Los historiadores literarios dominicanos tienen por delante la tarea de establecer los datos biográficos exactos de Mercedes Mota y enfrentarse con los siguientes enigmas: su fecha de nacimiento, la identidad de su padre, por qué llevan ella y Antera el apellido Mota, en vez de De la Mota, por qué se fue en 1919 a Nueva York con sus sobrinos (un varón y dos hembras) luego de la muerte de su hermana Antera en 1916, y cómo obtuvo la visa de residente y de cuáles medios disponía para el mantenimiento de boca de cuatro personas, ella incluida, y su famoso viaje a Europa del cual habla tan favorablemente en sus “reminiscencias”.
Vimos en las entregas anteriores, basados en afirmaciones de Sergio Riva, hijo de Gregorio Riva, de Eugenio Cruz Almánzar, de J. Agustín Concepción, de Orlando Inoa y de la propia Mercedes Mota, que su padre y el de Antera fue un asiático, un chino culí traído mediante contrato desde Cuba para trabajar en las obras emprendidas por Gregorio Riva en la cuenca del Yuna, en Moca y La Vega.
Pese a estas afirmaciones, no disponemos todavía de un documento oficial o privado de la entrada al país de José Socorro, el supuesto padre de las hermanas Mota, como del resto de los chinos que vinieron juntos desde Cuba después de la Restauración, no obstante la contundencia con que Cruz Almánzar, en su libro “San Francisco de Macorís íntimo”, aporta los nombres y descendencia familiar de los demás chinos que se aposentaron en aquella provincia y sus demarcaciones.
Un dato no recogido por los historiadores familiares dominicanos, provinciales puertoplateños o cibaeños es el de Rufo Reyes, esposo de Antera, quien en los “Documentos del gobierno de Carlos F. Morales Languasco. 1903-1906”. (SD: Archivo General de la Nación, 2015) recopilados por A. R. Hernández Figueroa, figura como general y, miembro activo del círculo íntimo del líder de los horacistas y jimenistas que se unieron para dar al traste con el gobierno lilisista de Woss y Gil.
El general Reyes fue nombrado encargado interino del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, en espera de la llegada de Enrique Jimenes, titular de dicha cartera.
El cuñado de Mercedes Mota fue un personaje de vara alta en Puerto Plata, gracias a su amistad con el presidente Morales Languasco (1868-1914), pero hasta ahora le teníamos únicamente como agricultor o propietario, pues con tal profesión figura en las actas de matrimonio y defunción de su esposa Antera Mota. Del presidente Morales, su compueblano Rufino Martínez traza un amplio perfil en su Diccionario histórico-biográfico dominicano (SD: De Colores, 1997).
Esta conexión con personaje tan importante quizá explique el viaje de Mercedes Mota a París y el resto de los países que visitó mientras Morales Languasco ejerció como Encargado de la Legación dominicana en París, donde murió en 1914, razón por la que la escritora decidió regresar al país, pues sin los medios económicos de su protector no podía mantenerse en una ciudad tan costosa. Quizá esta influencia del general Reyes explique el visado de Mercedes Mota y sus sobrinos a los Estados Unidos. Pero estas suposiciones necesitan una documentación escrita para ser creíbles. Véanse las cartas que el mandatario le dirige al general Reyes y el decreto de Morales designándole en el cargo interino (libro citado, pp. 42-43, 142, 296 y 319).
Valedores tampoco le faltaron a Mercedes Mota mientras vivió. Américo Lugo, por ejemplo, en su artículo “Emilio Prud’homme”: «Persuadí a Don Washington Lithgow a que como presidente del Ilustre Ayuntamiento hiciese nombrar a la señorita Antera Mota y su hermana menor, la señorita Mercedes, directora y subdirectora, respectivamente, del Colegio de Niñas». En Obras escogidas, t. 2. SD: Corripio, 1993, p. 424).
Un puertoplateño que conoció todos los recovecos de su ciudad, Sebastián Rodríguez Lora, concluyó en que la vida de la profesora fue un misterio: «Mercedes Mota es historia y es leyenda. La historia que recuerdo de ella termina cuando uno empieza a contarla. La cubre mucho aluvión de tiempo y de olvido. Parece escrita con tinta de niebla». (En Estampas de mi pueblo. SD: Alfa & Omega, 3ª ed. 1992, p. 349. 1ª ed. 1983, 2ª ed.1988).
Más misterio es todavía el nombre del padre de las Mota: «La leyenda es la de su padre, el chinito Francisco Sam, que no sabemos de dónde vino y cómo se llamaba en verdad, del cual no sabemos nada, salvo que existía sin mirar y trabajaba incansablemente allá por el Callejón del Tapado, en mi pueblo. ¿Qué haría el chinito Sam para ganarse la vida?» (Ibíd., p. 350). El autor no ofrece la fuente de dónde sacó el nombre del supuesto padre de las Mota. Es el mismo nombre que suministra Bernardo Vega, sin prueba. Cuando se escribe historia, cada afirmación debe tener su prueba oral o escrita irrefutable o, si no, varias pruebas cruzadas.
Las Mota fueron veneradas y respetadas, pero un historiador de quien no se sospecha prejuicio o resentimiento contra nadie como Rufino Martínez, según su autobiografía, no tuvo opinión favorable de Mercedes: «A una profesora que se permitía en la selección de alumnas para su escuela, una perjudicial discriminación, no atreviéndose padres o guardianes a protestar o a denunciar ese hecho, en razón de tratarse de una persona poderosa, amparada por las superiores autoridades provinciales, le hice una censura, sin señalar su nombre, en un artículo titulado: “Nobleza de mala ley”. La causa fue que habiéndole recomendado personalmente una niña medio emparentada conmigo cuando ella se le presentó, le escudriñó el linaje y también tomó en cuenta el color de la piel, y terminó por expresarle: ‘Dígale al señor Martínez que ya se completó la inscripción, y no hay puesto para usted’». (Páginas de mi vida. SD: Cultural Dominicana, 1975, p. 50).
Continúa el autor, cuya firmeza de carácter es bien conocida, narrando su caso: «Resultó que puse el dedo en la llaga, y el número incontable de familias perjudicadas halló la oportunidad de revelar y comentar públicamente su caso. El poderío de la profesora no dejó de afectarme en forma de sanción como adscrito al servicio de instrucción pública. El Inspector de Instrucción Pública, un zorro envejecido en el oficio de abogado, casi tronó como un Júpiter tonante, convocó al Consejo Provincial de Educación, y el cuerpo decidió, sin citarme ni oírme en mi defensa, suspenderme por quince días y recibir medio sueldo. Se comentó públicamente esa arbitrariedad o injusticia, y por iniciativa del miembro del Consejo Pepito Puig, se decidió citarme y oírme en sesión. Comparecí y dije todo lo ocurrido, y como decisión final me comunicaron luego por escrito, que la pena consistía en una reprensión. Ya la pena arbitraria había surtido todo su efecto». (Ibíd.).
A juzgar por el destino de Mercedes Mota, aludida por Rufino sin citar su nombre, el artículo de prensa causó en ella un efecto devastador: «El mal del discrimen en la principal escuela de hembras desapareció, y la profesora, en señal de protesta o de soberbia, pidió su jubilación, se retiró del magisterio, donde ya tenía ganada una extensa hoja de servicio, y luego de vender su buena morada, se retiró definitivamente del país, jurando odio eterno a mi humanidad. Falta consignar que su cuna era humildísima, y su raza clasificada entre las de color». (Ibíd., pp.150-151).