El Museo de Arte Moderno actualmente está ocupado por una exposición gigantesca y un artista gigante. Con excepción de las Bienales, ni colectiva, ni muestra individual se habían apoderado así de los espacios del sótano al segundo piso, incluido.
La tercera planta se quedó con la colección permanente institucional, pero Ramón Oviedo hubiera podido adueñarse de sus salas: su creación y su creatividad fueron infinitas…
La retrospectiva ‘Oviedo 100 años”, concebida, curada, organizada por la Fundación Ramón Oviedo, en el Museo de Arte Moderno con su equipo, propone, dispone, impone una descomunal riqueza y una maestría incontenible. Cientos de pinturas y dibujos -¡que hubieran podido llegar hasta mil!- casi se apretaron en la superficie, en la horizontalidad y la verticalidad.
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Genio y amor
El héroe de esa iniciativa y realización se llama… Omar Molina Oviedo. Es el nieto de Ramón Oviedo, ha aprendido con él y le ha acompañado hasta el final. Obviamente, esta exposición expresa el amor. Más allá del entusiasmo por un artista excepcional, un sentimiento profundo lo ha motivado y encauzado. Artista contemporáneo joven aún y talentoso, Omar encabeza la Fundación, y desde hace tres años, prepara las manifestaciones que ilustran el siglo Oviedo.
Esa entrega, donde la emoción se funde con el genio del abuelo, tiene su primera culminación con la magna retrospectiva… Los coleccionistas –los hay con colecciones increíbles- han respondido con generosidad y júbilo… cediendo sus tesoros a modo de aprecio y agradecimiento.
El resultado es “una explosión de colores y de formas inéditas”, así se expresó Oswaldo Guayasamín de Ramón Oviedo, al exponer sus pinturas en Quito.
Es una excelente definición, que también vale para esta exposición retrospectiva, no solo para los que van descubriendo una producción fabulosa, sino para quienes la conocen y la aman… ¡algo nuevo siempre se revela!
Esta acumulación de obras se fundamenta en la fruición, la pasión, la veneración, mucho más que una museografía metódica y un circuito dirigido. Es cómo la podemos recibir, (ad)mirar y reconocer, y por tanto debemos volver a disfrutarla.
Creatividad desafiante
Contemplamos una retrospectiva que parte del 1950 y alcanza la segunda década del 2000, inducidos por un panel biográfico y algunas notas -¡hay pocos textos felizmente!-. La organización museográfica es desigual, está muy bien lograda en el sótano con documentos, fotografías y hasta mapas diseñados por Oviedo antes del medio siglo. Igualmente, la sala de los autorretratos, tan variados en estilo y humor(es), que lleva por delante el emblemático Gran Premio de la Bienal 1974, “Uno que, va uno que viene”.
La pintura de Ramón Oviedo es un desafío permanente. Cuando ya creemos haber descifrado la obra presente, el maestro habrá iniciado una etapa que provoca otras reflexiones. Hay en su personalidad e inspiración un caudal inagotable, ¡el auténtico fenómeno Oviedo!
Una libertad total permite al artista trabajar un soporte a su guisa, cambiar estilo y factura, cumular lo aleatorio y lo premeditado en la composición, y si él lo decide – vale decir lo siente compulsivamente-, también puede borrarlo todo. Pintará con igual entusiasmo un cuadro por encima del primero, especie de arqueología pictórica, a la manera de civilizaciones sepultadas y sus capas sucesivas de testimonios.
Ahora bien, es el extraordinario dominio técnico, la extraordinaria habilidad del creador, que le permite esa libertad total. Él juega con las disonancias y la cacofonía, la espontaneidad y el gesto, la provocación. Pero esas energías aparentemente desbocadas culminan en el control perfecto de la buena pintura. Esto, lo logra un virtuoso del pigmento, de las mezclas, del cromatismo.
Dibujar y pintar la miseria, la protesta, la insurrección, la enfermedad, requería la figuración. Sin embargo, ninguna expresión o fórmula le detiene: Ramón Oviedo se sitúa más allá de la abstracción o la figuración, llegando a inventar una simbiosis de ambas, y a practicar finalmente la abstracción.
La exposición retrospectiva nos enseña, en varios cuadros, que había un Oviedo picassiano, Pablo Picasso siendo el pintor al que más admiraba. Hasta confesaba una influencia que él había mantenido voluntariamente…
Coda
Si no queremos decir que tantas obras expuestas sobrepasan la capacidad de ver, debemos reconocer que se hace difícil reflexionar, comentar y más analizarlas individualmente. Ahora bien, el problema no se plantea para la inmensa mayoría de los públicos, y la solución es repetir la visita… A Ramón Oviedo le hubiera encantado.