Mujeres dominicanas atormentadas Mercedes Mota Correspondencia con Pedro Henríquez Ureña 8

Mujeres dominicanas atormentadas Mercedes Mota Correspondencia con Pedro Henríquez Ureña   8

En la carta del 19 de noviembre de 1901 de Mercedes Mota (MM) a Pedro Henríquez Ureña (PHU), desde Puerto Plata, existen dos referencias que debo aclarar. La primera, donde MM le refiere a PHU que «muchas personas ilustradas de aquí me han dicho que le han enviado sus felicitaciones por su fino poema “Otoñal”. (“Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña”. Bernardo Vega (ed.). SD: AcadDom de la Historia, 2015, p.89).
Con respecto a este poema “Otoñal”, Vega dice en nota al calce: «Luce (sic) no estar registrado en ninguna de las recopilaciones de sus obras completas.» (BVega, 89). Falso: Aparece dicho poema en las páginas 69-70 de las Obras completas t. I (SD: Ministerio de Cultura, 2013) compiladas por Miguel D. Mena. No lo incluí en el primer tomo de las “Obras completas” de PHU (2003) en razón de no haber encontrado la revista “Ideal” del 18-XI-1901 y por desconocer que se había publicado en el periódico puertoplateño “La Vanguardia”.
La segunda referencia es a propósito de una “ilustre pensadora haitiana” que PHU le dio a conocer a MM en 1898. Vega transcribe así una parte del apellido de la “ilustre pensadora”: [Vio]yer].
La “la feminista” que MM creyó conocer no era haitiana, sino francesa. Quizá el texto que le trajo PHU a MM estaba en francés y por una confusión creyó que la autora era haitiana, y como su amigo venía del Cabo, con mucha mayor razón. Esto se deduce de un artículo publicado por MM en el “Listín Diario” del 18 de abril de 1898 titulado “Madame Clemencia Royer” (incluido en “Vida y pensamiento de Mercedes Mota”. SD: Del Caribe, 1965, pp.65-67). La redacción, la sintaxis y el ritmo de ese artículo son los mismos de la carta de MM del 3 de febrero de 1898 a PHU.
Primera prueba: «No hace mucho, el nombre de Madame Clemencia Royer [1830-1901, dc] era enteramente desconocido para mí. Ignoraba que existiese este talento femenil de primer orden, gloria de la Francia y honra de la mujer» (p. 65). Segunda prueba: «Madame Royer es versada en diferentes ramos (sic) del saber humano, es filósofa, es una profunda pensadora.» (Ibíd, p. 65). Tercera prueba: «Ha traducido varias obras de Darwin, ha escrito obras de Geometría, Astronomía, Física, Historia, Filosofía y de otras ciencias más (…) Con muchísima razón ha dicho pues, de ella, un compatriota suyo, el ilustre Renán: Es casi un hombre de genio.» (Ibíd.). Frase admisible para quien reduce el feminismo a la educación de la mujer, pero inadmisible para el feminismo radical de una Olimpia de Gouges o, modernamente, de Elisabeth Badinter.
Hay una compleja ideología cultural, política y económica que, desde el Poder y sus instancias, discrimina a la mujer por ser mujer, a la que se opone visceralmente la denominada política de “género”. Espero la invención de un término más radicalmente histórico y arbitrario, porque género poseen únicamente los sustantivos gramaticales. Creer lo contrario es coincidir con el verdugo y su teoría del signo y su partido, razón por la que ese verdugo le dio en la cara a MM: «Ha sometido sus trabajos a la Academia y al Instituto de Francia, mereciendo dichos trabajos la buena acogida de estas ilustres Corporaciones (…) A no haber sido mujer, hubiera ocupado indudablemente, un puesto entre los Académicos.» (Ibíd., 65). Es el verdugo quien ha triunfado aquí con su pragmática del signo y el poder, para la cual no existe el sujeto masculino, y mucho menos el femenino. Su poder es la unidad-verdad-totalidad. Para ese poder solamente existe el individuo, y no cabe en él la “individua” ni la “sujeta”. Ese discurso de “género” debe construir su teoría del sujeto de su ética política.
El discurso de deseo de MM con su ideología racionalista del progreso se quedó en la gatera del siglo XX y el verdugo les ganó la carrera por diez cuerpos de ventaja: «El siglo XX alboreará muy pronto señalándole lugar distinguido a la mujer, anunciándole una era de sublime y gloriosa redención.» Pregúntenles por esa redención a Golda Meier, Indira Gandhi, Simarivo Bundaranaike, Margaret Thatcher, Ángela Merkel y toda la retahíla de mujeres que desde mitad del siglo pasado hasta el presente han sido Primeras Ministras y Presidentas de su respectivo país en este planeta.
Otra vez resuena el grito de alarma de PHU ante las tribulaciones de MM en la carta que le envía el futuro crítico literario y filólogo a su amiga inconsolable, fechada en Nueva York el 27 de agosto de 1902: «Hasta mí ha llegado el grito doloroso de tu corazón herido en las batallas de la vida, por las injusticias que imperan en las sociedades y sobre todo, en nuestras enfermas sociedades latinas.» (BVega, 96). Pero el consejero peca también, aunque en menor grado, del mal de su amiga: «¿Crees que no conozco el mundo? Yo sé de las amarguras de la vida y ningún amago o sonrisa de la suerte me encontrará desprevenido. Desde que estoy aquí, cada día soy más pesimista sobre nuestro propio país. Una sociedad cuyos miembros no tienen innatas las nociones del respeto y del deber, no se salva.» (Ibíd.)
¿Es esto arrogancia en un joven de 18 años? Fórmese su juicio cada cual, pero en materia de escuela de la vida, PHU matiza su pesimismo, y no le falta razón en su pronóstico socio-político de nuestro país, porque en 1916-24 sucumbió, como lo había hecho ya en 1861 con la Anexión a España, ante el invasor norteamericano que impuso las condiciones para la evacuación: Vicini Burgos, Horacio Vásquez y luego Trujillo. Ese itinerario lo vivió el joven PHU, su familia luchó en contra de la ocupación militar y él vino, engañado por las luces de la farándula política, a colaborar con la dictadura, tal como lo había hecho antes casi todo el clan Henríquez. Como sefardí al fin, fue perdedor de todas las batallas políticas:« Yo, pesimista de corazón, pero jamás de práctica, tomo de la vida lo mejor (‘Corto flores, mientras hay flores’.» (Ibíd.).
Ante las tribulaciones que sufre MM, PHU blande su pragmática, pero ella no suelta prenda. Habla del sufrimiento, aunque no dice qué lo causa. En su misiva del 10 de septiembre de 1902, suelta un poco: «Muchas lágrimas han caído sobre la hoja de tu última carta, que tan hondamente ha conmovido mi alma, enferma i desolada. Ai! Cuán dulce es escuchar una voz amiga, si el espíritu se halla sumido en penas i aflicción!» (BVega, 97)
Le da la razón al consejo de PHU: «en la vida hai que armarse de altivez, de indiferencia, cuando se tiene limpia la conciencia, para no caer rendido, víctima de la turba miserable, que gozaría en su triunfo con satánica sonrisa.» (Ibíd.). Expone su cotidianidad: «De tristeza, de lucha en lucha, así transcurren para mí las horas i los días.» (BVega, 98). Cae ahora en la cuenta de aceptar lo que rechazaba con vehemencia: «Estoi convencida de que en estos países la mujer debe casarse para tener un apoyo en su marido, resguardándose un poco, de ese modo, de la maldad ajena.» (Ibíd.).Pero rechaza esa opción, a causa de su temperamento: «debido a mi carácter, presumo que será mui dolorosa, mui sombría, una vez efectuada.» (BVega, 98).

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