Algunos amigos íntimos de Salvador Dalí adversaban a Gala su esposa y reseñaron lo siguiente: Gala, codiciosa, no se conformaba con recibir tan solo la astronómica suma de la herencia que le legaría Salvador al momento de morir. Por ello, Gala concibió una trama macabra para aumentar su patrimonio. Por tal razón, convenció a Salvador de poner su firma en cientos de tapices en blanco y enmarcados, de los que normalmente utilizaba Dalí para pintar sus cuadros. En ese caso Dalí fue un “tonto útil” inconsciente para aumentar, sin saberlo, el patrimonio de Gala quien frecuentemente colocaba esos tapices en un caballete para que Dalí los fuera firmando en secuencia. Después de firmados, Gala los guardaba en una caja fuerte y los fue poniendo en venta, ya muerto Dalí.
Los museos y los coleccionistas de arte compraron esos tapices pagando altas sumas por ellos. Cualquier individuo podía hacer un trazo de carboncillo en esos tapices y luego dar unos brochazos con pintura al óleo.
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Tales mamotretos podían venderse como obra de Dalí pues el tapiz se validaba de antemano con la firma auténtica de Dalí. Los mercaderes de arte y los museos se escandalizaron cuando proliferaron en el mercado pinturas con la firma auténtica de Dalí pero que, obviamente, se reconocía al vuelo que no habían sido pintados por el genio creador del surrealismo. Todo esto generó una caída estrepitosa del mercado de obras de arte mayor aún que la caída de la bolsa de 1929. Esta caída no solo ocurrió respecto de las pinturas de Dalí sino sobre las obras de todos los pintores, del pasado y del presente. Los museos y los coleccionistas propietarios de obras auténticas de Dalí las pusieron en venta cuidándose de que, con el paso del tiempo, el valor de ellas pudiera ser cada vez más depreciado. Gala se regodeaba de pregonar que personajes acaudalados y los directores de famosos museos le rogaban, le imploraban, arrodillados, que no siguiera vendiendo los tapices con la simple firma de Dalí puesto que las transacciones en el mercado de arte de tales tapices provocaban una caída inusitada del valor de sus colecciones ya que los compradores pudieran pensar que aun los cuadros más famosos históricamente pudieran haber sido gestados como parte de tramas pecaminosas como la que puso en práctica la codiciosa Gala, que no tuvo miramientos en hasta devaluar la propia obra del marido que le adoró, llegando al colmo de poner su firma auténtica en tapices en llanco y que de antemano el prestigio de cualquier trazo que se hiciera sobre estos tapices podría haber sido vendido por una alta suma y, hasta sin ningún tipo de trazo ya que la simple firma de Dalí ya podría considerarse como una obra de arte y también los surrealistas y puntiagudos bigotes de Dalí que igualmente pudieran considerarse como obras de arte incluso una foto de él se convirtiera en algo atractivo para coleccionistas a través del mundo.
En nuestro medio, normalmente no han ocurrido falsificaciones pictóricas sino imitaciones como es el caso de los framboyanes de Yoryi Morel, las procesiones nocturnas de Federico Izquierdo, los coches de caballos de Cuquito, los gallos de pelea y los paisajes cañeros de Guillo Perez.