Un gran espectro recorre el
mundo: el terror de las potenciales
narradoras ante los críticos. Para
todas las que se atreven,
comienzo este ensayo contándoles
lo que me dijera un amigo:
Cuando papá no generaba críticas negativas las pagaba, porque sabía que era la mejor forma de difundir sus ideas y que uno mide su importancia por las pasiones que desata”. Mami, por otra parte, repetía: “Si quieres ser feliz sé mediocre”, yo respondía con una fórmula elemental: “He dividido la humanidad en dos grupos: los que me interesan y los que no existen”, que me ha protegido de múltiples disgustos, y motivado a investigar la praxis vital de los que escriben, para descubrir no solo la motivación detrás de las “críticas negativas”, sino (como alguien sugirió) el de sus esposas, a veces el motor detrás de la no tan encubierta, antipatía motivando sus textos.
Y, he descubierto problemas de toda índole en las motivaciones de algunos críticos que nos permiten manejar con humor sus fijaciones y no perder el entusiasmo por la escritura y nuestro derecho a ejercerla a nuestra imagen y semejanza.
Es lo que ha hecho Isabel Allende, a quien la Academia de la Lengua de su país inicialmente le negó la membrecía por “ser demasiado famosa”. El asunto es que hasta hoy nadie sabe quiénes son esos académicos; y ella, como Borges puede repetir: “Yo soy Borges, ¿alguien sabe quiénes son los académicos suecos?”.
Confieso que he intentado leer, para aprender, a los clásicos de la novela, y algunos no tan clásicos, pero clasificados como esenciales y declaro que hay autores que nunca me seducirán. Proust, por ejemplo, me deslumbró con su prosa poética de un asombroso preciosismo, pero me llevó años encontrar a un crítico que coincidiera conmigo al definir su novela: sobre la Búsqueda del Tiempo Perdido, como “paralítica” porque no acababa de dar con la trama.
Confieso que también intenté terminar las novelas de James Joyce a no aval, algo que me ocurrió con los cuentos del tan celebrado Lezama Lima, algunos de los cuales me parecieron puros disparates. Para mi asombro, osé decírselo a un afamado intelectual cubano y me respondió: “Así es”.
Aquí, estudio las novelas de Marcio y Ángeles de Hueso es para mí la más conmovedora y poética de las novelas criollas. Por la belleza, me deslumbran las de don Pedro Mir. Y, Escalera para Electra aun me cautiva por la destreza técnica de Aida y su manejo de la mitología griega trasladada al Santo Domingo de la dictadura trujillista. De los más recientes, afirmo que Julia Álvarez ha escrito una trilogía donde abarca el devenir de las mujeres dominicanas, con sus novelas sobre Salomé y Camila; las Mirabal y Cómo las Chicas García (las emigrantes), perdieron el acento. Ella por cierto, fue víctima de la ignorancia de un entonces “crítico literario” que confundió su cuento para niños de pre-primaria “Cuando la Tía Lola vino a Cenar”, con una novela, para hacer alarde de su “conocimiento novelístico”. Cuando le señalé que ese libro era un cuentecito para niños, me respondió: “igual no me gusta”.
Otra víctima ha sido Junot Díaz, actual presidente, en sus cuarenta años, (una hazaña para un emigrante dominicano que no es de la élite) del Premio Pulitzer, a quien por falta de criterios críticos le han tratado negar, como a Julia, la nacionalidad dominicana, cuando deberíamos condecorarlos.
De ese espectro que reina en el mundo: el terror de las narradoras en ciernes a los críticos, y la descalificación constante de las establecidas (a menos que jueguen todas las bases, talento que deberían compartir en un taller literario) somos testigos aún hoy, en pleno 2021. Por eso recomiendo a las jóvenes narradoras leer a otras mujeres, con las mismas búsquedas, y utilizo como ejemplo a Sandra Cisneros, una chicana que escribe en inglés, porque su familia emigró a Chicago cuando aún era muy niña, y en esa lengua se alfabetizó.
Sandra, traducida al español por la Premio Cervantes Elena Poniatowska, y a 26 idiomas; ha vendido solo de su primer librito: La Casa en Mango Street, 30 millones de ejemplares.
Celebrada por Oscar Hijuelos, primer ganador del Premio Pulitzer latino, su libro se considera un pequeño clásico y es parte integral de los estudios de español y latinos de Estados Unidos.
Dice Sandra en el prólogo a la 25ta. Edición de The House in Mango Street, una “novelita light” de apenas 110 páginas, construída con viñetas que a veces son poemas, pero están escritas generalmente en prosa y también se pueden leer como cuentos individuales:
1.-“Cuando muy joven me definí como poeta, pero sentía que la poesía que me enseñaban en la Universidad de Iowa era “una torre de ideas” y yo quería escribir historias que no estuvieran limitadas por la frontera de los géneros entre lo escrito y lo hablado, entre la “alta” literatura y las rimas infantiles de la niñez en los círculos infantiles. Entre New York y Macondo, entre USA y México.
2.-Todas queremos que admiren y respeten nuestro trabajo, pero yo quiero que la gente que usualmente no lee libros pueda disfrutar mis historias. No quiero escribir libros que los lectores no entiendan y los hagan sentirse avergonzados por no entenderlos.
3.-Experimento con un texto que es tan suscinto y flexible como la poesía, e introduzco frases como fragmentos dentro del texto, para que el lector pueda pausar y cada oración le sirva y no a la inversa.
4.-Creo en un libro que pueda ser abierto en cualquier página y todavía tenga sentido para quien no sabe lo que se escribió antes, o lo que viene después.
5.-Algunas veces la mujer que una vez fui se reúne con otros escritores. Venimos de las comunidades negra, blanca y latina, somos hombres y mujeres, todos con la creencia de que el arte debe servir a nuestras comunidades.
6.-Hacemos esto por “amor al arte”, con nuestro valioso tiempo, porque el mundo está en llamas y la gente que amamos se está quemando.
7.- ¿Qué leo? En la Universidad de Iowa nunca nos hablaron de servir a otros con nuestra escritura, y no había ejemplos a seguir hasta que descubrí a escritoras mexicanas como Sor Juana Inés de la Cruz, Elena Poniatowska, Elena Garro y Rosario Castellanos, quienes me enseñaron que era posible otro modo de ser aunque yo no supiera latín.
8.-Nos atrevimos y surgimos como grupo. Hoy somos las escritoras latinas en USA: Cherrie Moraga, Gloria Anzaldua, Marjorie Agosin, Carla Trujillo, Diana Solís, Sandra María Estévez, Desiré Gómez, Salina Rivera, Margarita López, Beatriz Bakidi, Carmen Obregón, Denise Chávez. Y faltarían las puertorriqueñas Ana Lydia Vega, Magali García Ramos; las cubanas y las dominicanas, las de aquí y la diáspora, y la Danticat, entre las vecinas haitianas y escritoras del Caribe no hispano-parlante.
Que este 2021 augure el florecimiento de múltiples jóvenes narradoras. Una explosión escritural, una generación de mujeres que se atreva a decir su palabra, a escribir a su imágen y semejanza.
Recuerden: Solo hay algo que perdura más allá de la vida: nuestros textos, quien los celebra o adversa no figurará en la historia literaria de la nación.