Pedro Mir, el ensayista

Pedro Mir, el ensayista

La obra ensayística de Pedro Mir, sobre todo en el campo histórico, representa un valioso legado a la historiografía nacional. Es tiempo de que muchos conozcan al Pedro Mir de “El gran incendio” y de “La noción de período en la historia dominicana”. Debe ser visto como historiador, sobre todo por los historiadores.

Sorprende a muchos el escuchar que la obra literaria de Pedro Mir es más abundante y rica en prosa que en poesía. Pero a diferencia de la percepción más generalizada, que lo ubica solo como poeta, Pedro Mir ha sido un pleno profesional de la palabra y el pensamiento: poesía, narrativa, ensayo. Su obra como prosista, aunque no justamente valorada, supera en volumen y en calidad su creación poética, situada en lugar privilegiado del parnaso nacional.

Para algunos, Mir es básicamente el autor de “Hay un país en el mundo”. Este poema ha sido ampliamente declamado por grupos de poesía coreada y editado de múltiples formas. “Pero no es eso solamente”. Además de poeta, Mir fue narrador y sobre todo un ensayista de prosa donairosa y profundo sentido crítico. Con una expresión muy clara de su visión del mundo y de la sociedad.

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A propósito del 111 aniversario de su nacimiento, ocurrido en San Pedro de Macorís en 1913, con auspicios del Ministerio de Cultura fue efectuado en la Biblioteca Nacional un acto de recordación al ilustre bardo. Allí tuve el honor de hablar de Mir en su condición de autor de diversos libros de tema histórico, labor que le ha sido poco reconocida por los propios historiadores.

La edición de su obra completa realizada por el Archivo General y el Banco de Reservas está compuesta, hasta ahora por cuatro tomos, se estima que serán 10. Su poesía quedó recogida en el tomo uno, con 332 páginas, sin contar apéndice ni bibliografía. En tanto, los tomos tres y cuatro suman 1,100 páginas y se dedican a temas históricos, en los cuales Pedro Mir hizo una obra apreciable.

Sin duda que es la historia la disciplina que ha merecido mayor atención de Pedro Mir para demostrar su vocación por el ensayo y la prosa poética. El ensayo, ha dicho José Ortega y Gasset, es como la ciencia, pero sin la comprobación. Por eso, aunque emite ideas y produce reflexiones, con los que interpreta realidades, el ensayo admite juegos del lenguaje y lujos estilísticos que le imprimen regusto de literatura.

El ensayo permite, y así lo hacía Pedro Mir, el enfoque de los hechos desde la perspectiva personal y además demanda una construcción estilística que supera la forma de la escritura ordinaria, de lo técnico, de lo didáctico y, por supuesto, de lo pedestre.

Para disminuir a Pedro Mir, de quien siempre sintió celo, el gran poeta Manuel del Cabral, lo consideraba gracioso. En cierta ocasión, bajo el rectorado del doctor Julio Ravelo (1990-93), la Universidad Autónoma de Santo Domingo, tributó un reconocimiento a esos dos y a otros poetas. Yo estuve sentado detrás de Del Cabral y pude oír cuando le decía a su vecino de silla: “Él es gracioso”, en obvia referencia a Pedro Mir, quien hablaba desde el podio.

El adjetivo gracioso solemos aplicarlo mayormente a los actos de los niños, pero el Diccionario académico le atribuye los siguientes sinónimos: agradable, agraciado, afable, garboso, atractivo, chévere, simpático. Entonces, todo eso era Pedro Mir en el uso de la palabra. Basta con leer “Tres leyendas de colores” o “El gran incendio” para comprobar la gracia abundante de Pedro Mir en la composición de ensayos y disfrutar como literatura una obra fundamentada en cuestiones reales y provista de contenido racional.

No solo era gracioso en la conversación, sino que aplicó esa condición para escribir sus ensayos, suculentos y agudos. Además, publicaba escritos de fondo en la prensa y desde los títulos de las columnas se percibía un signo diferente, una actitud poética en el autor. Una se llamaba, por ejemplo, “Ayer menos cuarto” y otra “Crónica de un pez soluble”.

La obra fundamental de Pedro Mir como historiador es “Noción de período en la historia dominicana”, publicada en tres tomos, aunque con diferentes fechas, respecto del primer volumen que apareció al final de la década de los 70. No se trata de la acostumbrada narración de la historia dominicana, a partir de la conquista o la época precolombina hasta llegar a la República y sus consiguientes incidentes.

Esta original publicación consiste, más bien, en una incursión por las interioridades del pasado para elaborar una teoría de la historia a partir del modo de producción y tomando en cuenta la relación de los acontecimientos con los que le precedieron.

Pedro Mir resalta rasgos poéticos en los títulos de obras históricas: “Tres leyendas de colores” (El blanco, el negro y el aborigen). “El gran incendio” (sobre las devastaciones de Osorio 1605). Incluso, los títulos de los capítulos de estas obras hacen honor a la belleza literaria. Ejemplos: “Cuarenta hombres y una lágrima”, “La importancia de llamarse Enrique”, “Historieta de lobos marinos”. O estos otros: “El pequeño incendio”, “Definición del pez”, “Del bando al contrabando”.

Con los cuatro tomos publicados en octubre del año pasado, por el Reservas y el Archivo General, la obra de Pedro Mir adquiere otra dimensión. Vale citar que el administrador del Reservas, Samuel Pereyra, la noche del lanzamiento, ponderó los “…indiscutibles méritos literarios y su variado e interesante contenido, no solo en el ámbito de la poesía, sino en el área de la investigación histórica, la estética, el ensayo y la narrativa”.

La obra ensayística de Pedro Mir, sobre todo en el campo histórico, representa un valioso legado a la historiografía nacional. Es tiempo de que muchos conozcan al Pedro Mir de “El gran incendio” y de “La noción de período en la historia dominicana”. Debe ser visto como historiador, sobre todo por los historiadores.

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