Palestina, la resistencia de la memoria

Palestina, la resistencia de la memoria

No hay arma más peligrosa ni medio de lucha más eficaz que la memoria, y el poder lo sabe. Resistente, indomable, insobornable, ella obra para impedir que este falso absoluto que llamamos presente perpetúe la injusticia y la opresión por vía del olvido. Esa memoria nos hace ver que la historia humana parece amar de forma misteriosa las ironías y las paradojas. La historia del moderno Estado de Israel es la trágica historia de cómo las víctimas se convirtieron en verdugos y los abusados en abusadores, y de cómo los oprimidos de ayer pasaron a ser los opresores de hoy. He ahí en un solo acto la verdadera tragedia del Estado sionista de Israel.

La historia de la Palestina ocupada en el siglo veinte es la historia de una catástrofe, de la nakba. Así llaman los árabes a la expulsión violenta de cientos de miles de palestinos de sus tierras en 1948, cuando se fundó Israel sobre la repartición de la Palestina histórica. Es la historia de un despojo por obra de un proyecto colonial, de una tierra robada y usurpada, de una población nativa sistemáticamente despojada, humillada, agredida y ocupada. Pero también es la historia de una memoria resistente que se niega a ser borrada.

Por largo tiempo el gran éxito del relato sionista consistió en lograr pintarse ante el mundo como la víctima agredida mientras en realidad era el victimario agresor. El otro, el agredido, era vindicado como el malvado, la bestia salvaje y violenta, infrahumana. Las guerras árabe-israelíes y el terrorismo palestino alimentaron ese relato mendaz. Hoy ya no es posible seguir alimentándolo, vendiéndolo y haciéndolo creíble al mundo entero porque se ha derrumbado, se ha desfondado a la vista de todos.

La verdadera bestia ha mostrado sus fauces. Y, pese a ello, persiste una doxa errática basada en lugares comunes que insiste en hacerle el juego: que ese conflicto no tiene solución, que proviene de los tiempos bíblicos (todo parece estar contenido en las profecías bíblicas), que esa gente lleva más de dos mil años matándose entre sí, que eso tú y yo no lo vamos a arreglar desde acá. Lo pernicioso de ese tipo de opinión común formateada por los medios y las iglesias es que en nada ayuda a comprender el problema de fondo y sólo sirve de excusa para eludir la verdad.

La expresión “conflicto palestino-israelí” es un eufemismo de la diplomacia y la política, una manera neutral de llamar a las cosas y, sobre todo, una mistificación de la verdad. Porque en la raíz de tal “conflicto” entre israelíes y palestinos lo único que ha habido desde siempre es agresión, despojo y ocupación colonial de un lado, y resistencia tenaz y radical del otro. Opresores y oprimidos, ocupantes y ocupados. Pero el discurso del poder dominante todo lo manipula y lo distorsiona. Entonces se habla de “conflicto”, en términos falsamente neutrales, de operación militar en vez de agresión, de ofensiva en lugar de masacre, de represalia y no de genocidio; se habla de “hostilidades armadas” allí donde no hay una guerra simétrica, como aquella que ocurre entre dos bandos enfrentados más o menos iguales en fuerza, sino solo abuso sistemático y descomunal superioridad de un bando sobre otro.

Habrá que decirlo y repetirlo una y otra vez hasta que haga oír a los sordos: mientras haya ocupación militar habrá resistencia, armada o pacífica. La violencia de la ocupación genera la violencia de la resistencia. Este esquema fatal no puede crear otra cosa que una interminable espiral violenta que no cesa de reproducirse y que no tiene salida fuera de la solución de los dos Estados. Los israelíes quieren seguridad y solo obtienen más resistencia. Los palestinos quieren un Estado y solo obtienen más asentamientos ilegales. No es un problema religioso. La raíz de todo sigue siendo la ocupación.

Alexei Sayle, un comediante judío-británico, caracteriza así la política israelí hacia los palestinos: “Es la psicología del asesino, del violador, del matón. Eso es lo que Israel es en esta situación”. Gideon Levy, periodista israelí del diario “Haaretz”, suele comparar la conducta de los Gobiernos de su país a la del “matón del barrio”, la del «abusador». Norman Finkelstein, politólogo estadounidense de origen judío, declaró una vez: “Israel se comporta como un Estado satánico”. Podría citar ahora a tantos otros judíos y no-judíos disidentes: Noam Chomsky, Robert Fisk, George Galloway, Naomi Klein, IlanPappé, Uri Avnery, Gilad Atzmon, Amira Hass, Nurit Peled-Elhanan. Curiosamente, los críticos más lúcidos y radicales de la barbarie demencial de Israel son todos judíos. El Estado canalla los estigmatiza, los tilda de “traidores”, “judíos que se odian a sí mismos”, pero ellos son la verdadera reserva moral de ese pueblo.

Hace rato que Israel se ha deslegitimado por completo frente a la humanidad. Su ausencia de legitimidad se inscribe violentamente sobre los cuerpos inermes de los miles de niños palestinos asesinados por su ejército y sus Gobiernos. Ya no puede darle al mundo cátedras de moral ni de nada porque se ha desacreditado. Solo sabe replegarse sobre sí mismo, aislarse y atacar, agredir al otro, solo sabe masacrar población civil indefensa. Pero las cosas empiezan a volverse en su contra, cada vez pierde más aliados y gana más adversarios, cada vez siembra más odio e indignación. Ya nadie cree en las viles mentiras que difunden sus embajadores y voceros por todo el mundo.

Edward Said nos recuerda que, para Israel, Palestina no es más que una ausencia deseada. Todas sus políticas de apartheid, de humillación y sufrimiento, de despojo permanente, de asentamientos ilegales, de asedio y bloqueo, de brutal represión política y militar, de masivas detenciones arbitrarias (hasta de niños y adolescentes tirapiedras), de asesinatos selectivos y matanzas indiscriminadas, de abusos y atrocidades, de violaciones de derechos humanos elementales, todas ellas son políticas desquiciadas que persiguen los objetivos clave del colonialismo sionista: mantener el statu quo, perpetuar infinitamente la opresión, expandir el territorio de Israel boicoteando la solución de los dos Estados, imposibilitar a toda costa la creación de un Estado palestino libre, independiente y soberano. Que no haya Palestina, que jamás haya un Estado palestino sobre la faz de la tierra, que los palestinos de Gaza y Cisjordania sean eternamente parias y proscritos en su propia tierra. He aquí el viejo sueño anhelado del sionismo: el Gran Sion, el Gran Israel, sin palestinos.

Y, sin embargo, Palestina es una presencia terca y tenaz. Sigue ahí, viva y combativa, resistiendo, encarnando la resistencia de la memoria. Un día, tarde o temprano, inexorablemente, habrá Palestina. Por sobre las mujeres y los niños masacrados y las madres desconsoladas y los hogares arrasados y los escombros y los muertos y los mutilados, por sobre todo el horror y el terror de los bombardeos y la sangre derramada y la tierra robada, por sobre toda la canalla sionista y el maldito ángel exterminador de la muerte y la destrucción, yo sé que un día habrá Palestina. ¡La habrá!

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