No por mucho madrugar amanecerá más temprano. La experiencia indica que una de las cosas que resultan más difíciles es la dar consejos. Sobre todo cuando no te los piden. No solo a los que por algunas razones han llegado a lugares importantes en cualquier actividad, sino incluso a gente común y corriente. Probablemente por ser parte de la naturaleza humana. Pues aunque a quienes ofrecen consejos los animen los mejores deseos, una parte importante de la gente tiende a rechazarlos.
Leí hace mucho tiempo que eso no ocurre en cualquier latitud. Donde igual resulta sumamente cuesta arriba aconsejar a quienes han triunfado en sus actividades o carreras, como a quienes no han tenido éxito. Según esas experiencias, sobre todo entre los que han tenido éxitos personales o colectivos, la mayoría las oyen, pero no las escuchan.
Hay motivos para entender que las pasiones políticas y los intereses a nivel mundial impiden que muchos sectores de la humanidad, pero también refiriéndome a la vida nacional, ignoren no solamente que acabamos de atravesar, todavía sin terminar por completo una de las más grandes y graves pandemias y todas sus consecuencias. Que cientos de miles de personas han perdido la vida y que el costo económico ha sido enorme.
Existen razones suficientes para que sectores conscientes se sientan preocupados por la incapacidad manifiesta para deponer actitudes y dejar de lado las pequeñeces que distancian los sectores, las naciones, los países. Incapacidad para realizar esfuerzos conjuntos a fin de impulsar el fortalecimiento de la humanidad. Paliar los daños y enmendar los errores.
Mucha gente no logra comprender, porqué se les hace tan difícil a las cúpulas, aprovechar los planteamientos de diálogo y búsqueda de consenso por parte de personas importantes como el Santo Padre, los obispos y pastores. Sus llamados constantes a deponer actitudes y volcarse a hacia la disposición de trabajar en conjunto para impulsar las soluciones a los problemas sociales, políticos, institucionales como de cualquier otra índole.
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Resulta increíble que tampoco aquí, los dirigentes de oposición utilicen los llamados a diálogo por parte del Gobierno, para aplicar políticas en búsqueda de soluciones conjuntas. Y en vez de agarrar al toro por los cuernos, como planteaba un gran líder de masas dominicano, se dedican a cuestionar, pero sin ofrecer soluciones prácticas y entendibles por la población.
Gobierno y oposición, empresarios y profesionales independientes, cada uno desde su lugar, deberían recurrir a todas las vías institucionales, para lograr los objetivos de entendimiento, que sirvan para poner en evidencia, quienes quieren en realidad solución a los problemas, o quienes juegan a provocar contradicciones. Enseñando, tal vez sin darse cuenta, falta de sentido común.
La humanidad no necesita nuevos conflictos. Las guerras no son solución. Aquí tampoco queremos conflictos. Más que nada se requiere que las cúpulas económicas y políticas sean más proclives a escuchar. A ser receptivos. Porque el mundo y también los dominicanos, desean tranquilidad, paz, trabajo creador, armonía y sobre todo, una buena dosis de humildad.
Sin olvidar el viejo dicho de que, no por mucho madrugar amanecerá más temprano. Cada cosa tiene su lugar y su tiempo. Y aunque luzca necio, sacar tiempo para escuchar consejos.