Poder y violencia: la guerra y sus beneficiarios

Poder y violencia: la guerra y sus beneficiarios

La humanidad, a pesar de sus avances en ciencia, tecnología y la importancia que pretende darle a los valores éticos, sigue atrapada en un ciclo autodestructivo que perpetúa las guerras. En pleno siglo XXI, el mundo enfrenta no solo los conflictos tradicionales, sino también nuevas formas de dominación global que, disfrazadas de progreso, refuerzan desigualdades y amenazan la estabilidad de muchas regiones del mundo.

Desde los albores de la civilización, la guerra ha sido una constante en la historia humana. Ya sea por territorio, recursos, religiones o ideologías de diversa índole, los conflictos armados han dejado tras de sí un rastro de destrucción y sufrimiento. Hoy nos enfrentamos a la desaparición de civilizaciones enteras, como si se tratara de un plan deliberado para erradicar la vida humana en los territorios bajo bombardeo. Parecería que los tratados internacionales y las instituciones globales han fracasado en evitar o limitar estos conflictos. La guerra sigue siendo un instrumento de política y poder. Y así nos hacemos las siguientes preguntas que nos parecen fundamentales: ¿Por qué persiste esta tendencia destructiva? ¿Qué fallas estructurales en la organización social la permiten o incluso la fomentan?

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Una de las respuestas posibles, y quizás la más importante, radica en la naturaleza misma del poder. Las guerras permiten a las élites consolidar su control, ya sea mediante la explotación de recursos naturales o la imposición de ideologías que benefician a unos pocos. La narrativa de la «guerra necesaria» o la «intervención humanitaria» a menudo se utiliza para justificar acciones que, en realidad, responden a intereses económicos o geopolíticos. Y las élites que la propician, con sus intercambios de sonrisas y frotar de manos, solo ocultan el beneficio que de ello reciben. Filosóficamente, la persistencia de las guerras plantea otras preguntas, esta vez sobre la naturaleza humana y la moralidad. ¿Acaso son la agresión, la violencia en todas sus formas y la guerra rasgos inherentes a nuestra especie o una consecuencia de sistemas sociales defectuosos? La respuesta podría residir en una combinación de ambos factores, pero las estructuras sociales y económicas exacerban estas tendencias al priorizar el interés propio sobre el bienestar colectivo.

Si la humanidad persiste en su obsesión con las guerras, las consecuencias serán devastadoras. En el ámbito económico, los recursos que podrían destinarse al desarrollo sostenible se desviarán hacia conflictos armados. En el ámbito social, las guerras perpetuarán las desigualdades, desplazando comunidades y destruyendo culturas. En el ámbito ambiental, los conflictos exacerbarán la degradación del planeta reduciendo la capacidad de la tierra para sostener la vida. Estos fenómenos trágicos, devastadores para la mayoría, han beneficiado a ciertos grupos y sectores que pueden clasificarse en términos económicos, políticos y estratégicos. El complejo militar-industrial es uno de los mayores beneficiarios de las guerras. Se trata de una relación simbiótica entre gobiernos, militares y contratistas privados que producen armas y suministros.

Las guerras modernas, con su potencial para utilizar armas nucleares y biológicas, drones y vehículos autónomos para ataques aéreos o terrestres sin tripulación; las ciber-armas dirigidas a realizar ataques informáticos sobre infraestructuras críticas; las armas hipersónicas con misiles extremadamente rápidos y difíciles de interceptar, la milicia robótica; la tecnología espacial con satélites militares y armas antisatélites representan una amenaza directa para la supervivencia de la humanidad. Todo este sinsentido ocurre y se perpetúa en beneficio de unos pocos.

Las empresas de armamentos suelen experimentar un auge en sus ganancias durante estos períodos. Igualmente, las empresas de infraestructura y construcción se benefician de la reconstrucción de ciudades, puentes, hospitales y otros elementos destruidos. Pero, sobre todo, las élites económicas y financieras, transformadas en especuladores, encuentran en las guerras una oportunidad para lucrar, invirtiendo en sectores como la energía, las materias primas y la industria de defensa, donde pueden obtener enormes beneficios.

Muchas guerras tienen como trasfondo la disputa por recursos valiosos como petróleo, gas, minerales raros o agua. Las corporaciones que obtienen acceso a estos recursos después de un conflicto suelen ser beneficiarias indirectas. De manera simular, existen gobiernos y líderes políticos que buscan consolidar su poder y usan las guerras para unificar a sus países bajo la bandera del patriotismo, justificando políticas autoritarias o centralización del poder e incluso como distracción de problemas internos. Los conflictos externos pueden desviar la atención de problemas políticos, económicos o sociales internos, consolidando el apoyo al gobierno.

A lo largo de la historia, muchas guerras, junto con los llamados “conflictos armados de extrema violencia”, han servido como herramientas para obtener control sobre territorios estratégicos, rutas comerciales o zonas de influencia, como en los casos de Rusia y Ucrania, o Israel y Palestina. Por otro lado, las redes criminales aprovechan las guerras para el tráfico de armas, proporcionando equipamiento a ambos lados del conflicto e incluso se benefician de la explotación ilegal de recursos en áreas de guerra, como diamantes, oro, coltán y drogas. Se llega al extremo de generar crisis humanitarias que alimentan redes de trata de personas y esclavitud moderna. Otros, como ciertos ideólogos y propagandistas utilizan la guerra para promover ideologías religiosas, políticas o sociales, consolidando su influencia en la región.

A su vez, los avances tecnológicos a menudo se aceleran en tiempos de guerra. Empresas que desarrollan drones, sistemas de vigilancia, inteligencia artificial militar y ciberseguridad, suelen florecer. Contratistas privados de seguridad y empresas de mercenarios son contratadas para proteger intereses estratégicos en zonas de conflicto. Incluso, en algunos casos, naciones no involucradas directamente en el conflicto se benefician económicamente. De igual manera, no debemos olvidar que las guerras crean necesidades de alimentos, medicinas y otros productos básicos, favoreciendo a los exportadores. También se catalizan transformaciones económicas y sociales, como ocurrió después de las guerras mundiales, cuando se desarrollaron nuevas industrias y tecnologías. Como hemos podido notar, mientras las guerras traen sufrimiento y destrucción para la mayoría, un conjunto específico de actores se beneficia directa o indirectamente. Estos beneficiarios tienen poder e influencia, lo que perpetúa la maquinaria de la guerra.

Albert Einstein en una carta dirigida a Sigmund Freud le pregunta:

¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la destructividad? En modo alguno pienso aquí solamente en las llamadas “masas iletradas”. La experiencia prueba que es más bien la llamada “intelectualidad” la más proclive a estas desastrosas sugestiones colectivas, ya que el intelectual no tiene contacto directo con la vida al desnudo, sino que se topa con esta en su forma sintética más sencilla: sobre la página impresa (Einstein, 1932, p.13).

La tarea es difícil y sumamente compleja porque ciertas naturalezas son difíciles de transformar. Por ello, es crucial prestar atención a quiénes elegimos para dirigir nuestras naciones. Es fundamental priorizar a líderes honestos que garanticen la transparencia, comprometidos con la paz, la equidad y la justicia, e involucrar activamente a la sociedad en estos procesos para erradicar la violencia de los liderazgos políticos creadores de mundos distópicos. Es vital que una cultura política que valore el diálogo, la diplomacia y la resolución pacífica de conflictos reemplace la tendencia a glorificar el uso de la fuerza, evitando que individuos con perfiles agresivos, populistas o belicosos accedan al poder.

Reflexionemos y, en lugar de perpetuar guerras, defendamos un cambio de paradigma que ponga en primer lugar la cooperación global y el bienestar colectivo, de manera real y sincera. Esto requiere reformar las instituciones internacionales, promover la justicia social y desarrollar tecnologías que beneficien a toda la humanidad. Recordemos las palabras comúnmente atribuidas a Albert Einstein: «La guerra no se puede humanizar, solo se puede abolir». Este principio debe guiar nuestros esfuerzos para lograr un mundo donde la guerra sea solo un recuerdo del pasado, no una amenaza futura. Con reflexión crítica, acción colectiva y un firme compromiso con la paz y la justicia, debemos superar estas tendencias autodestructivas por el bien de la humanidad. ¡Paz para todos y por encima de todo!

Nota: Acá le copio el sitio de Internet en el que pueden leer tanto la carta que Albert Einstein le escribió a Sigmund Freud, como la respuesta de este último. Verdaderos monumentos para la posteridad: https://eva.fder.udelar.edu.uy/pluginfile.php/75086/mod_resource/content/1/Correspondencia%20entre%20Sigmund%20FREUD%20y%20Albert%20EINSTEIN%20%281933%29.pdf.

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