El epígrafe es de Odiseas Elitis, poeta cretense fallecido en 1996 considerado un “renovador de las vanguardias estéticas de principio de siglo”, descendiente de la antigua isla de Lesbos y premio Nobel de Literatura en 1979. Elitis contó una vez que los europeos y los occidentales hallaban siempre el misterio en la oscuridad, en la noche, mientras que los griegos lo hallan en la luz, “que es para nosotros algo absoluto (…)”. El Sol y el mar, dice, “están indisolublemente ligados a la luz, la transparencia, la increíble hermosura de las islas (…)”.
Quienes residen en el hemisferio norte, cada otoño y cada primavera reviven la ya establecida costumbre de manipular el reloj a fin de aprovechar la claridad diurna: una y otra vez regresa el Daylight Savings Time para trastornar el horario biológico en días en que, como ha dicho el poeta Jorge Luis García De la Fe, “El Sol es fauno empeñado inútilmente en perforar esa bóveda plomiza que dice nombrarse cielo”.
¿Cabría preguntarse en estas fechas de hojas agonizantes qué rol ejerce la luz en nuestras vidas? ¿Modifica ella el ánimo? ¿Afecta la economía, el ejercicio cotidiano o la intimidad de la pareja? ¿Cómo modifica la luz la vida biológica y la perpetuación de las especies, Homo sapiens incluido?
La idea de adelantar el reloj en noviembre a fin de prolongar el día y atrasarlo en abril persiguiendo el astro mayor fue propuesta por primera vez en 1895 por el entomólogo George Vernon Hudson, quien reconoció la utilidad potencial de los días más largos dada su afición por la recolección de insectos. Hoy se argumenta a favor y en contra de que si este sistema favorece el ahorro de energía; que si reduce el número de accidentes de tráfico y la criminalidad; que si provee ganancias a las tiendas y facilita los horarios de eventos deportivos; que si promueve un sueño más eficiente y saludable y hasta que si reduce la ocurrencia de síndromes depresivos invernales. Todo esto sin mencionar las implicaciones logísticas que el cambio de hora tiene para los instrumentos electrónicos y computarizados, forzados cada seis meses a su autoregulación a través de complejos sistemas de software apodados Vista, Oracle y Java.
Desde las observaciones aristotélicas hasta el presente siglo, las ciencias naturales nos han enseñado que la luz crea vida a través de la conversión de energía luminosa en energía química en la adenosina trifosfato, el ATP; molécula pionera y esencial en la gestación de los seres vivos. Gracias a esta fotosíntesis las plantas crecen a la par de sus colores y las algas del fondo oceánico manufacturan material orgánico; desde los inicios de la ornitología del siglo XX se sabe además que la luz controla la adaptación y la migración de los pájaros, fenómeno regulado por un predecible patrón evolutivo íntimamente ligado a lo que en dicha disciplina se conoce como los fotoperíodos.
A partir del pleistoceno y los inicios del movimiento de la capa continental, las especies aviares han aprendido a migrar siguiendo una conducta instintiva típicamente selectiva, en el sentido darwiniano del término, transmitida generación tras generación. Durante la primavera, producto de la variación y duración de la exposición a la luz solar, las neuronas del hipotálamo de las aves sufren cambios a fin de inducir un apetito exagerado que conllevará al aumento del peso corporal en hasta un 40 por ciento; esta fuente adicional de reserva energética podrá entonces utilizarsedurante las largas travesías sobre los mares y la superficie transcontinental.
La dependencia de las plantas, los pájaros y otros animales en la duración de la luz diurna no sorprende, ya que, a juicio de los eruditos, entre todos los factores ambientales de la biósfera el único que ha persistido sin modificarse desde los orígenes del planeta ha sido precisamente la variación de la luz solar durante las diferentes estaciones.
A la par de los cambios pre-migratorios acaecidos en el cuerpo de las aves, las gónadas sufren modificaciones inducidas por las hormonas de la hipófisis a fin de prepararlas para la concepción tras arribar a sus nuevos hogares meses después. Es interesante la coincidencia de que en la mayoría de países del hemisferio norte nacen más niños en agosto que en ningún otro mes; y si se sustraen los nueve meses de embarazo, notaremos que es justamente en el noviembre del otoño boreal cuando se conciben la mayoría de los 140 millones de seres que anualmente nacen en dicha región.
Los paleontólogos, por otra parte, siempre supieron que los inicios de la vida en el globo se remontan a la formación de los aminoácidos, los bloques químicos que originarán el material genético del ADN; es así cómo, por mucho tiempo, se consideró que los rayos ultravioleta de la capa atmosférica primitiva eran un estorbo para dicho proceso. Curiosamente, hasta hace poco se aceptaba que la intensa luminosidad presente en la Tierra primigenia, carente de ozono, constituía un obstáculo para la biogénesis; investigaciones conducidas en universidades alemanas y estadounidenses, sin embargo, han indicado lo contrario.
La luz ultravioleta, la forma de energía más abundante del planeta, facilita el proceso de formación vital a través de la precipitación del sulfuro de zinc en fuentes hidrotermales en las profundidades del mar. Es decir, una vez más la luz parece ser fuente de vida tanto en la superficie terrestre como en las insondables latitudes de los océanos.
Enunciados biofísicos aparte, en el análisis de la poética del legendario León Felipe el ensayista José María Fernández Gutiérrez ha dicho que este utiliza la luz para significar, por una parte, “todo un proceso poético sin trampas (con luz)”, y, por otra, “como si fuese un código infalible o una moneda, en cantidad suficiente para llegar a Don Quijote, símbolo de todo lo noble, especialmente de la justicia”. En el prólogo del libro de Felipe Ganarás la luz (1943) se indica que la búsqueda de la luz es sinónimo de la aspiración del autor a conseguir un mundo u orden nuevo: “Supone una revolución, transformación, superación o inversión del orden anterior (…), una transformación de carácter universal que integra, pues, todos los elementos cósmicos, humanos, culturales, etc., y es presentada, en su aparición y en su culmen, como Luz”.
Es así, a decir de Fernández Gutiérrez, que la función del hombre y del poeta “es romper las sombras, romper lo sórdido”, tal como enunciaba el propio León Felipe:
En el principio creó Dios la luz… y la sombra.
Dijo Dios: Haya luz
y hubo luz.
Y vio que la luz era buena.
Pero la sombra estaba allí.
Entonces creó al hombre
y le dio la espada del llanto
para matar la sombra.
Por eso, intuyo no debe morir la luz.