Paul Valéry y su idea de la experiencia estética: el infinito estético

Paul Valéry y su idea de la experiencia estética: el infinito estético

Este poeta refinado y en ocasiones hermético era un ser curioso que invadió múltiples facetas del arte con sus estudios e investigaciones sobre el lenguaje, la música, literatura y muy especialmente de la poesía pura, los procesos de ejecución y los efectos en el observador o lector. Resulta interesante abordar sus ideas tal como lo hicieron Theodor Adorno, Heidegger, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Jacques Derrida, quienes quedaron impactados e influenciados con sus teorías. Y es que Valéry era un teórico de base sólida que dejó para la posteridad sus interesantes puntos de vista sobre los procesos creativos y orgánicos, un estudioso inquisidor de profundidad filosófica de todo tema que se cruzaba en el camino de sus intereses intelectuales.

Cuando se hablaba de arte tanto Valéry como su gran amigo Gide coincidían en su idea acerca del arte comprometido. Ambos consideraban que “es la obra lo que el artista debe de ordenar y no el mundo que le rodea” (Valéry, 1948). Gide refiere que al árbol se le juzga por sus frutos. Valéry convierte esa idea en una imagen más completa: “El sabor de los frutos de un árbol no depende del aspecto del paisaje que lo rodea, sino de la riqueza invisible del terreno” (ibíd.). Refiere que la obra literaria debe ofrecerse bajo la forma de un conjunto de palabras en el que el lenguaje tiene que alcanzar […] ese estado al que llega el pensamiento más rico, cuando se ha asimilado a sí mismo y se ha reconocido y consumado en un pequeño grupo de caracteres y de símbolos.

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Al hablar sobre la importancia del autor, Valéry refiere que es en él donde hay que buscar “la idiosincrasia”, “el sistema vivo” según el cual la obra se elabora y se ordena. Esta búsqueda es lo que más apasiona a Valéry. Refiere que solo le interesa el sistema vivo al cual se refiere todo acontecimiento, organización y reacciones de cualquier hombre; tocante a una intriga: su intriga interior (Valéry, 1957). Indica que las obras de alguien podrían ser otras obras, como la memoria de nosotros podría estar formada por recuerdos completamente distintos. Señala que tratar de reconstruir al autor…, es tratar de reconstituir una capacidad de obras completamente distintas a las suyas, pero que, sin embargo, él solo hubiera podido producir. Expone que para el músico como para el poeta el hacer sustituye a un pretendido saber. Una frase fundamental de Valéry es la siguiente: “Decir que lo ha compuesto alguien que se llamaba Mozart o Virgilio no es decir gran cosa pues lo que crea en nosotros no tiene nombre…” (Valéry, 1957). Y a esto añade: “No es el hecho de que los autores sean hombres lo que le da valor e inmortalidad, sino el hecho de que son un poco más que hombres” (Ibíd.). En cuanto al lector, Valéry explica que “un cambio del lector es comparable a un cambio en el texto mismo” (Valéry, 1962), acota que no es la biografía del autor lo importante. Señala, “Es el talento, es el poder de transformación lo que me impresiona y me atrae. Toda pasión de mundo, todos los incidentes de una existencia incluso los más emotivos, son incapaces del menor verso bello” (Ibíd.).

En relación a lo verdadero, el poeta y filósofo francés insiste en que “en literatura no puede concebirse lo verdadero”. Lo mismo que el arte se aparta de la verdad de todos los días, el autor se distingue del hombre de todos los días. La literatura según Valéry tiende por definición “[…] a constituir el discurso de un ser más puro, más poderoso y más profundo en sus pensamientos, más intenso en su vida, más elegante y más feliz en su palabra que cualquier otra persona real” (Valéry, 1957, p. 611). Sin embargo, declara que las obras de arte con contenido de verdad no se agotan en el concepto de arte. La conciencia del autor se emancipa, de la dirección demasiado inflexible de su pensamiento, para seguir impulsos menos definidos y más profundos. Para hacerse entender, Valéry usa la palabra sueño, porque según dice es “ciegamente” como el instinto poético debe conducirnos a la verdad. En el sueño dice Valéry, el pensamiento no se distingue de la vida y no va con retraso sobre ella. Se adhiere a la vida, se adhiere enteramente a la simplicidad de la vida, y la fluctuación del ser bajo los aspectos y las imágenes del conocer”. (Ibíd. p. 936). Insiste en que un verso bello es como una partitura musical. No está ahí para ser comprendida sino para ser ejecutada.

En cuanto a la experiencia estética, la teoría de Valéry es una teoría racional de la irracionalidad estética. Valéry destaca que la singularidad y validez de los productos artísticos residen en el “efecto feliz” que alcanzan a producir sobre las personas (Valéry, 1956, p. 235). Un efecto logrado debido a que las obras artísticas contienen en su propia estructura elementos que despiertan cavilaciones y respuestas. La experiencia estética para Valéry es el “infinito estético”: Una excitación que nos ofrecen ciertos objetos, paisaje, belleza corporal, etc., y que consiste en la reactivación (del deseo) resultado de la posesión -nos hace desear; además, de engendrar y provocar lo ad libitum- (Valéry, 1974, p. 969). Se refiere a que una vez la atención está entregada “existe en nosotros la tendencia a volver al estado en que estábamos antes de que se impusiera o se nos hayan propuesto como para devolvernos de la manera más breve un determinado máximo de libertad o disponibilidad de nuestros sentidos. La atención del modo estético es más costosa, aumentan la duración, la diferenciación y la complejidad de la experiencia atencional (Valery, 1957, p. 1342). Al mencionar los fuegos artificiales refiere que son apparition: algo que aparece empíricamente. Escritura que se enciende y desaparece, pero que no se puede leer en cuanto a su significado. Las obras de arte se separan de lo existente defectuoso no mediante una perfección superior sino (como los fuegos artificiales) actualizándose al irradiar una aparición expresiva. “Lo bello tal vez exija la imitación servil de lo que es indefinible en las cosas” (Valéry, 1959, p. 94.)

Valéry enuncia que: “Nuestra sensibilidad produce el efecto de romper en nosotros a cada instante esa especie de sueño que se concertaría con la monotonía de la vida profunda de las funciones de la vida. Debemos sentirnos sacudidos, advertidos, despertados a cada instante por algunas desigualdades, por algunos acontecimientos del medio, algunas modificaciones en el desenvolvimiento fisiológico; y tenemos órganos, poseemos todo un sistema especializado que nos allana inopinada y frecuentemente a lo nuevo, que nos urge a encontrar la adaptación conveniente a la circunstancia, a la actitud, al acto, al traslado o la deformación que anularán o acentuarán los efectos de la novedad. Este sistema es el de nuestros sentidos (Valéry, 1945, p. 87). Estas impresiones y excitaciones elementales estarían vinculadas con “la sensación de vivir” (Valéry, 1999, p.153). Sensaciones primitivas que se integran por momentos a nuestra existencia contrayendo o expandiendo nuestra propia voluntad de vivir. Valéry muestra que una de las experiencias más importantes que nutren su propia sensibilidad creativa, es la búsqueda del goce pleno de las sensaciones más elementales. El simple acto de respirar, por ejemplo, constituye para él un acto placentero que lo conecta con la más pura dimensión y potenciación del ser vital. Declaró que en el presente la menor mirada, la menor sensación, los menores actos y funciones de la vida vienen a ser para él de igual dignidad que los designios y voces interiores de su pensamiento… “Es un estado supremo, donde todo se resume en vivir, que rechaza todas las preguntas y todas las respuestas con una sonrisa que me sale… VIVIR… siento, respiro mi obra maestra. Nazco de cada instante para cada instante ¡VIVIR!… RESPIRO. ¿No es eso todo? RESPIRO…” (Valéry, 2003, p. 60).

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