Corrían los meses finales de 1923 cuando un jovencísimo e inquieto Max Ernst, pintor cimero del automatismo psíquico surrealista, compartía vivienda con su entrañable amigo Paul Éluard y la entonces pareja del francés, la adelantada y no menos controvertida Gala. Será en las paredes de aquel espacio de la rue Hennocque en el parisino vecindario de Eaubonne donde el dadaísta plasmará algunos de sus más importantes trabajos, incluyendo el incomparable y cuasi indescifrable fresco La primera palabra límpida.
En este cuadro, una mano femenina con dedos cruzados simulando sendas piernas surge desde un espacio-ventana sosteniendo una figura-fruta circular la cual, a su vez, aparece enlazada a un extraño insecto vertical mostrado en paralelo a dos arbustos contrastados sobre un cielo azul. Se devela en esta imagen la impresión de dos mundos oníricos separados por un muro recordatorio de las dimensiones surrealistas del aquí real y el allá imaginado o soñado, e incluso del principio aristotélico de la no-contradicción en el que nada puede ser y no ser al mismo tiempo.
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La tranquilidad sugerida y la atmósfera misteriosa recreada en el lienzo, ha comentado la crítica, es también reminiscente de las estampas del metafísico Giorgio de Chirico, además de que el título escogido por Ernst complica aún más el enigmático simbolismo de esta obra rescatada y restaurada en 1967 por Cécile Éluard, única hija de Paul y Gala. La referencia al estagirita es pertinente en el contexto interpretativo de la pintura de marras en tanto que el alemán parece evidenciar en ella una antigua dicotomía que preocupó a la filosofía desde los orígenes del pensamiento: ¿Pueden las cosas, ser y no ser simultáneamente? ¿Representan dos dedos cruzados un único objeto o dos de ellos? Una dicotomía, no cabe duda, ilustrativa de la concepción surrealista (realidad-irrealidad, alerta-sueño) necesitada de una tercera dimensión para su comprensión e inserta en una imperecedera tela perdida por décadas gracias a los accidentes del azar.
El introito a los comentarios aquí vertidos es de toda relevancia en tanto que contextualiza cualquier idea que sobre la más reciente publicación de Plinio Chahín (Santo Domingo, 1959) pudiese emitirse; se trata, por supuesto, de un probado poeta pensador en la pura acepción del término, quien acorde con su tradición cuestionadora, en este caso más allá de lo estrictamente filosófico, ha inscrito en “Si parece irreal es coincidencia” la huella de una fresca y no menos valiente propuesta-mirada al amor romántico transitoriamente ido pero perpetuamente presente.
Los textos contenidos en este poemario inician con un viaje, la travesía del amor; faena en ocasiones interrumpida mas, en continuo retorno a su destino: Anochecer,/ regreso a Ítaca./ Comienzas por hilar gorriones invisibles./ El sol estalla, después chorrea de sauces cada calle./ Y ella huye de los elfos distraídos por su encanto. Este es un amor de seres hambrientos de piel, lanzados al estremecimiento del goce ora en Venecia, Trieste, o en cualquier esquina de Bizancio: Jamás regresaremos del concierto de fruición derramado en el plató de los amantes. Se trata de versos que si bien aparentan herméticos en su construcción simbólica están llenos de luz mientras hablan de lo ausente, del tiempo ansiado (longing, saudade) y de la tránsfuga realidad que a través de la anatomía alucinada eleva al amor, redentoramente, más allá del deseo: Si tiemblo de estertor, si el vértigo me escoge, es solo porque he vuelto a encontrarla en otro margen del cuerpo derretido.
Cabe resaltar la relación existente entre lo real de la “realidad” y el sentimiento amoroso; porque ciertamente este podría representar una construcción puramente imaginaria, digamos simbólica. Una que habite exclusivamente en nuestra mente y alcance lo real justamente a través de lo simbólico. Ya lo había dicho Lacan: lo real traspasa y necesita la imaginación, porque solamente a mano de lo simbólico puede arribarse a lo real. A aquello que no se persigue, sino que aparece tras ese encuentro a fin de persistir más allá de él, como el amor, diría yo: Por la ventana abierta del mundo escapo, con un ojo dilatado al pensamiento que inaugura la materia y la aventura. (…) Nos ataviamos de la propia desnudez como fulcro suspendido de la muerte, posesos de un violín adormecido, los sentidos incorpóreos, tatuados en un cuerpo. Lo adivino porque huyes, sin voltear, al convulsamente hermoso Duomo en llamas de Florencia.
Dentro de la artesanía escritural de nuestro poeta destacan el inmaculado erotismo de sus imágenes, la fluidez de la prosa, y el empleo de intertextos relevantes al planteamiento poético destacándose, a título de ejemplo, referencias a “Los engranajes del encantamiento” de Ludwig Zeller, y a los hexámetros dactílicos de “Los viajes y angustias de Eneas” contenidos en La Eneida de Virgilio. En ambos casos la presencia mística alimenta poderosamente la metáfora iluminadora provocada por el amor consumado, a todas luces motivo último oculto tras la diáfana pluma de Chahín revelada en este volumen.
Igual podría afirmarse en referencia al recurrente empleo de alusiones mitológicas en muchos de los 101 poemas que completan este libro en los cuales las figuras del cíclope o la esfinge, de Circe, Polifemo o de Ulises, sucumben rendidas ante la carne ardiente: (…) mientras el resplandor jugueteaba en ellos, deslizando el rostro de algún dios hasta encontrar el punto que encierra la túnica manchada de tus senos: pequeña brasa de mi aliento. Y porque ante el amor, una vez más, hasta las deidades zozobran: Los caballos de los dioses, de enormes alas, también naufragan, bajo tu espalda endeble y tu plata capilar. Con razón T. S. Eliot retornaba a la Antigüedad en sus escritos a fin de aprehender el mito en una asombrosa poesía de redención que pretendía salvar al hombre y con él, su mundo.
El Nobel norteamericano afirmaba que los poemas son hechos por seres humanos, no por las palabras, frase que a nuestro ver explica la esencia de la poesía en tanto que esta cristaliza las experiencias y sentimientos del hombre encaminándole hacia lo trascendente. Alejándole de la endémica mentira y la vaga superficialidad contemporánea en un acto que hace del poema expresión viva del alma. Simultáneamente, sin embargo, poesía es también fuga, escape de la personalidad del poeta que se aleja de la subjetividad para arrimarse a una realidad más amplia como medio liberador que le aproximará al mundo y sus congéneres.
En el introito de este magnífico libro, Chahín convida a Eliot a la complicidad de la odisea triunfante de las musas en una gesta que lleva como único destino conducir al amor más allá del deseo. El amor vibrante, (i)realidad de la naturaleza humana, ese que reinventamos y también asesinamos es, indudablemente, junto al cuerpo erotizado hecho receptáculo el victorioso protagonista en los versos de este poemario. No en vano el poeta concluye su entrega convidando a la amada a cantar el ángelus recordándole, y recordándonos, cómo el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Jochy Herrera es cardiólogo y escritor, autor de Fiat lux. Sobre los universos del color (Huerga & Fierro, Madrid 2023)