La psiquiatría se ocupa de establecer la línea divisoria entre lo normal y lo patológico, la funcionalidad y lo disfuncional, entre el trastorno y la enfermedad mental. Entre el 20% y 30% de las personas tienen el riesgo de padecer una vulnerabilidad o un trastorno mental.
La convivencia, la adaptación social, la vida armonizada en pareja, familia y grupo sociales difícil, pero nunca imposible. Cada día más personas arreglan maletas para irse de sus casas, en vez de ganar experiencia y quedarse en la casa.
En Europa existe el Instituto de la Soledad, o se alquilan personas para hacer compañía; más personas se deprimen, se aíslan, viven insatisfechos, en pánico, desconfiados, con sentimientos de inutilidad y pensamientos suicidas.
Establecer la normalidad desde la estadística, la antropología, la sociología y la psicología social, es esperar lo que existe dentro de la norma, lo que se repite, los roles, costumbres, hábitos y valores establecidos.
(Millón, 2016) establece algunos indicadores de normalidad: la capacidad de funcionar de manera autónoma, sin necesidad de que otros lo dirijan, de manera efectiva y eficiente al asumir distintos roles personales y sociales, o el grado de satisfacción respecto así mismo; así como la capacidad de auto-actualizarse y desarrollar sus potencialidades.
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Sin embargo, de forma más objetiva, se dice que una persona es normal, cuando alcanza tener buena relación consigo mismo, con los demás y con las cosas. Es decir, el trabajo, la sociedad, relaciones interpersonales y grupales de forma asertiva y positiva.
Desde el punto de vista emocional, una persona normal aprende a gerenciar sus emociones, controla sus impulsos, discrimina sus riesgos y consecuencias y tiende a valorar las consecuencias de su comportamiento.
La personalidad es un conjunto de características psicosocial, emocional y física que nos diferencian de los demás, se acompaña del temperamento que es hereditario, el carácter que es adquirido y socializado. Esa forma de percibir, sentir, pensar, actuar y reaccionar en diferentes circunstancias habla de los rasgos de la personalidad. La crianza, las experiencias vividas y el aprendizaje social influyen en la persona y la normalidad.
La normalidad implica adaptación social, aprender a conocerse y aprender a lidiar con las emociones de los demás. Cuando las circunstancias de la vida cambian, hay que cambiar; pero los inflexibles y rígidos, en su forma de pensar y de actuar no hacen los cambios; sencillamente, continúan con las mismas conductas, las mismas emociones y los mismos resultados de vida. De esa forma rígida, se van dando pasos al trastorno de la personalidad.
Una persona con inteligencia emocional identifica y pone nombre a sus trampas emocionales, a su falta de tacto, de prudencia para fluir en la vida; pero también, aprende a descubrir sus obstáculos en poder armar su proyecto de vida. El resultado de vida en cada área habla de la normalidad, de la coherencia, de equilibrio y del logro al bienestar social. A veces se va rompiendo con esa normalidad y personalidad, donde se va desarmonizando y problematizando la convivencia y la relación consigo mismo y la persona no se da cuenta.
La sensación subjetiva y el nivel de empatía y conexión con las demás personas, habla de normalidad.
Conceptos como funcionabilidad, adaptación, cambios, nuevo enfoque, aprender a fluir, saber como concluir y cerrar ciclos en la vida, son indicadores de personas normales y funcionales.