Llegó sin previo aviso, como cuando iba a casa a auscultar a mi abuelita Rosario Piñeyro, en los últimos años de su vida. Estábamos en la redacción del diario El Sol, del cual era jefe de Redacción, año 1971.
Nosin tenía una personalidad desbordante, gran confianza y seguridad en sí mismo, venía a exponerme el sueño de su vida y requería mi ayuda para realizarlo.
Publicamos un reportaje a página entera en el cual el doctor Jorge A. Hazoury (Nosin) refería los graves problemas de diabetes que sufría el país y la necesidad de un hospital especializado en el tratamiento y cura de esa enfermedad.
Señalaba que el beneficiario de esa institución sería el pueblo dominicano y era a este a quien le correspondía aportar los fondos requeridos para la construcción de una edificación adecuada, diseñada y ejecutada para esos fines.
De inmediato hubo aportes significativos, desde los 50 centavos de la viuda del señor a quien primero le cortaron una pierna, hasta que la diabetes se lo llevó definitivamente.
La primera oficina del futuro hospital estuvo en la calle Barahona casi esquina 27 de Febrero, donde desde ya lo acompañaban la doctora Corina de Jesús y otros dedicados médicos.
Le invitamos a leer: Colegio Médico Dominicano desmiente se haya reunido con Gobierno
Me mantenía informado de todos los pasos de avance en la ímproba tarea de allegar los fondos, en la respuesta positiva de la mayoría de las personas e instituciones a quienes tocaba las puertas.
Le complacía esa respuesta, pero su impaciencia crecía en la medida en que la cuenta bancaria no engrosaba como él deseaba. Nunca manifestaba desaliento. Tenía siempre una sonrisa de cariño, amor y comprensión para todos, lo cual se traducía en optimismo permanente que inyectaba a quienes le rodeaban.
Con Nosin me unía que mi madre, Nieves Piñeyro, excelente maestra de primeras letras, lo alfabetizó, lo cual él pregonaba hasta las lágrimas que surcaron su rostro enrojecido la tarde de la muerte de mamá, mientras la ponderaba.
Su dedicada atención profesional contribuyó a que el tránsito de mi abuelita Rosario fuera menos traumático. Nunca cobró un centavo por sus eminentes servicios, como en la mayoría de los casos de pacientes de su amado pueblo Barahona. En su juventud sufrió los rigores de la tiranía de Trujillo que hasta le negó la posibilidad de viajar al extranjero a especializarse.
En medio del último maratón pro hospital de la Diabetes, el presidente Salvador Jorge Blanco me autorizó a informarle al doctor Hazoury, que el Gobierno donaría los fondos que faltaran. Ya él tenía el solar, los planos, los ingenieros, la voluntad y ¡manos a la obra! En el Hospital de la Diabetes está cumplido el sueño de un hombre bueno.