No puede ser coincidencia. Y si realmente lo fuera nadie lo aceptaría, pues ya hemos visto demasiado. Por eso la muerte de David de los Santos, quien se encontraba detenido en el destacamento policial del ensanche Naco, nos vuelve a confirmar que esa no puede seguir siendo la Policía a la que confiamos la protección de nuestras vidas, bienes y propiedades.
“Lo que la Policía mató fue un profesor. Esa casita que ustedes ven ahí hace dos meses se la terminó de hacer a su mamá. Su meta era poner a su mamá bien, para luego él salir del barrio; le hizo la casa pero no pudo salir. Daniel no tenía problemas psiquiátricos, él no agredió a nadie”.
El testimonio ofrecido por su mejor amigo no solo describe la facilidad conque se trunca un sueño, una vida joven y valiosa que apenas empieza su recorrido por este mundo, sino también las intenciones de encubrir el hecho, pues según denunciaron sus familiares se les quiso hacer firmar un papel en el que las autoridades establecían que las heridas que le provocaron la muerte, que su certificado de defunción describe como homicidio debido a “un trauma contuso craneoencefálico severo”, se las infligió él mismo luego de sufrir una “crisis mental” que lo indujo a actuar de manera violenta contra sí mismo.
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Era inevitable que la muerte del joven profesor de educación física de 24 años, apresado el pasado miércoles en una plaza comercial, se asociara con la de otro joven en San José de Ocoa hace apenas dos semanas, pues ambos recibieron los golpes que provocaron sus muertes cuando se encontraban bajo custodia luego de ser apresados.
La Policía garantizó ayer en un comunicado la transparencia de la investigación que realiza, tras afirmar que los derechos constitucionales e individuales de los detenidos deben ser respetados sin excepción.
Suena bonito pero muy poco convincente porque lo cierto es que hace muchas excepciones, y por eso hay dos familias desconsoladas sufriendo las consecuencias.