El 2 de diciembre de 1940, el diario La Nación publica una encuesta para su lectoría en la que se plantea la posibilidad de reformar la Constitución de la República y con esta permitir el voto de las mujeres dominicanas en las elecciones de 1942.
Habían pasado ocho años desde que Acción Feminista Dominicana (AFD) organizara el primer «Voto Ensayo», que de acuerdo con la noticia redactada para la centenaria revista Fémina (1922-1934) por su directora, Petronila Angélica Gómez Brea, en junio de 1934, convocó a 96,427 mujeres votantes, de todo el territorio nacional, a las urnas para que se le otorgara el derecho de elegir y ser elegidas en los avatares políticos.
Fue afanosa, escribe la periodista feminista y maestra normal, la labor de las sufragistas Abigaíl Mejía Solière, Celeste Woss y Gil, Delia Weber, María Patín Pichardo, Gladys de los Santos Noboa, Livia Veloz, Carmen González de Peynado, Mercedes Laura Aguiar, Patria Mella, Ercilia Pepín e Isabel Amechezurra de Pellerano, y miles más. Puesto que desde la promulgación del Decreto 858, en noviembre de 1933, debieron convocar, organizar, motivar e instruir para que la respuesta ante la única pregunta de la boleta: «¿Pueden las mujeres votar?», resultara afirmativa.
Pero, esta agencia inconmensurable no satisfizo al tirano; posteriormente, en 1938, se ordena un segundo «Voto ensayo» que coordinarían «las feministas oficialistas», encabezadas por Minerva Bernardino, el cual reporta una participación 278,803 mujeres votantes. Así, cuando en 1942, finalmente, se instaura el voto de las dominicanas, ante la fatídica ausencia física de Ercilia Pepín y de Abigaíl Mejía, el cierre de la revista Fémina, en 1939, y la postura de Petronila Angélica Gómez Brea de ausentarse de la vida pública refugiada en el matrimonio, la conquista del derecho al voto engrandece a la tiranía y deja en la nebulosa del silencio más de dos décadas de activismo argumentativo y editorial.
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Es entonces, más que necesario, volver a hilar entre las dispersas páginas de la primera publicación feminista dominicana… Trasladarse al 15 de julio de 1922 en San Pedro de Macorís hasta octubre de 1939 en Santo Domingo, para desmitificar el derecho al voto como «concesión o regalo que el dictador hizo a las damas burguesas de Santo Domingo, a sus más cercanas». ¡Este octogenario aniversario del primer sufragio de las dominicanas es fruto y obra de más de dos décadas de vindicaciones de las maestras normales, periodistas feministas, conferencistas, abogadas, médicas, amas de casa y obreras!
1922: Surge Fémina, comienzan reportes de avances del derecho al voto
En el primer editorial de Fémina, «¡Ya es hora!», pronostica la labor sufragista a la cual estaban decididas Petronila Angélica Gómez Brea, Consuelo Montalvo de Frías y María Luisa Angelis de Canino, a fin de colocar a las mujeres en sintonía con la «ola sufragista» que establecía en sus programas de reformas acciones emancipadoras en los órdenes económico, social y político: «La mujer dominicana merece ocupar en esta hora adversa el puesto intelectual que merece», es una clara intención del derecho al voto expresada desde la primera edición.
Ese primer año, por igual, desde la sala de redacción localizada en la calle José Reyes número 11 de San Pedro de Macorís, se redifunde la noticia de la revista Feminismo Internacional: «Mussolini y el voto femenino», en la cual alude a la promesa del autoproclamado presidente del Consejo de Ministros Italiano, Benito Mussolini, quien dice que concederá el voto a las mujeres italianas; se trata de una estrategia del sufragismo transnacional, en este caso de la mexicana Elena Arizmendi, secretaria de la Liga de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, de registrar los avances de la obtención del derecho en la revista que editaba en Nueva York.
1923: Aclaratorias y discusiones sufragistas
En defensa de las críticas constantes al sufragismo, incluso las de Federico Henríquez y Carvajal, quien desde 1923 funge como consejero y consultor de la revista, Fémina hace públicas las posturas desveladoras de estereotipos que colocaban al voto de la mujer en el sitial de lo indecible para el sistema sexo-género establecido.
Henríquez y Carvajal ve un afán reduccionista al sufragismo, pues señalaba que centrado en los derechos políticos restaba categoría a los derechos civiles. «Esos derechos -los del individuo- son orgánicos; aquellos -los del ciudadano- son institucionales. Es ante el derecho privado, el derecho común (…) donde debe ser establecida la igualdad de los sexos», escribe en «Feminismo i sufragismo».
Contrapone la directora de la revista el pensamiento de su aliado a través de la voz de la sufragista Plácida Ventura, quien visibiliza los fantasmales que circundaban la instauración del sufragio para todas las mujeres. «(…) El FEMINISMO es un fantasma para nuestros refractarios, y pesadilla visionaria insoportable que soñando los hace soñar. Que estamos preparadas para dar palos, etc. etc., esto de un lado, y de otro lado, para echarnos de cargo el fusil, el arado y lo que es más: la carga de corregirlos o sea, la de tomar en nuestras manos el manejo del Gobierno. Nada de eso caballeros… ¿Qué razón hay para creer que una vez la mujer ejerza el voto, dejaría de ser tan buena esposa, madre, hermana, etc., por el mero hecho de poseer lo que les corresponde por regla de equidad? En lo mínimo dejaría de poseer y ejercer su acento femenil, como en el momento antes de que dicho privilegio le fuera otorgado». El artículo de portada se titula «El fantasma del feminismo».
1924: Cuando los aliados toman la palabra
¿Fue la subversiva invitación a sus lectoras para seleccionar el bigote perfecto hecho por la jefa de redacción, Consuelo Montalvo de Frías? ¿O las felicitaciones a la revista realizada por el Listín Diario en 1923? Lo cierto es que acontece en 1924 que los hombres colaboradores de la magazine ilustrada abogaron porque las dominicanas votaran.
La osadía de Montalvo de Frías se fragua con el artículo «Por la estética masculina», enrostrando a los interventores estadounidenses el impulso ético feminista capaz de organizar un proceso eleccionario público para que las mujeres dominicanas seleccionaron al hombre que mejor llevaba el bozo, y con esta resalta a los caballeros que no atendieron a la imposición imperial de cortarlo.
Además, para el registro de la «historia no contada», el profesor Francisco Amiama Gómez, hace el primer llamado público a favor del voto de la mujer dominicana alcanzara la ciudadanía: «(…) Porque, debemos de convenir ya, en que jamás hemos pensado en cuanto es y vale, esa divina compañera nuestra modelo de madres y esposas; toda llena de gracias; abnegada y varonil; y a veces: mejor CIUDADANA que lo hemos sido nosotros cuando hemos pospuesto los intereses de la Patria. (…)».
Y, el político Luis Romance establece la necesidad de una reforma a la Constitución de la República para que puedan las dominicanas votar (incluimos en el extracto de su petición las mayúsculas que utilizó): «Pronto estará organizado el gobierno constitucional de la tercera república, y yo quisiera que para la salvación del país y para acercarnos más a la completa civilización, que la primera enmienda a la constitución por el próximo congreso sea: CONCEDERLE EL VOTO A LA MUJER (sic). (…) Todas las naciones en donde existe el sufragio femenino, en donde reconocen los derechos de la mujer son prósperas y civilizadas. (…) Si para las mujeres las leyes rigen igual que para los hombres. ¿POR QUÉ NO PUEDEN ELLAS ELEGIR A LOS QUE VAN A HACER LAS LEYES, QUE MÁS TARDE ELLAS VAN A OBEDECER?».
1926: Votar por el progreso de la comuna macorisana
Para 1926, el artículo más referente de la causa sufragista es el que bajo la firma de Fémina, la maestra normal y periodista feminista Petronila Angélica Gómez Brea solicita votar por la candidatura del munícipe Eladio Sánchez para la curul de regidor de San Pedro de Macorís, sede de la revista.
Tras el concurso de bigotes, esta motivación a las lectoras constituye utopía ante los desvanes del Gobierno de Horacio Vásquez en no escuchar las peticiones para que las mujeres puedan acudir a las urnas. Pero, en el texto quedan explícitas -entre las cualidades del candidato- el compromiso municipal que ya asumían las feministas, en sus subjetividades: «Don Eladio Sánchez es la más atinada selección hecha en estos momentos para ocupar la curul de Regidor en la Candidatura de Selección sustentada por el pueblo. (…) Tomamos nuestra pluma, interpretando las necesidades municipales, animadas por el deseo de contribuir al bienestar y progreso que tanto necesita esta comuna macorisana», se lee en el editorial «Lcdo. Don Eladio Sánchez».
1927: Votar por el progreso de la comuna macorisana
Junio de 1927 renueva esperanzas. El aliado Adán Aguilar reporta que en San Francisco de Macorís se hizo el «pimer repique de una campana» para que se le conceda el voto a la mujer, modificando el artículo 9 de la Constitución: «Parece que los hombres dominicanos sienten la necesidad de la cooperación de la mujer en la solución de los asuntos de alta trascendencia en las Cámaras Legislativas de su país, por lo que notamos -no con asombro- que este primer repique de «La Campana» (sic) es dado, precisamente, por un hombre!».
En esa edición, también, Consuelo Montalvo de Frías, jefa de redacción de Fémina, escribe: «¡Se nos concederá el voto!», exclamación que trae consigo el compromiso de la importancia de tener conciencia feminista para participar en un proceso electoral: «La mujer (sic) dominicana enaltecida por sus incomparables virtudes asciende a entidad. Pronto, muy pronto, irá a las urnas electorales, a depositar su voto desposeído de pasiones, su voto sincero por el ciudadano que sepa defender los sagrados fueros de la libertad»; en 1932, la directora de la revista vuelve a publicar el mensaje esperanzador de su amiga.
1928: ¡Más avance del voto de la mujer!
Este año queda en la memoria como aquel en el cual la cronista cubana doctora Ángela M. Zaldívar describe y explica lo sucedido en la sesión plenaria de la VI Conferencia de La Habana, organizada por la Liga Panamericana: «El sueño va convirtiéndose en realidad, la idea comienza a plasmarse en hechos y las generaciones futuras podrán asistir al espectáculo magnífico que les ofrecerá una América sin esclavas».
En este cónclave del Continente, las mujeres son escuchadas y, la obtención del voto es motivo de filiación y unidad entre las sufragistas.
1930: ¡Más avance del voto de la mujer!
La sufragista Carmen G. de Peynado solicita al recién posesionado Gobierno de Rafael Leónidas Trujillo una reforma a la Constitución y a los códigos legislativos necesarios con la finalidad de que se conceda el derecho a la ciudadanía a las féminas dominicanas, «tal cual lo han hecho los países amantes de la civilización». En el artículo «El derecho de la ciudadanía», argumenta que «a los hombres, desde los 18 años, se les concede este derecho sin importar sus aptitudes y la plena conciencia que tengan de sus deberes».
Petronila Angélica Gómez Brea respalda esta petición con el editorial «Lo que espanta del feminismo»: «La mujer puede ser abogado (sic), pero no testigo en naciones como la nuestra y en otras; aun siendo muy patriota pierde su nacionalidad para adquirir la de su marido. Mientras el padre se regodea por el mundo, la madre de hijos naturales sufre sola la vergüenza de la sociedad y de las leyes (…) Según nuestra Ley Sustantiva, un jovencito a los 18 años goza derechos políticos y antes si ya cometió el disparate de casarse sin tener esa edad: la irreflexión le dé derecho al voto, pero este se niega a su maestra, a su madre, llámese Ercilia Pepín o Carmen G. de Peynado».
1932: La ley del Progreso
Para 1932, la sufragista dominicana Leonor Martínez solicita poner en acción la ley del Progreso a fin de que impulse la labor de la mujer profesional, constituyendo una aspiración que va más allá del derecho al voto y se adentra al ámbito de la ciudadanía plena. Su argumentación, publicada en Fémina, la realiza avocándose al paralelismo: «La mujer dominicana prospera y el medio se modifica»; además, en el comentario «Dudas infundadas», Martínez hace la petición ante la gravedad que constituía que a las mujeres del país que decidían trabajar fuera del hogar, personas escépticas las calificaran como «falsas y deleznables».
1934: Cobertura del «voto ensayo»
La directora de la revista, Petronila Angélica Gómez Brea, se traslada desde San Pedro de Macorís hasta Santo Domingo para dar cobertura al «voto ensayo» organizado por la AFD, que preside Abigaíl Mejía. Un valor doble nos lega esta agencia: las mujeres obtienen el permiso del Ejecutivo para votar y, para la «historia no contada» del periodismo, constituye este reporte la primera noticia sobre unas elecciones escrita por una mujer en la República Dominicana.
Correspondió a Gómez Brea participar como directora de la mesa número 20, junto a Consuelo Almodóvar y Consuelo Mieses; la jornada del «Voto Ensayo de las mujeres» fue concedida no para elegir a un nuevo mandatario, ni para ser electas, sino para favorecer o no una reforma constitucional que les concediera plenamente el derecho político.
1936: El voto y la conciencia
En la serie de artículos escritos por María Más Pozo, «La mujer ante la sociedad», se revela la hazaña de la revolucionaria francesa Carlota Corday: «fue lo suficientemente buena como para quitar del medio a un tirano»; la reconstrucción desde el affidamento se hace aludiendo a que el voto, como la Revolución Francesa se convertía en un «arma peligrosa» para las mujeres, en tanto que: «El voto no ha eliminado la “pena de muerte. “No ha eliminado la guerra”… “No ha eliminado la prostitución… No nos ha hecho ciudadanas a todas».
Esta necesaria cronología que antecede al 16 de mayo de 1942, sucede el primer voto oficial de la mujer dominicana, se realiza con los archivos que se han logrado registrar con una perspectiva hemerocrítica y feminista de la revista Fémina (1922-1939).
Recopila archivos en los cuales de manera explícita se menciona el voto y la ciudadanía, puesto que en cada edición de manera implícita hay huellas de las sufragistas.
Ni la tiranía, ni el olvido inducido, logran esconder las agencias previas. Y, a sabiendas de esto, Petronila Angélica Gómez Brea proclama en 1934: «La historia es inalterable; ella dará su veredicto».