La política dominicana se ha convertido en un circo, porque es un espectáculo; en un deporte, porque cada quien quiere ganar para rendir un culto a su mente; en un negocio, porque se venden los principios de la verdadera democracia y compran la dignidad de todo un pueblo; y en un laberinto, porque estamos perdidos y no hemos encontrado la salida que nos lleve a mermar la corrupción. Cuando esto sucede en una nación, nos damos cuenta que es muy difícil que se produzca una metamorfosis con alas que generen un levantamiento pragmático en el pueblo y en el Estado.
A pesar de todas esas conductas disfuncionales, desafortunadamente, una gran mayoría de la población sigue creyendo en los viejos comportamientos que hasta el día de hoy solo han generado desconfianza, pobreza y anarquía institucional. Seguimos promoviendo políticos que han mostrado con su comportamiento la poca capacidad que tienen para desarrollar e inculcar en las mentes del dominicano el concepto de un Estado próspero y con equidad. A esos fabricantes de miserias no les importa la seguridad de los empresarios, de los comerciantes; no les importa ver agricultores productivos; es como si no les interesara ver a su propio pueblo crecer y romper la barrera de la pobreza.
Una gran mayoría de políticos, de congresistas y de funcionarios públicos, no están dispuestos a pagar el precio, no están preparados para servir, no quieren ejercer el poder para redimir y transformar. Observando esta realidad sociopolítica, nos vemos obligados a hacernos las siguientes preguntas, ¿qué podemos hacer para cambiar esta realidad?, ¿cómo lo haremos y con quién contamos para lograr un verdadero cambio?
Para lograr cambios sustanciales, lo primero que debemos hacer es reconocer que nuestra historia ha sido marcada por líderes caudillistas, pusilánimes, narcisistas; líderes que poseen un alto nivel de conocimiento de la política teórica, la cual usan para permanecer en el poder, y usando ese influjo entronan sus figuras en las estructuras sociales para alimentar sus ambiciones egocéntricas. Lo segundo que debemos hacer es unir voluntades con una población joven e independiente para que participen en las decisiones del futuro de esta nación y junto a ellos articular un plan que fortalezca el Estado por encima de los intereses de los partidos políticos. Y tercero, debemos estar conscientes que reconocer y unir voluntades no es suficiente, sino que además debemos buscar líderes sensibles, con coraje y con integridad; líderes sin máscaras y sin mañas; líderes que no les tiemble el pulso para condenar la impunidad y mandar los corruptos a la cárcel.
Sin duda, reconocer nuestro pasado, unir voluntades e identificar líderes íntegros nos llevará a una revolución social que truncará el accionar de los corruptos, promoverá un cambio de paradigma que nos permitirá entender la diferencia entre partido y Estado; además, nos guiará a elegir a un servidor público con el carácter de Juan Pablo Duarte, que pagó un alto precio por querer ver una nación libre y soberana. Duarte pagó el precio de convertirse en blanco de ataques por su cristalizado liderazgo, fue exiliado y murió pobre. Este debe ser el modelo a elegir, un líder que vea el poder como una herramienta para crear seguridad social. ¡Claro!, ese líder debe estar dispuesto a luchar y a sufrir como Duarte, y a tener la valentía de erradicar la corrupción y luchar por una verdadera democracia que genere prosperidad y equidad a nuestro pueblo.