Principios estratégicos
Del Corolario Roosevelt al Corolario Trump
El Corolario Trump, aunque enraizado en la misma premisa geográfica, responde a un entorno internacional distinto y emplea herramientas diferentes
Theodore Roosevelt
La semana pasada, el Gobierno de los Estados Unidos develó su Estrategia de Seguridad Nacional, la cual presenta una redefinición amplia de la política exterior estadounidense, anclada en una noción más estricta del interés nacional, de la soberanía y de la primacía hemisférica. Su premisa central es que, durante décadas, la estrategia estadounidense se volvió difusa: excesivamente dependiente de instituciones globales, enredada en conflictos periféricos a los intereses nacionales y debilitada económicamente por el globalismo. El documento sostiene que Estados Unidos debe regresar a un enfoque disciplinado, basado en los intereses, que reafirme la soberanía, priorice la renovación interna y utilice el poder de forma pragmática. La segunda administración Trump presenta este giro estratégico como una corrección necesaria y como una restauración: una que reduce el alcance de los compromisos estadounidenses a nivel mundial y, al mismo tiempo, reafirma el liderazgo nacional donde más importa.
En el núcleo de la estrategia se encuentra una visión de la seguridad nacional que comienza en casa. El documento enfatiza la supervivencia y prosperidad de Estados Unidos como una “república soberana”, insistiendo en el control de fronteras, la protección frente a influencias extranjeras hostiles, la reindustrialización, la autosuficiencia energética y un ejército robusto capaz de disuadir y de ganar de manera decisiva. El énfasis interno —en la cohesión cultural, la meritocracia y la recuperación industrial— señala que la fortaleza nacional depende tanto de la salud social como de la postura militar o diplomática. La seguridad nacional se reimagina así como un proyecto integral en el cual los cimientos económicos, culturales, tecnológicos y políticos son inseparables del poder estadounidense en el exterior.
Donald Trump, presidente de EEUU.
Este enfoque holístico estructura los principios estratégicos que guían la acción exterior estadounidense. El documento articula una visión contenida pero firme del mundo: no intervencionista en principio, intervencionista cuando los intereses vitales están en juego; realista en sus expectativas, pero no aislacionista; defensora de la soberanía, pero comprometida con impedir que potencias adversarias dominen regiones clave. Estos principios reflejan una recalibración del liderazgo estadounidense, no su abandono. El objetivo no es gestionar el mundo, sino asegurar a la nación dentro de él, mediante la fuerza, la participación selectiva y una atención renovada a la competencia económica y tecnológica.
Dentro de esta arquitectura, el hemisferio occidental emerge como la arena fundamental de la seguridad estadounidense, evocando la tradición más antigua de la política exterior del país: la Doctrina Monroe. Es aquí donde el documento introduce su innovación más significativa desde una perspectiva histórica: la declaración de un “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe. La Estrategia afirma sin ambigüedades que Estados Unidos “afirmará y hará cumplir” este corolario para garantizar que el hemisferio permanezca libre de la influencia militar o económica de potencias extrahemisféricas y que el acceso estadounidense a ubicaciones estratégicas no se vea desafiado.
Esta referencia explícita a la Doctrina Monroe invita a comparar el nuevo enfoque con el famoso Corolario Roosevelt de 1904. Theodore Roosevelt transformó la Doctrina Monroe —que originalmente advertía a las potencias europeas contra cualquier intervención en el hemisferio— en una afirmación de intervención preventiva por parte de Estados Unidos. Argumentó que la inestabilidad crónica en los Estados latinoamericanos podía provocar la intervención europea, lo que amenazaría la seguridad nacional. Para prevenirlo, Roosevelt declaró que Estados Unidos ejercería un “poder de policía internacional” para intervenir, estabilizar finanzas o imponer orden. El corolario justificó intervenciones estadounidenses en República Dominicana, Cuba, Panamá y Centroamérica, expandiendo la autoridad estadounidense de la mera defensa a la gestión hemisférica.
El Corolario Trump, aunque enraizado en la misma premisa geográfica, responde a un entorno internacional distinto y emplea herramientas diferentes. Su objetivo central es impedir que competidores extrahemisféricos —implícitamente China— adquieran influencia estratégica mediante inversiones, control de infraestructura o acceso militar. El peligro ya no son los cañoneros europeos, sino los puertos, redes digitales, sistemas de telecomunicaciones o industrias extractivas controlados por actores externos que podrían facilitar espionaje, coerción o proyección militar. Mientras Roosevelt buscaba impedir la intervención europea mediante intervenciones directas en Estados inestables, Trump busca impedir la influencia china reestructurando la arquitectura económica y de seguridad del hemisferio.
Aun así, las similitudes entre los dos corolarios son notables. Ambos afirman que Estados Unidos tiene una responsabilidad especial en la estabilidad hemisférica. Ambos justifican la acción estadounidense —diplomática, económica o militar— cuando los desarrollos regionales amenazan con abrir la puerta a potencias externas. Ambos sostienen que la seguridad estadounidense comienza no en el mar del Sur de China ni en Europa del Este, sino en el Caribe, Centroamérica y la región andina. Y ambos responden a vulnerabilidades geopolíticas percibidas: Roosevelt frente al imperialismo crediticio europeo; Trump frente al ascenso de China mediante préstamos, infraestructura y apalancamiento económico asimétrico.
Pero las diferencias son igual de profundas. El Corolario Roosevelt fue intervencionista en el sentido clásico: implicó despliegues militares, administración financiera y, en ocasiones, la sustitución de autoridades locales. El Corolario Trump, por el contrario, es intervencionista en términos económicos, de seguridad y diplomáticos, pero evita el lenguaje de tutela. En lugar de ello, enfatiza la asociación, la distribución de cargas y la realineación económica. Según la Estrategia, Estados Unidos “alistará” a socios regionales para combatir carteles, asegurar fronteras y frenar la migración desestabilizadora, mientras “expandirá” sus vínculos con gobiernos dispuestos a alinearse económica y estratégicamente con Washington. También prevé reforzar cadenas de suministro, usar aranceles y financiamiento para orientar decisiones económicas y aprovechar tecnología e inversión estadounidenses para desplazar la influencia extranjera.
Además, mientras Roosevelt intervenía para imponer orden, el Corolario Trump interviene para imponer exclusividad: para asegurar que el hemisferio esté incrustado económica y estratégicamente en un entramado liderado por Estados Unidos y no por Pekín. También justifica medidas militares potenciales: ajustes en el despliegue estadounidense, operaciones específicas contra carteles y una mayor presencia de la Guardia Costera y la Marina para proteger rutas marítimas. Estas acciones reflejan la lógica rooseveltiana de que las amenazas regionales exigen gestión activa, aun si los instrumentos han evolucionado.
El Corolario Trump también refleja un panorama global más competitivo. Roosevelt asumía que Estados Unidos podía actuar unilateralmente sin resistencia significativa. La Estrategia de 2025 reconoce la competencia entre grandes potencias y argumenta que la permisividad estadounidense permitió que adversarios adquirieran influencia estratégica en el hemisferio. Revertir esa influencia —ya sea en puertos, redes digitales o minerales críticos— se presenta no solo como deseable, sino como vital para la supervivencia nacional.
Por último, mientras el Corolario Roosevelt veía a los Estados latinoamericanos como políticamente débiles y necesitados de disciplina externa, el Corolario Trump los ve como socios estratégicos cuya alineación depende de incentivos económicos y tecnológicos. Este cambio refleja una transición del siglo XXI: de la intervención territorial a la competencia por cadenas de valor, estándares tecnológicos, infraestructura energética y ecosistemas digitales. La primacía ya no se ejerce mediante protectorados, sino mediante mercados, inversión y acuerdos condicionados.
Más allá del hemisferio, la Estrategia de Seguridad Nacional presenta una postura competitiva pero contenida hacia Asia, Europa, Medio Oriente y África. Identifica a China como el desafío central, exige una reestructuración del comercio y de las cadenas de suministro, y llama a fortalecer la disuasión en la Primera Cadena de Islas. Para Europa, aboga por un renacimiento civilizacional y por una desescalada rápida de la guerra en Ucrania; en Medio Oriente, aspira a transformar una región de conflicto en una de inversión y diplomacia; en África, propone pasar de la ayuda a la inversión estratégica. En todas las regiones, el hilo conductor es un compromiso selectivo guiado por la soberanía, la fuerza y la reciprocidad.
En resumen, la Estrategia de Seguridad Nacional de 2025 marca una evolución significativa en el pensamiento estratégico estadounidense. Reduce los compromisos globales, profundiza la ambición hemisférica y redefine el liderazgo internacional como función de la renovación interna. El Corolario Trump surge como la innovación doctrinal más importante: una reinterpretación del Corolario Roosevelt adaptada a un mundo donde la competencia entre grandes potencias se libra mediante cadenas de suministro, energía y tecnologías digitales, más que mediante ocupación territorial. Invocando el legado de Roosevelt, pero transformando sus métodos, la administración Trump reafirma a Estados Unidos como guardián del hemisferio: firme, exclusivo y claro en su premisa de que la seguridad estadounidense comienza en las Américas.