Por Juan Matos
El año escolar recién empieza en la República Dominicana, por lo cual entiendo propicio reflexionar sobre una figura que, en nuestro contexto educativo, a menudo es vista con indiferencia o, peor aún, como una simple formalidad que los colegios y escuelas deben cumplir: la Asociación de Padres. Esta percepción no solo es incorrecta, sino que subestima el papel crucial que estas asociaciones deben desempeñar en la educación de nuestros hijos.
La Ley General de Educación No. 66-97 y la Ordenanza 09-2000 establecen claramente el derecho y el deber de los padres de participar activamente en la educación de sus hijos. Según estas legislaciones, las Asociaciones de Padres, Madres, Tutores y Amigos de la Escuela (APMAE) tienen un papel fundamental en la gestión y supervisión de las actividades escolares, actuando como un puente entre la comunidad educativa y los padres. Este marco jurídico busca garantizar que los padres no solo estén informados, sino que también tengan voz y voto en las decisiones que afectan a sus hijos.
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Estas disposiciones legales no solo promueven la existencia de estas asociaciones, sino que también les otorgan facultades para colaborar en la elaboración de planes educativos, participar en la gestión de recursos y velar por el bienestar de los estudiantes. Esta no es una responsabilidad menor; es, de hecho, una extensión del deber de los padres de cuidar y asegurar el futuro de sus hijos.
A pesar de lo que dicta la ley, en la práctica, muchas veces las Asociaciones de Padres son vistas como una mera formalidad, sin poder real ni influencia en las decisiones escolares. Esta percepción errónea ha llevado a que muchas asociaciones funcionen de manera simbólica, sin ejercer el rol activo que la ley les confiere. Sin embargo, cuando los padres asumen su papel con seriedad y compromiso, pueden convertirse en agentes de cambio dentro de las instituciones educativas. Es necesario romper con la idea de que es un «espantapájaros» en el sistema educativo, una figura que aparenta ser importante pero que, en realidad, no tiene poder ni relevancia. Esta percepción es peligrosa, ya que socava uno de los pilares fundamentales para una educación de calidad: la colaboración entre padres y escuela. No es, ni debe ser, un mero adorno dentro del sistema educativo. Su rol es vital para asegurar una educación de calidad y para garantizar que las necesidades y derechos de los estudiantes sean atendidos.
Asumamos el compromiso de participar de manera activa en la educación de nuestros hijos. Solo así podremos construir un futuro mejor para nuestros niños y jóvenes, y para nuestra nación.