Analizaré las “reminiscencias” seleccionadas por el inconsciente de Mercedes Mota, quien se tallará una biografía heroica de sus progenitores deudora de las leyes de la novela familiar que a la realidad brutal, traumática y vergonzosa que modela siempre a los niños abandonados.
Trataré de desbrozar el “tabú” del padre asiático y los remanentes de unos ancestros heroicos de la madre y cómo, de La Vega, Socorro Mota, o de la Mota, si juzgamos por el pasado aristocrático de sus padres. La autobiografía de Mercedes Mota es, en varios aspectos, deudora de la sicogenealogía.
Bernardo Vega, en el libro sobre los treinta intelectuales que se cartearon con PHU afirma, en la nota de la página 63, que el padre de Antera y Mercedes se llamó Francisco Sam, chino (o culí) traído al país por Gregorio Rivas, hombre emprendedor muy ligado al fomento de la zona acuífera del Yuna y muy alabado por Hostos en Páginas dominicanas.
Vega no da la fuente de dónde sacó el dato, aunque a una pregunta del suscrito, contestó que le había sido suministrada por Ilonka Nacidit-Perdomo. Cuando le pregunté sobre la afirmación de Vega, para contrastar la información, esta lo negó. Razón para que hasta que se pruebe lo contrario, este Francisco Sam no puede ser tenido como dato cierto.
Todavía en los años sesenta del siglo XX Mercedes Mota conserva los mismos rasgos del romanticismo del XIX. Al explicar a su antigua discípula Marina Coiscou la escritura de esas breves reminiscencias, afirma: «En estos días, [de noviembre, DC] en horas de gran silencio y honda melancolía… » Vida y pensamiento, ya citado, p. 13). Plasmar en palabras no es tarea difícil para la escritora, dice: «Pero ingrata sí». (Ibíd.).
Ingrata, a causa de los recuerdos dolorosos de niña abandonada por el padre, de quien, al parecer, jamás dirá el nombre. La autora descubre un poco del velo que rodea su vida familiar y la de su hermana Antera y le pregunta a su discípula: « ¿Conoce Ud. el Quita Espuela, Marina? Al pie de esa montaña, en pobre caserío dormido –despierto ya a las clarinadas del progreso? mi madre, a punto de morir, me trajo a la vida. A la vida vine con temores y más que temores: con pobreza y muchas lágrimas. Esa herencia, antinomia fue de la real y positiva que, legalmente, debió pertenecer a ella». (op. cit., p. 14).
Y partir de esta afirmación del lugar de nacimiento y condición social y económica suya, comienza a tejerse quizá la novela familiar, que puede tener rasgos verdaderos, “puede ser, no lo niego”, como dijo el poeta Mieses Burgos, pero mientras tanto sígase el hilo de la narración: «Hija [su madre] de gente acaudalada, de sangre española, fueron sus padres los esposos Ramón de la Mota y Teodora Irarte (o Hidalgo), propietarios de extensos predios en la Provincia de La Vega. Emparentada estaba con Domingo de la Mota, Deán de la Catedral de Santo Domingo y con Marino de la Mota, modelo de respetabilidad dentro de la comunidad vegana (…) Primos suyos eran. Sus nombres los oí mencionar a menudo, desde que tuve uso de razón… » (Ibíd.).
Ahora viene la saga del padre, quien casi siempre en las novelas familiares está rodeado de un misterio y cuyo origen se remonta a grandes personajes de la historia, como reyes, príncipes o héroes legendarios: «De un país muy lejano era mi padre. Y nada sé que pueda arrojar luz sobre mi ancestro paterno, a no ser los datos suministrados por boca de mi propio progenitor: Hijo de gente que ejercía la profesión del comercio en una importante ciudad marítima. Víctima de rapto por un buque pirata en ocasión de estar bañándose en el mar, custodiado por sirvientes, viniendo a parar en tierna edad, a playas americanas. En tierra dominicana se dedicó al comercio, y en ese ramo de actividad prosperó con gran éxito. Luego, infortunios y fracasos». (Ibíd.).
La autora se duele de que incluso su familia no le cree esa historia de su padre: «En mí hablaba la voz de la ancianidad prematura, de la miseria, del infortunio, del dolor. De ese infortunio, de ese dolor hondo, muy hondo, que a través de los años lacera aún mi mente, afligiendo al corazón (…) Los míos no me creen. Dicen que esas cosas tan remotas, participan de exageración (…) Jamás he sido capaz de inventar ni exagerar. Al contrario, creo que lo mejor es omitir o callar (…) Porque, ¿para qué abrumar el alma con más penas, cuando enferma o muy fatigada está? (op. cit., p. 18)».
En conversación sobre el tema con el historiador Orlando en el local de su librería, me dijo que está estudiando la migración china en el país y que poseía el dato del verdadero nombre del padre de las Mota. Le solicité que me lo facilitara para incluirlo en este artículo y he aquí el dato acerca del padre de Antera y Mercedes Mota, dato que será publicado por el reconocido historiador en la revista “Global” órgano de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE), en el otoño de 2016 con el título “Cien años de migración china: 1861-1961”: «Antera y Mercedes Mota, dos destacadas educadoras dominicanas, eran hijas del chino José Socorro, uno de los diez inmigrantes chinos llegados a San Francisco de Macorís después de la Restauración y de una dominicana de La Vega. Según testimonio que recoge Agustín Concepción de parte de un hijo de Gregorio Riva, este último contrató al chino Socorro para trabajar en una fábrica de ladrillos y cal en La Vega. Allí conoció a María de la Mota con la que tuvo dos hijas».i
Como se deduce de esta nota al calce, hay dos fuentes escritas sobre el padre de las hermanas Mota, pero ahora la tarea del investigador es hallar las pruebas documentales oficiales (Migración, etc.) de la llegada del chino José Socorro y los otros 9 compañeros de esa nacionalidad que se radicaron en San Francisco de Macorís.
Otto Rank, en “El mito y el nacimiento del héroe”, explica que la mayoría de los mitos y leyendas de grandes personajes están asociados con el agua (babilonios, asirios, hindúes, egipcios, hebreos (Moisés), europeos (Lohengrin) y, modernamente, están presentes como novelas familiares en los orígenes de infantes abandonados, como Tintín y el capitán Haddock o el de su creador Hergé.
El inconsciente de la niña no es ajeno al drama de Sófocles: «Al proseguir dicho relato, no puedo menos que ver en sus orígenes un escenario que participa del elemento trágico, decorado con cuadros de tintes fuertes y sombríos. Tragedia fue la vida de mi padre. Tragedia, la vida de mi madre». (op. cit., p. 15).