Es más fácil no creer en Dios que aceptar su existencia. Estoy en el segundo grupo. Los políticos de ocasión y de profesión repiten la creencia de que Dios no se mete en juegos y en consecuencia no interviene en quién gana o pierde un certamen electoral, agregando la frase “quien ayer fue mi enemigo o adversario, hoy puede ser mi más entusiasta aliado” y por eso lo limpian en sus discursos o lo embarran con despreciables actuaciones.
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Aunque sea a largo plazo y con dificultad, los pueblos aprenden a diferenciar entre un político corrupto y un candidato con absoluta y comprobada honestidad. Por eso cada vez es mayor el grupo de los que entienden que aunque Dios no se mete en juegos y aunque se niegue su existencia, la naturaleza humana conduce sin extravíos al reconocimiento del bien y el mal. Quien no cree en la justicia divina puede enfrentarse a la justicia humana que muchas veces es más severa y aleccionadora que la proveniente del Gran Arquitecto del Universo.