Cuando fueron encartados y presentados al país los 14 por el famoso caso Odebrecht, recuerdo que hice un análisis jurídico del expediente en una emisora de radio en la que trabajaba y allí concluí en que el mismo era un adefesio.
Además, bauticé al exprocurador como un abogado de secano y una copia China del Tartufo de Molière. Por eso, presagié que ese expediente era una cuchufleta cuyo propósito final era producir impunidad. Obviamente, esas críticas contra ese patesi propiciaron mi expulsión edulcorada de ese espacio.
El Impacto Sociológico.
Más allá de la exégesis jurídica y de la culpabilidad o negligencia de los actores del sistema, el mensaje negativo que se ha producido es el verdadero problema. Estamos en presencia de una burla social holística y de un premio Nobel otorgado a la putrefacción y la impunidad.
En virtud de ello, hoy tenemos un sentimiento cuasi-generalizado de que el país está podrido junto con la mayoría de sus autoridades. Diría el gran sociólogo y filósofo francés Émile Durkheim, que embonamos a la perfección y somos los máximos representantes de su teoría de la Anomia.
Desde esa perspectiva, aun siendo yo muy respetuoso del sagrado derecho a la presunción de inocencia de cada individuo me surgen las siguientes interrogantes. ¿Con ese tipo de sentencias no incentivamos la corrupción? ¿No quisieran muchos hoy desfalcar el Estado y pagar con 5 años de prisión?
De igual forma, desde el propio Estado estamos institucionalizando y beatificando la crematomanía y proyectando la corrupción como un modelo de éxito al que todos deberíamos aspirar. Ojalá que alguien recordara que así comenzó México y la Colombia de Pablo Escobar.
La Indignación.
Estoy convencido que dentro de los 14 que dieron origen al caso Odebrecht hay personas honorables y otros que son cleptómanos, tampoco soy miembro del segmento social que preconiza con vehemencia el populismo penal y creo que en cierta forma hemos avanzado algo en el país.
Sin embargo, en materia de lucha contra la corrupción administrativa estamos en 5to de primaria; lo peor es, que después tenemos que soportar a esos señores dando discursos de moral y cívica y aspirando a posiciones de elección popular con el mismo dinero que salió de la lámpara de Aladino.
En ese sentido, el caso Odebrecht en el país no es más que una fábula estridente plagiada del legendario Carlos Gardel y su excelso Cambalache. Ese circo distópico al que nos sometieron por casi 5 años cayó como el yodo en las antiquísimas heridas de esta funesta oclocracia.
Por tal razón, mi estado de indignación me constriñe a pedirle a los jóvenes lo siguiente; estudien para que se hagan ricos, jueguen béisbol para que consigan un contrato millonario o canten dembow y consigan dinero rápido. En su defecto, si no consiguen nada de eso háganse ricos como quiera que en este país es eso lo único que importa.