Si para algo sirvió la fallida huelga en el Cibao, aunque ese no haya sido el propósito de sus convocantes, fue para que los delincuentes aprovecharan la situación para hacer de las suyas, como ocurrió en Licey al Medio, donde un grupo de tígueres disfrazados de manifestantes saquearon un negocio de donde cargaron con mas de un millón de pesos en mercancías, sobre todo de bebidas alcohólicas.
Y cuando se le echa un vistazo a sus demandas, entre las que incluye la ejecución de 3,800 obras de infraestructura, se tiene que llegar necesariamente a la conclusión de que harían falta al menos cuatro gobiernos para poder darles cumplimiento.
Que esas demandas, entre las que se encuentra la rebaja de los precios de los combustibles y un aumento de salarios para el sector público y el privado, sean tan poco realistas ponen a pensar a cualquiera.
¿O realmente creen sus convocantes que existen “condiciones objetivas”, como decía la vieja izquierda, para rebajar los precios de los combustibles o aumentarle el sueldo a todo el mundo?
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Esa falta de sintonía con la realidad, insisto, resulta harto sospechosa, lo que explica que en Santiago tomara fuerza la versión de que la protesta fue financiada por un político de oposición deseoso de pescar en río revuelto.
Estoy convencido, sin embargo, de que los dirigentes de las Organizaciones Sociales, Feministas y Ambientales del Cibao que convocaron el “exitoso” paro no trabajaron para que sean otros los que se lleven el “mérito”, pero la próxima vez que convoquen deberían asegurarse mejor de que cuentan con el respaldo espontáneo, sin que medien la intimidación ni las amenazas, de los distintos sectores sociales, y de que las demandas puedan ser razonablemente satisfechas.
Lo otro es luchismo estéril que para nada sirve. Salvo para apostar, de manera irresponsable, a la alteración de la paz social, para lo cual no podían escoger un peor momento. ¿O esa era, precisamente, la idea?