Nos acecha la muerte

Nos acecha la muerte

Sergio Sarita Valdez

En un mundo tan extenso, complejo y lleno de vicisitudes, debemos alegrarnos con la gran dicha de vivir. Las frecuentes amenazas que las distintas especies animales enfrentan a lo largo de su ciclo vital nos muestran que mantener el equilibrio a favor de la supervivencia es casi una heroicidad en el tiempo. Imaginemos la fragilidad del ser durante la embriogénesis, la probabilidad de un aborto natural, o el deceso al momento del parto. El infante nace inmaduro, por lo que es presa fácil de los agentes infecciosos y los tóxicos ambientales. Gracias a los cuidados maternos oportunos, escapamos de las garras del hambre, la desnutrición, la deshidratación y los extremos de la temperatura ambiental.

Quienes sobreviven y superan la niñez entran al terreno de la adolescencia, una etapa llena de distintas amenazas que varían acorde con el contexto social, económico, ambiental, emocional y político en que se desenvuelve la persona. La esperanza de vida no es la misma para alguien que nace en una región empobrecida de áfrica, o la Amazonía, en comparación con otro que llega al mundo en un país con disponibilidad de sana alimentación, educación y ambiente no contaminado.

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Evitando caer en los extremismos consideremos el desarrollo humano en una nación como la República Dominicana, y ubiquémonos más allá del primer cuarto de siglo XXI. Supongamos que vivimos en la ciudad y que nuestros ingresos financieros cubren el costo de la canasta familiar. La niñez, las infecciones, las afectaciones respiratorias, gastrointestinales y renales son comunes, y a ellas se suman los accidentes y las intoxicaciones. La adolescencia, por su parte, está marcada por trastornos emocionales, accidentes y el abuso de sustancias psicoactivas.

Al llegar a la adultez, comienzan a surgir trastornos metabólicos, representados por el sobrepeso y la obesidad. La hipertensión arterial y el estado prediabético hacen su aparición, junto con el desequilibrio sanguíneo de las grasas. El estrés, la ansiedad y la depresión conforman un trío musical que interpreta sus melodías tanto en la vigilia como en el sueño. Después de los cincuenta años, las neoplasias intestinales, las de la mama femenina, las del útero, las de pulmón (en ambos sexos) y las de próstata (en los hombres) se suman a las preocupaciones de salud. Si conseguimos atravesar las tormentas antes descritas y llegamos de los sesenta años, solemos comenzar a olvidar las bellas memorias gracias a la silenciosa visita del señor Alzheimer. Este indeseable huésped ocupará cada día un mayor espacio de nuestra mente, llegando al punto de hacernos olvidar quienes somos.

Gracias a los avances en el campo de las ciencias ahora comprendemos mejor estos procesos nocivos o degenerativos, pudiendo en ciertos casos prevenirlos, en otros retrasarlos y, en algunos, curarlos. Hemos conseguido aumentar la esperanza de vida en muchas partes del mundo, incluyendo a nuestro país. A pesar de todo, como dice la canción, se puede posponer el tiempo de decir adiós, y también es posible darle sabor, calidad y sentido al tiempo de vida que nos corresponde por ley natural. Recordemos que somos seres sociales que hemos logrado la hazaña de elevarnos por encima del resto de las especies.

En paz en y armonía viviremos más y con alegría, aunque después venga la muerte como un eterno descanso