La sorpresa al llegar a la falda de la montaña fue que, de 14 campesinos que los esperaban, once desertaron, incluido el guía, cansados por los cambios de fecha. Juan María Candelario, Ñaño, y sus dos hijos permanecieron.
Iván Rodríguez Pillier hace el relato remontándose a ese desafortunado día.
Al ascender advirtieron su sobrepeso. Llevaban hasta libros. Solo cargaron las armas, comida y ropa. Lo demás quedó en un potrero.
Avanzando, descubrieron que “Pinto”, a quien el partido había enviado a Cuba a entrenarse, mintió al asegurar que conocía el terreno y se negaba a acompañarlos argumentado “que Pedro Sánchez estaba lleno de guardias”. A su hermano Domingo lo mandaron a explorar el área “y no volvió”.
“Comenzamos a subir para llegar a los firmes de la cordillera oriental”, sin conocimiento del lugar, muchas veces en círculos. Se extraviaron.
Un compadre de Ñaño que había sido guía en 1916, los llevó a sitios seguros, les enseñó a desplazarse. Los dejó con la promesa de comprarles comida.
Pero al llegar a su vivienda encontró a un ahijado, militar, enviado a inspeccionar la zona. Delató al padrino, que resultó preso. Los rebeldes se alejaron.
Tras cuatro días, enviaron a Ñaño y a Constanzo en busca de noticias del práctico, pero en pocos minutos escucharon ráfagas de tiros. “Tenderíamos una emboscada, por si los guardias subían, pero se devolvieron”.
Dispararon a Ñaño, de 60 años. “Y José Antonio se le lanzó a un sargento y lo puso de escudo”. Militares lo reconocieron. Pero se lo llevaron con el cadáver de Ñaño.
Los restantes fueron al lugar y no encontraron nada. Pensaron que los compañeros escaparon y que volverían. Mudaron el campamento y, como nunca llegaron, continuaron para formar la base.
Hambrientos, se acercaron a la casa de un campesino. Les sancochó víveres “que supieron a gloria”. Salieron, comenzaron a descender y dieron con un señor en burro.
-Yo andaba con la patrulla buscando a los guerrilleros, les dijo. Observó sus abrigos. Ellos le preguntaron su destino. Iba para El Seibo. Y Lila, que había sido guardia, le preguntó por el cuchillo que cargaba. Era alcalde. Fue a denunciarlos y los revolucionarios retrocedieron al lugar donde les dieron comida. Allí escucharon la radio.
Retomaron el descenso. Cruzaron un “botao”, encontraron caña y guineos y Genao ordenó bajar esa loma, tomar otra, y sentarse a comerlos.
“Yo era quinto en la fila, los últimos eran Roberto y Adolfo. Cuando nos repartíamos los guineos, escuchamos un disparo de fusil. Pensamos que era Adolfo, pero siguieron disparando, llamando a rendirnos”. Genao mandó a bajar rodando. Ibarra se apresuró hacia la izquierda y los demás cayeron en una cañada. Pudieron salir al monte.
“Solo alcanzamos a escuchar a los guardias lanzando improperios”. Apresaron a José Padua, Adolfo, Roberto Hernández, Luis Ibarra… Iván escapó junto a Genao, Lila, “Pinto”, Pumarol y Mazara. Propusieron intentar salvar a sus compañeros, pero Genao “dijo que un código militar impedía fusilar prisioneros, que entonces los matarían”.
Siguieron sin Genao que viajaría a Santo Domingo “en busca de avituallamiento”. Mazara lo acompañaría. “Los restantes esperamos en un lugar que daba a El Bejucal”.
Después decidieron bajar a El Seibo y dejar a dos guerrilleros a los que informarían dónde los esperarían. Volvieron a “Pedro Sánchez” para llegar, y “la distancia que recorrimos en 16 días, la agotamos en menos de ocho horas, a paso doble”.
Era de madrugada, dejaron dos, y siguieron Iván, Lila y Homero hasta la confluencia del río Soco. Encontraron “un remanso de agua” al que se lanzaron. Salieron “a un tablón de caña” donde pasaron un día. Caminaron hasta El Bejucal y La Peguera.
Lila localizó un amigo bodeguero para procurar comida. “¡Muchacho! “¡Andan detrás de ustedes!” reaccionó. Reveló los asesinados y la captura de Genao y Mazara.
-No tenemos motivos para esperar, tengo quien nos saque de aquí. Conozco la región, razonó Iván, y arrancaron para el Cruce de Pavón.
Entraron por la propiedad de Secundino Gil y llegaron donde Albert Giraldi. ¡Los estamos esperando!”. “Nos quedamos con Albert, Papo, Vicente y Vigermina, mi tía”.
La única salida era trasladarlos a la capital con monseñor Juan Félix Pepén, dijo Geraldi.
Los afeitaron, les dieron ropa, comida. Salieron con Pepén y el padre Benito Taveras. En una camioneta pasaron por La Romana, San Pedro de Macorís, los bateyes Lechuga, Guerrero…, hasta llegar a la Nunciatura. Los recibió Emanuele Clarizio.
-Voy a entregarlos.
– ¡No! ¡A mí no me entrega nadie!, protestó Iván.
“Siguió hablando cáscaras: que a Manolo le habían financiado esa guerrilla…”.
- ¡Usted se equivocó!, negó Rodríguez, a quien llevaron al Seminario y al Calasanz y a Homero y Lila a la iglesia Santo Tomás de Aquino, con el padre Vicente Rubio.
Pasaron unos meses escondidos, y Giraldi diligenció sacarlos del país. A Homero y Lila los mandaron a Martinica. A Iván, a Puerto Rico. Clarizio gestionó la visa.
LOS PROBLEMAS CON TRUJILLO
Iván Rodríguez Pillier comenzó a tener problemas con el régimen de Trujillo desde que descubrieron su amistad con Hugo Alvin Bank, hijo de un desafecto asesinado. Colocaba letreros contra la dictadura y revelaba en público la muerte de su padre, invitando a la lucha.
Rodríguez se unió a opositores del Este, o a su descendencia, en acciones clandestinas. Fue “chivateado”, amenazado y perseguido.
“En La Romana había conciencia de clase, trabajadores que se convirtieron en líderes, como Negrita (Héctor Porfirio Quezada) y Blanquito, y Alberto Larancuent. Conocí a Negrita, muellero, tenía un ventorrillo con su mamá y en tiempo muerto ayudaba a compañeros antitrujillistas. Encabezó la huelga de 1946, con Mauricio Báez”.
En ese paro, “Barbarín Mojica sirvió de contacto a lomo de burro”.
Fue actor determinante en el movimiento sindical desde sus posiciones en el Central Romana. Cuenta éxitos y derrotas y refiere el destino de compañeros caídos.
“Cuando ahorcaban a un contrario se comentaba por lo bajo: “Le pusieron la chalina a Fulano. Un joven apareció muerto en la línea férrea con la guitarra en la mano, la máquina le llevó la cabeza. A cada rato mataban uno”. Cita el respeto que inspiraba Teófilo Hernández, “y todos sabíamos que era antitrujillista”.
“Vestían a los presos políticos de fuerte azul, los obligaban a trabajos públicos, ese cuadro era indignante”. Las escenas endurecieron su temperamento. A los 17 años oía emisoras extranjeras que se pronunciaban contra Trujillo. Un vecino, agente del SIM, lo denunció y cuando lo enfrentó, el calié le increpó: “Vende o regala el radio”.
En Matachalupe le sorprendieron las expediciones de 1959, viendo personas “a caballo, en tropel, llevadas a las costas por la guardia a hacer vigilancia con machetes”.
Ese año retornó al Central, que exigía al gobierno no reclutar a sus empleados para no paralizar la producción. Vivió la desaparición de “Capellán”, un antitrujillista al que dieron cabida para protegerlo. “No duró ni un mes”. Solo Iván se le acercaba.
Sufrió los asesinatos de “Negrita” y Alberto Larancuent, lanzados “a seis kilómetros de la carretera que conduce a El Seibo”.
Creó en su casa una célula clandestina que fue descubierta y le enviaron a los Cocuyos de la Cordillera, el brazo represivo de Petán Trujillo.
“Decidimos sacarlos a tablazos y se aglomeró mucha gente en defensa nuestra. El que nos chivatió se tuvo que mudar”.
A tal grado se empleó en la lucha, que abandonó la escuela. Buscaba orientación de opositores como Radhamés Rodríguez Gómez, preso varias veces, al igual que su hermano Luis; de “don Julián Cedeño, uno de los que más se entregó con Juan Tomás Díaz” a la conspiración para eliminar al tirano.
Se reunían en la finca de Cedeño, en Chavón. “Fue uno de los principales catorcistas de La Romana”.
Allí el ajusticiamiento “fue un acontecimiento. Salimos a expresar nuestra alegría, a cobrar a los calieses sus fechorías”.
Radhamés Rodríguez Gómez y otros abogados buscados por Manolo Tavárez defendieron el acuerdo y asesoraron.
Destrujillización y movimiento obrero
Se involucró en actividades contra los remanentes del trujillato, y como representante de la juventud del 14 de Junio, constituido en La Romana en agosto de 1961, asistió al primer mitin que celebró la comisión del PRD “integrada por Mon Castillo, Thelma Frías, Nicolás Silfa”.
“Vi por primera vez a un muchacho de piel oscura cargando las bocinas de ese mitin, que declamó la poesía “Patria”: José Francisco Peña Gómez. Ya se apreciaban sus condiciones de líder”.
Rodríguez formó parte de delegaciones que recorrieron el país identificando cadáveres de víctimas de la tiranía, “para esclarecer desaparecidos y muertos”.
En 1962 intervino en las discusiones para la firma del pacto colectivo entre sindicatos y patronos del Central Romana. “Se desató un movimiento general para organizar a los obreros. Creamos 13 sindicatos: los “del Ingenio, Fabricación, Molinos, Tráfico de empleados y de Ferrocarril, Depósito… Trajimos a los representantes de cada gremio y los hospedamos en el hotel Comercial”.
“No solo teníamos compañeros de trabajo sino a catorcistas, como los hermanos Ozorio, los Mundaray, Fellito Rivas, Ramón Cotes. “Algunos se vendieron después”.
Radhamés Rodríguez Gómez y otros abogados buscados por Manolo Tavárez defendieron el acuerdo y asesoraron. “Esa negociación fue muy positiva para los trabajadores del Central, que ganaban sueldos de miseria. Les garantizaron un salario decente. Eso devino en una relación estrecha de los obreros con el 14 de Junio. Había que hacer de todo esto un solo cuerpo, y así se formó el Sindicato Unido, que libró muchas batallas enfrentando al Central y logró grandes conquistas. Fue uno de los bastiones para enfrentar el triunvirato”.
Iván se alió a los demás gremios, para combatirlo. Las huelgas fueron continuas, “conjuntamente con “POASI”, Unachosín, las telefónicas, los eléctricos… A la gran huelga de 1964 la llamaron “Insurreccional”, porque todo el pueblo se lanzó a las calles”.
“Fue un periodo de lucha que creó condiciones para lo que pasó en abril de 1965”.