbolizaba para ella, consciente e inconscientemente, el legado de Salomé Ureña y el círculo de liberales que maridaron la política con la literatura y el arte para el mayor bien de la república utópica y laica. Por eso ella le dice a PHU en carta fechada en Nueva York el 14 de agosto de 1904, su segundo viaje a Estados Unidos, esta vez en compañía de Antera: «A cada salida te tengo presente, i a veces pienso que tú me acompañas, como en otros días.» (BVega, 149).
PHU le describe, en carta del 6 de abril de 1905, el ambiente asfixiante de Cuba: «La vida en La Habana, para quien no se pague de frívolo, resulta algo monótona (…) A mí me está resultando interminable, aquí se sacrifica lo intelectual; es decir, no se sacrifica, “se pone al servicio” de lo comercial; las Revistas se llenan de elogios, de anuncios, de fotografías (…) Aquí no se leen versos: sólo se publican cortos, y nadie escribe artículos sino de actualidad.» (BVega, 158).
¡Qué panorama tan deprimente para la agudeza e inteligencia de un joven que ya parece un intelectual completamente maduro! Al leer estas palabras de PHU, uno entiende la resaca contrarrevolucionaria que siguió al esfuerzo titánico de Máximo Gómez y sus mambises. El becerro de oro se desató en toda Cuba. Martí se lo pronosticó a Máximo Gómez: la ingratitud de los hombres.
Y pensar que la queja de PHU es el pan comido en la América Latina, a más de un siglo de distancia, con el triunfo de la frivolidad y la cultura “light” y, particularmente en nuestro país, el caso es más dramático que en la época de PHU y MM, pues al menos queda el consuelo de que Espaillat, Luperón, Rodríguez Objío, Salomé, Federico, Francisco y sus hijos Pedro, Max, Camila y Franz, los hermanos Maximiliano, Eliseo y Arturo Grullón, Prud’homme, Bonó, Hostos, las seis primeras maestras normales, los Deligne, y una cantera de intelectuales de peso medio leían, escribían y pensaban mejor que hoy. Ahí están sus obras como testigos mudos en las bibliotecas públicas.
Y a esta queja habanera de PHU que pronostica su próxima salida de Cuba hacia México, MM le respondió el 14 de abril de 1905, cosa rara, con una alta dosis de optimismo:«…soi desde hace mes i medio Directora de una escuela de varones (…) El trabajo es rudo, pero fructífero. Ya sabes lo que es domar a “fieras” por medio de la palabra. No me quejo, antes al contrario, me siento contenta i satisfecha. Trabajan conmigo dos maestras de la escuela de Antera. Los enemigos de las innovaciones i del progreso, han gritado i calumniado; pero eso no me aterra. Conozco ya todas esas cosas. ¡¡Armando Rodríguez Nutoria [errata del copista, es Victoria, DC] nos ha obsequiado con el título de machos!! ¡Qué tal! Todas las maestras somos eso, i nada más…» (BVega, 159). Este Rodríguez Victoria fue periodista cáustico y mordaz, y luego abogado temido, según el perfil que de él traza su hijo Sebastián Rodríguez Lora en su Estampas de mi pueblo. (SD: Alfa y Omega, 1992 (1983, 1988), pp.197-101).