En días pasados un muy buen amigo me envió el link de un artículo de Noam Chomsky sobre la super vigilancia del Estado americano sobre la vida privada de sus ciudadanos, en particular de los “heterodoxos”, aquellos que piensan o se comportan fuera de los cánones habituales. Excelente, como todo lo que viene de Chomsky. Pero me llamó mucho la atención el remitente. Resulta que mi amigo es un devoto de la revolución cubana y un enamorado de Fidel Castro. ¿Y qué de la super vigilancia del Estado cubano sobre la vida privada de sus ciudadanos? Hay ciertamente una diferencia importante, y es que para el pensamiento socialista no hay vida privada (una cuestión que Bakunin tempranamente criticaba a Marx). En esta ideología, el sujeto es en función de la comunidad, no de sí mismo. Quizás por ello lo vean de forma diferente, porque no puede uno encontrar lo que nunca ha perdido.
La misma diferencia, cambiando el objeto, surge al estudiar el Estado. Estado es el Estado capitalista, en el socialismo no hay Estado. Sus intelectuales (debían ser “orgánicos”, pero esto tampoco lo aceptan) le dan vueltas y vueltas al asunto, utilizando todo tipo de giros y eufemismos para demostrar, pretendidamente, que el Estado socialista no es Estado. Si hay coerción, es en aras de la construcción del socialismo, por ende justificada. Si hay represión, no pueden permitirse crímenes «de clase”. Si hay diferencias frente a las instituciones, son indispensables a efecto de la organización de la sociedad. Y así por el estilo.
El hecho cierto e innegable es que en todas las sociedades humanas ha habido, hay Estado. Y, como parte del Estado, gobierno. Esto significa separación, restricción, coerción, censura, represión. La organicidad del Gobierno respecto de los dueños del capital –la burguesía-, es todo un tema, es decir, la “independencia” del Gobierno respecto del capital. De igual manera, los recursos del Gobierno para contener y manejar la sociedad civil. En esto hay una obvia simbiosis: el Gobierno necesita al capital, y viceversa.
La ideología es imprescindible para la estabilidad social. Un amasijo de leyendas, mitos, cuentos, principios morales, sueños, verdades evidentes… Por poner un ejemplo, pensarse como el pueblo escogido por dios debe ayudar mucho en la aceptación propia y dar el mejor perfil a la religión de la raza. Alemania peleó en la II Guerra Mundial convencida de que la raza aria es superior. Donald Trump dice ahora que hará América grande, de nuevo. En Europa abundan los reyes, es decir, individuos excepcionales designados por dios. Podría seguir indefinidamente.
Cuentos los hay grandes, enormes, o pequeñitos, como que la virgen de las Mercedes hacía devolver las flechas contra los indígenas que las disparaban. Hay ideas más vastas, que la persecución irrestricta del bienestar personal, definido como la disposición abundante de bienes de consumo, conduce a la mejor sociedad. Lo que no hay es ausencia de ideología. Hay quienes confunden –entre ellos mi buen amigo- entre la ideología propia y la ausencia de ideología. Llamar “ciencia” a las propias creencias, para anteponerlas a las ideas ajenas, es una simple racionalización –ideológica, por cierto-, que no cambia nada.
A todo esto, ¿dónde queda la Patria? ¿Qué es la Patria? ¿El territorio (una condición indispensable)? ¿La “sociedad”? ¿La suma de lo anterior y la ideología? ¿La lengua, la historia, las costumbres? ¿O, por qué no, la economía? Dice Marx que la economía es “sobre determinante en última instancia”. No podemos entrar en este momento a la exégesis de esta aseveración, pero resulta curioso que al hablar de Patria raramente se requiera de la idea de la economía. Sucede que se pretende que el sentimiento patriótico sea ideal, puro, inmaculado, sin vínculo con lo terreno. Pero no es así. Donde quiera que ha sido posible, la burguesía inocula la asociación entre Patria como lo que moralmente nos une, y economía nacional. “Hecho en México” fue una marca de clase por mucho tiempo. “Made in USA” fue por más tiempo sinónimo de calidad. Ahora “Made in China” es prácticamente una marca. No olvidemos que la burguesía se define por la propiedad de los medios productivos, sean estos tangibles o no, nacionales o extranjeros, antiguos o modernos. La idea simple es que el sentimiento patriótico puede crear fidelidad de marca. ¿Cómo, de otra manera, ir a morir a la guerra sin ideas fantásticas sobre la Patria?
Sin embargo, la burguesía no es siempre patriótica. Si la reproducción de su capital, si el mantenimiento del status quo, se halla articulado al deterioro del sentimiento nacional, no tendrá reparos con eso. Bien he escuchado por ahí que la nacionalidad del capital es sólo la rentabilidad. No hay verdad más cierta. No obstante, en ocasiones el cálculo puede fallar. Perder la nacionalidad podría significar perder el capital. Seguramente habrá quienes puedan reinventarse en otro lugar pero, como siempre sucede, los más no podrán huir del territorio que consumen las llamas.