La autenticidad no ha sido la cualidad más abundante en la conducta de la humanidad. Por eso, cuando aparecen personajes con esas características, sin importar sus ideas, se convierten en figura sobresalientes. Y de alguna manera los pueblos se fijan en esas personas. En virtud de ello, deben tener mucho cuidado en su accionar. Para evitar que la gente pueda percibir cualidades diferentes a las que suponía. Ya que, aunque los pueblos como el nuestro son dóciles y se dice que no tiene memoria, no es tan así.
Muchísimas cosas han ocurrido a lo largo de la historia en todos los aspectos, particularmente en el acontecer político nacional, que han permitido desvirtuar la imagen que la gente tenía de determinadas figuras. Y eso, desde una perspectiva humanista, no es bueno. Más bien es preocupante, por cuanto la mejor forma de mantener un sistema democrático sano, es en base a la credibilidad de sus actores.
Dentro de un régimen democrático, cualquier ciudadano tiene derecho a adversar los partidos, dirigentes, funcionarios o al propio Gobierno. Igualmente los Gobiernos, funcionarios o cualquier ciudadano tienen derecho a disentir de las opiniones de sus opositores o de los que no forman parte de su equipo. A lo que no deben tener derecho es a utilizar mecanismos para distorsionar o mentir cuando no estén de acuerdo con sus acciones.
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La democracia se fortalece cuando se robustecen las opiniones sobre cualquier acción pública. De cualquier sector, pero haciéndolo dentro de los canales que la propia democracia institucional ofrece. Porque de esa manera se beneficia la sociedad. Además, porque sobre mentiras solo se destruye el propio sistema.
Si alguien no está de acuerdo con alguna actividad del Gobierno o la oposición, debe expresarlo. Aportando pruebas y sobre todo brindando fórmulas para mejorar lo que se realiza o se critica. Pero si se hace con el simple propósito de ocasionar daños, se debilita la democracia y en corto o mediano plazos le hace daño a quien lo realiza. Porque pueden ser considerados como simples expresiones o recursos politiqueros e irreflexivos.
He escrito mucho sobre el derecho a disentir. Porque el derecho a disentir forma parte de la más pura esencia de la democracia, incluso del pensamiento cristiano. Estar o no de acuerdo con algo, es un derecho que le asiste a cualquier ciudadano, mucho más si quien lo hace es un dirigente. Pero no utilizando métodos desaprensivos. Pretendiendo desacreditar funcionarios o descalificar opiniones contrarias. Eso no es democrático ni institucional.
Llamo a la reflexión, sobre todo en este momento especial en que el país se encamina hacia un proceso electoral. Proceso al que los propios políticos han denominado la fiesta de la democracia. En tal sentido, deberían actuar como demócratas y procurar que la fiesta sea agradable y entre gente civilizada.
Y planteo la necesidad de reflexionar sobre este tema de elecciones sin conflictos, fundamentalmente porque el presidente Luis Abinader ha dado muestras de que no le gustan los conflictos. Y si la cabeza del Gobierno no es proclive a conflictos, más de la mitad del objetivo está logrado. Lo otro dependerá de la contribución que realice la otra parte.