Premio Nacional de Literatura a monseñor Freddy Antonio de Jesús Breton Martínez de La Fundación Corripio.
Me complace saludar muy cordialmente a todos los que hoy nos honran con su presencia, y en especial a aquellas personas e instituciones que han hecho posible este encuentro.
Me refiero especialmente al Ministerio de Cultura de la República Dominicana, en la persona de la Ministra Milagros Germán, al Sr. José Luis Corripio Estrada, presidente de la Fundación Corripio, así como a los distinguidos Miembros del Jurado. Mi sincera gratitud a todos.
Recibo humildemente este galardón que me halaga y me compromete.
Entiendo que es un estímulo, especialmente para los jóvenes y las generaciones que han de venir. Porque yo he sido como cualquiera de ellos; he experimentado incluso las precariedades de una vida de estrechez, pero también la gran satisfacción de la dignidad a toda prueba y del trabajo constante por la superación personal. Solo que esto, como el buen vino, tiene que añejarse.
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Me sentiría sobradamente satisfecho si, al mirar mi recorrido, algunos jóvenes encontraran motivación suficiente para vencer los obstáculos y luchar denodadamente por dar a la patria lo mejor de sus capacidades.
En mi proceso han intervenido innumerables corazones, mentes y brazos que, minuto a minuto, han hecho su trabajo en mi persona: padre y madre; hermanas, hermanos y demás parientes. Profesoras, formadores, profesores… Y todos los que de algún modo han colaborado pacientemente en esta larga siembra.
Tengo, por ejemplo, el raro privilegio de contar todavía a mi avanzada edad, con dos excelentes y queridas profesoras, actuales habitantes de esta tierra dominicana: Doña Gloria Taveras, mi profesora del tercer curso de primaria. Y Doña Mariana Onofre de Fernández, de séptimo de la intermedia. (Diríamos que, o ellas han salido muy longevas, o yo no soy tan viejo…). Gracias a Dios, ambas se han mantenido muy cercanas a mi persona.
Así que, tengo una gran deuda con infinidad de gente, incluso muy humilde, pues para aprender nunca he hecho distinción entre sapientes o ignorantes. He aprendido de todos.
Parece que ahora es mi tiempo de cosecha. Por supuesto, ofrezco gustosamente este premio a mis padres, a mis parientes y profesores. También, a la institución que me formó y a la cual sirvo, la Iglesia Católica.
He cultivado la escritura durante considerables años. En mi libro «Los entresijos del viento», planteo algo que presupone el ejercicio escritural: ¿Para quién trabajamos? ¿Influye la ‘criatura’ sobre el creador?
Dije al respecto: «¿Nos pertenece lo que escribimos? …el autor no es sin más el agente, es decir, el elemento activo y lo creado es lo pasivo… Solo diré´, por ahora, que mis creaciones –aun las más sencillas– han sido mis maestras y también mi control. Soy su creador, pero también su lector, y como tal, aprendo de lo que escribo. Mi creación me inspecciona, pues debo ser coherente con lo que he profesado. Escribir no es un acto lúdico sino una declaración de principios. Para mi gozo, mi producción me vigila, me controla». («Aires urbanos», en «Los entresijos del viento», 2019).
De todo corazón: gracias a Dios. Gracias a ustedes.