§ 33. Con la documentación de la palabra “cuero” en cinco décimas de Juan Antonio Alix queda probado el uso del vocablo en la región del Cibao entre 1901 y 1918, fecha esta última del deceso del poeta popular.
§ 34. De lo que no obtuve prueba es del uso del vocablo “cuero” en las obras principales de los dones y las doñas de la literatura dominicana en el siglo XIX(1). El apego a la moral, las buenas costumbres y la religión católica de los escritores y escritoras que escribieron en el siglo XX explica el borrón de esa palabra pecaminosa en gente tan “seria”.
La estética y la moral de la lengua les vedaban escribir sobre un tema de cotidianidad tan palmaria, pese a que los escritores machos conocieron el camino de las casas de perdición, cobijadas bajo nombres eufemísticos: casa de cita, zona de tolerancia, burdeles, zona roja, etc.
Salvo error u omisión de mi parte, nada de “cuero” en Bonó, Galván, Penson, Francisco Gregorio Billini, y Federico García Godoy (El Montero (1856), Enriquillo (1882), Cosas añejas (1891), Baní o Engracia y Antoñita (1892),Rufinito (1908), Alma dominicana (1911) y Guanuma (1914)y ni pensar en Salomé Ureña, Josefa Perdomo y Amelia Francasci.
Casi todos los escritores del siglo XIX se educaron bajo la férula del padre Billini en el colegio San Luis Gonzaga o en otros de inspiración religiosa.
§ 35. Habrá que esperar los años 40 del siglo XX para encontrar la palabra “cuero” en algunos escritores.
Entre 1901 y 1939, alusiones, eufemismos y la escena sexual de los Cuentos frágiles (1908) de Fabio Fiallo, envueltos en ese ritmo modernista de nobles, cortesanas, orientalismo y exotismo que abrirá paso en el cuento “Esquiva” al tema de la prostitución y luego a la inscripción del personaje del cuero en la narrativa posterior a 1908: “Y resultó que una noche, cinco compañeros de mesa alegre y champagne embrujador, nos fuimos a epilogar nuestra alborozada cena a uno de los cabarets más en boga de los altos arrabales de la ciudad (…) Cuando llegamos, ya los tizones de la bacanal ardían en los cuatro puntos cardinales de aquel templo esplendoroso del vino y la lujuria. Se bailaba, se cantaba, se decían a voces chistes obscenos, se reía a carcajadas.
Aquel contento general era, a la vez, formidable y espantoso. A pesar de nuestro champagne, al entrar quedamos deslumbrados y cohibidos. Mas, a poco, ya éramos de los más intrépidos en las falanges del escándalo; y la mesa que se nos asignó, viose, al punto, rodeada de las mujeres más bellas e impúdicas del salón, que se nos sentaban en las rodillas y nos hacían beber, mezclados y confundidos, todos los licores, hasta no poder más.” (Pp. 182-183).
Esta escena sucede en pleno régimen autoritario de Mon Cáceres y se diría que es un preludio a los años locos vividos por Europa después de la Primera Guerra Mundial, pero también es un permiso para que el protagonista Antonio Portocarrero escenifique en La Sangre (1976: 77 [1913]), de Tulio Cestero,unas relaciones sexuales dentro de un coche con una joven que no puede ser una señorita “decente” de sociedad.
§ 36. Aunque escribe su experiencia biográfica de juventud con pantalones largos a los 15 o 18 años, o sea, entre 1901 y 1903, Francisco Eugenio Moscoso Puello (1885-1959), en Navarijo (Cosmos, 1978: 378 [1956] revela sus andanzas por los burdeles, aunque en toda la obra no aparece la palabra “cuero”: “Mi educación de hombre la completó un cubano, dependiente de una ferretería en la calle Palo Hincado. Hablaba cosas interesantes.
Era un hombre muy competente. Supe entonces dónde estaba El Brasil y Ponce.
Fui de paseo por los alrededores del Cisne en la Sabana del Estado. Y recuerdo cómo una prima noche fui al propio Ponce a ver cómo funcionaban las cosas por allí.” Otras alusiones de Moscoso Puello a la prostitución aparecen también en Navarijo, pp.98, 188 y 237.
Lo que significa que el Santo Domingo de fines de siglo XIX estaba sembrado de burdeles y cabarés, pero la estética y la moral de la lengua asumidas por los escritores no les permitió documentar en sus obras literarias el fenómeno de la prostitución y mucho menos la palabra tabú, cuero.
Sin embargo, la prostitución no estaba limitada a las barriadas de la parte alta de la ciudad, como queda documentado por el poeta Fiallo, sino que el barrio Ponce, ubicado en pleno centro de la Capital, entre la José Gabriel García y la Meriño, será descrito como zona de prostitución por Ramón Lacay Polanco en su novela existencialista En su niebla: “Chulos, prostitutas puertorriqueñas, vagabundos, muchachos hábiles en papeles de tercería, politicastros de bastón, sombrero panamá y grueso bigote, gente toda, desfilaban en procesión interminable por las puertas de la taberna frente al mar, cruzaban hacia el billar de la otra esquina o se introducían en prostíbulos iluminados con bombillos rojos y azules. Algún automóvil de cortina corrida se detenía frente a una puerta, y las tetudas madres se asomaban a las aceras para descubrir la aventura y chismorrear más tarde.” (1994: 66-67[1950]).
He aquí, sin censura, hecha por un escritor que se movió en la era de Trujillo tanto en aquellas superficies sórdidas como en las alturas del poder, una lista de los clientes de los prostíbulos desde 1901 a 1950.
§ 37.El entorno social e histórico de la industria de la caña de azúcar es inseparable de la prostitución. Por esta razón, lo que he llamado el ciclo de novelas de la caña no escapa a esta regla.
Cinco novelas componen este ciclo que va de 1935 a 1940, si incluimos en él una novela escrita, según su autor Manuel Antonio Amiama, en 1960, pero publicada a veinte años de distancia de la última del ciclo: Jengibre, de Pedro Andrés Pérez Cabral.
El tiempo de los acontecimientos narrados en la primera novela que inaugura este ciclo, Los enemigos de la tierra (Ciudad Trujillo: La Nación 1936 [1976] de Andrés Requena, se sitúa en 1929-30, cuando el protagonista Martín Román llega en busca de mejor vida a la Capital desde un lejano campo de Neyba y es acogido por su primo Mario Acosta, una víctima del espejismo de la ciudad como sueño de mejoría y riqueza rápida.
Martín Román también cae víctima de ese mismo espejismo y hereda el mismo mundo sórdido de prostitución, drogas y juego, pero luego del paso del devastador ciclón San Zenón, enfila hacia el Este, específicamente a San Pedro de Macorís, adonde cree que cuajará su proyecto de una vida mejor, pero vuelve derrotado a su campo de donde salió y es acogido como el hijo pródigo de la parábola.
Para los detalles del mundo de la prostitución y la experiencia del protagonista, véase (1976: 36, 47 63, 31), pero no aparece la palabra “cuero”.
Como tampoco aparece dicho vocablo en Cañas y bueyes (1936) de Francisco Eugenio Moscoso Puello, sino alusiones y metáforas a ese tema tabú (1978: 17, 16, 75,122, 130, 166), al igual que en Over (1939) de Ramón Marrero Aristy, novela en la que solo aparecen los mismos eufemismos encontrados en los escritores precedentes (1976; 112, 219, 221-222) y en El terrateniente, de Amiama, aparece una sola alusión al mundo de la prostitución con el eufemismo de “mujeres libres” (1981: 605-06, 609.
Solo en Jengibre (1940), de Pérez Cabral, aparece la palabra “cuero”, así como suena, pero una sola vez en todo el texto y a cargo del narrador-personaje, porque las demás apariciones son igualmente eufemismos: “Años atrás, tenientes los dos, le tuteaba, y parrandearon juntos, golpeando a los cueros y estrellando los vasos cuando en las casas de putas escondían las últimas cervezas, para salvarlas.
Recuerda Luis Fortuna cómo era de pargo su dueño de ahora, relajado por las hembras con chulos, cubeado por los maipiolos que se agrandaban los montones de frascos cada vez que le notaban borracho.” (1978: 153).
NOTA
1.Se sabe que la prostitución vino a la Española en el segundo viaje de Colón y se incrementó con Ovando y los sucesivos gobernadores coloniales, pero en la parte occidental de la isla, asediada entre 1655 y 1690, por franceses, luego de asentarse en la islas de Vaca y la Tortuga, bucaneros y filibusteros penetraron tierra adentro y comenzaron a fijarse y fundar poblaciones.
Y Antonio del Monte y Tejada en su Historia de Santo Domingo (Ciudad Trujillo: Impresora Dominicana, t. II, 1963:49, 51) documenta, en el capítulo III, la llegada de “mujeres europeas” a los pueblos fundados por franceses en esa parte del oeste y que los españoles perdieron en poco tiempo.
A semejanza del lejano oeste americano que se nutrió de prostitutas de la Luisiana o directamente de Europa, aquel mundo de hombres violentos vino a saciar su apetito sexual con la llegada de prostitutas, pues en pleno siglo XVII, ¿cuál señorita de sociedad se hubiese aventurado a embarcarse con destino a estas islas? Es lo que sugiere, sin decirlo, Del Monte cuando acota: “Emprendió [D’Ogeron] la colonización, nombrando Gobernador a M. Fant y tuvo la dicha de recibir un refuerzo de mujeres que la casualidad condujo a aquel puerto.
Semejante cargamento, tan apetecible para unos hombres que habían vivido privados de esta sociedad, produjo grande alegría, animándolos a emprender con ardor sus establecimientos agrícolas.”
En síntesis
§ 38. Aunque La Mañosa, novela de Juan Bosch vio la luz en 1936, esta no pertenece al ciclo de la novela de la caña. Por supuesto, a pesar de que las revoluciones montoneras están asociadas, junto a los pueblos vencidos, con la prostitución, en esta obra no aparece ni rastro de este tipo de vida tan común a los soldados.
En los cuentos de Bosch, que obedecen a la concepción moral de la literatura del positivismo armónico de Hostos, los personajes campesinos, en su mayoría, están exentos de relaciones prostibularias.
Solamente un cuento de Bosch tocó el tema de la prostitución, “Fragata”, una prostituta ubicada por el narrador en los suburbios de una pequeña ciudad y la casa donde se muda es un barrio alejado vigilado por los hombres y mujeres guardianes de la moral y las buenas costumbres y la presión social que ejercen obligan a Fragata a abandonar el sitio, pero el narrador adorna a su personaje con los mejores atributos humanos, casi un remedo de “Bola de sebo”, de Guy de Maupassant.
El entorno social e histórico de la industria de la caña de azúcar es inseparable de la prostitución. Por esta razón, lo que he llamado el ciclo de novelas de la caña no escapa a esta regla.