Joy Ibsen, periodista canadiense jubilada, era una ávida genealogista aficionada. Utilizando registros de censos digitales, certificados de nacimiento y documentos matrimoniales, rastreó minuciosamente la ascendencia de su familia hasta el siglo XIV.
Pero a pesar de sus esfuerzos, había un dato clave que se le escapaba para completar su rompecabezas personal.
La pieza llegó en 2004 cuando un historiador británico se puso en contacto con ella: la había identificado como descendiente de Ricardo III, quien fue el último monarca de la dinastía Plantagenet que reinó en Inglaterra hasta 1485.
Poco se hubiera podido imaginar Joy que después de su muerte en 2008 iba a ser su hijo, Michael Ibsen, el que se vería inmerso en una extraordinaria historia de detectives.
Ocurrió en 2012 cuando unos restos humanos que se sospechaba podían ser de Ricardo III se encontraron debajo de una estacionamiento en Leicester, en el centro de Inglaterra.
Sospechas que se confirmaron gracias a una muestra de saliva de Ibsen que ayudó a identificar al difunto rey gracias a secuencias genéticas ocultas en su ADN, las cuales procedían de la línea de la realeza.
«No teníamos ni idea de que íbamos a formar parte del proceso de búsqueda de los restos de Ricardo III», dice Michael Ibsen. «No es una línea directa, porque nos remontamos a la línea femenina de su hermana, pero básicamente es un tío abuelo de hace 17 generaciones«.
A Ibsen, carpintero y fabricante de muebles de 66 años que vive en el norte de Londres, le pareció una coincidencia extraordinaria. Mientras contemplaba el esqueleto de su antepasado antes de la ceremonia para volver a ser inhumado en la catedral de Leicester en 2015, reflexionó sobre lo improbable de todo aquello.
«Lo único que me sorprendió fue la cantidad de gente que desciende de la familia de Ricardo III», dice. «Pero yo era uno de los pocos que tenía un ADN tangible en común con él. Eso lo convirtió en un momento mucho más impactante».
Somos familia
En los últimos años, una popular serie de la BBC, Who Do You Think You Are (¿Quién crees que eres?), ha visto cómo numerosos personajes públicos descubrían con asombro que tenían conexiones reales lejanas.
La supermodelo Cindy Crawford es descendiente lejana de Carlomagno, rey de los francos y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La actriz Brooke Shields se enteró de que descendía de la realeza francesa, mientras que las actrices Hilary Duff y Uma Thurman están emparentadas lejanamente con la familia real británica.
Ahora la pregunta es qué probabilidades hay que cualquiera de nosotros también tengamos algún parentesco con la realeza.
Y lo sorprendente de la respuesta es que es casi seguro. La única cuestión es cuánto hay que remontarse a lo largo de los siglos para encontrar ese vínculo.
Aunque pueda parecer evidente, es importante entender que el árbol genealógico crece exponencialmente cuanto más atrás se retrocede en el tiempo. En el transcurso de sólo cuatro generaciones, se pasa de dos padres a cuatro abuelos, ocho bisabuelos y 16 tatarabuelos, cifras que luego se amplían espectacularmente.
Por ejemplo, si nos remontamos 25 generaciones, y manteniendo la fórmula de doblar el número por cada generación, tendríamos más de 33 millones de antepasados.
Como el tamaño de la población era relativamente pequeño entonces -en el año 1200, la población mundial era de entre 360 y 450 millones-, la probabilidad de que este árbol genealógico ampliado incluya a miembros de la realeza es mucho mayor.
Según Graham Coop, catedrático de Evolución y Ecología de la Universidad de California en Davis, si se retrocede aún más en el tiempo, te encontrarías con un árbol genealógico tan extenso que estarías relacionado de alguna manera con casi todas las personas que han existido, siempre que hayan vivido lo suficiente como para dejar descendencia.
Reyes y albañiles
Como resultado, expertos como Coop han calculado que cualquier emperador o líder gobernante razonablemente fértil que viviera hace unos 1.000 años es probablemente el antepasado de una gran franja de la población actual.
Un ejemplo común es Carlomagno, que vivió entre 747 y 814, unió a la mayor parte de Europa bajo su dominio, se casó al menos diez veces y dejó 18 hijos. Aunque es difícil demostrarlo de forma concluyente, se ha sugerido que la mayor parte de la población europea actual debe descender de él.
Del mismo modo, la mayor parte de la población asiática puede descender del filósofo chino Confucio.
Debido a la influencia de las migraciones, las conquistas de invasores y la colonización en los últimos dos mil años, los modelos informáticos han llegado a hacer la predicción de que el antepasado común más reciente de todos los humanos del planeta vivos en la actualidad vivió en algún momento entre el 1400 a.C. -durante el reinado de la reina egipcia Nefertiti- y el 55 d.C.
«Creo que a la gente le cuesta entenderlo, porque piensa que conoce a sus antepasados y que son relativamente pocos», dice Coop. «Pero no te das cuenta de lo rápido que se expande el árbol genealógico a través de las generaciones, de modo que en realidad desciendes de casi todos los que han vivido y han dejado hijos. Y eso abarca desde albañiles hasta reyes y reinas».
Juntos, pero no revueltos
Descender vagamente de la realeza en un pasado lejano es muy distinto de tener un vínculo biológico tangible con un gobernante que vivió hace mucho tiempo.
Casos como el de Ibsen son extremadamente raros, porque sólo compartimos ADN con una pequeña fracción de nuestro árbol genealógico.
Según Shai Carmi, profesor de genética de poblaciones de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Hebrea, cada letra de nuestro código genético representa el ADN de nuestros padres, abuelos o incluso de aquellos que se remontan más atrás en el tiempo.
Pero más allá de nuestra sexta generación de antepasados, la cantidad de material genético que heredamos de quienes vivieron hace siglos es insignificante.
«Supongamos que retrocedemos 1.000 años. Es probable que para entonces todos los británicos, excluidos los emigrantes recientes, sean descendientes de algún modo de los reyes y reinas de la época», afirmó Carmi.
«Pero la probabilidad de que uno de nosotros sea portador de su ADN es extremadamente improbable. Ser pariente genealógico es muy distinto de compartir ADN», aclaró.
Para ilustrarlo en BBC Future, Coop hizo algunos cálculos sobre Eduardo I.
Tomando 30 años como una sola generación, 24 generaciones nos separan hoy del reinado del rey medieval. Esto significaría que hoy en día hay cientos de millones de posibles descendientes genealógicos en Reino Unido y en otras partes del mundo, pero sólo 5 de cada 10.000 de ellos, o el 0,05%, es probable que lleven algo de su ADN, según los cálculos de Coop.
¿Quiénes son esas personas? Según Graham Holton, investigador genealógico de la Universidad de Strathclyde que ha rastreado su propio árbol genealógico hasta Eduardo I, el ADN heredado tiende a producirse a través de lo que los genealogistas denominan «líneas masculinas o femeninas ininterrumpidas».
Materna y paterna
Un tipo concreto de material genético -el ADN mitocondrial, que se encuentra en las diminutas estructuras en forma de rombo del interior de las células que producen la energía necesaria para el funcionamiento del cuerpo- se transmite por línea materna. Lo heredas de tu madre, de su madre y así sucesivamente a lo largo de los siglos. Mientras que los hijos obtienen el ADN mitocondrial de sus madres, sólo las hijas pueden transmitirlo.
Fue el ADN mitocondrial de Ibsen el que se utilizó para identificar a Ricardo III: su madre formaba parte de una línea materna ininterrumpida que se extendía 700 años desde la hermana del monarca.
Del mismo modo, el cromosoma Y -que conduce al desarrollo reproductivo masculino- se transmite a través de líneas paternas ininterrumpidas.
«Esos dos tipos de ADN, el cromosoma Y y el ADN mitocondrial, se heredan prácticamente sin cambios, y eso puede ser así durante cientos o incluso miles de años», afirma Holton. «En mi caso, probablemente no he heredado ningún ADN de Eduardo I, porque la línea ancestral contiene una mezcla de eslabones masculinos y femeninos».
Dado que es más probable que el cromosoma Y se transmita de generación en generación si el hombre en cuestión y su descendencia masculina tienen muchos hijos, se ha especulado con la posibilidad de que algunas secuencias cromosómicas Y de notable prevalencia en poblaciones modernas procedan de reyes o emperadores especialmente prolíficos.
Una de estas secuencias, hallada en alrededor de 1,5 millones de hombres del norte de China y Mongolia, se atribuye al gobernante Giocangga, de la dinastía Qing, del siglo XVI, quien se cree que tuvo muchas esposas y amantes.
José Raúl Sandoval, genetista de la Universidad de San Martín de Porres (Lima), ha utilizado el ADN del cromosoma Y para vincular a algunas de las familias más pobres de Perú con la nobleza de la época del imperio inca, incluso con el último emperador inca.
«Esto nos ayuda a conectar con nuestra historia», explicó Sandoval. «Los incas no se extinguieron. Siguen vivos en muchas familias peruanas».
¿Herederos?
Lo más intrigante de todo es la especulación en torno a Genghis Khan, el famoso fundador del Imperio Mongol, que en un momento dado se extendió desde el Mar de Japón hasta Europa Oriental.
En 2003, un estudio genético identificó una única secuencia cromosómica Y que se remonta unos 1.000 años a la época de su reinado. Su prevalencia es tan extraordinaria que es portado por alrededor de 1 de cada 200 hombres en todo el mundo.
Aunque no hay forma de confirmar que proceda efectivamente de Khan, cuyo lugar de entierro sigue siendo desconocido, se cree que él y sus sucesores varones pudieron engendrar cientos o incluso miles de hijos violando a las mujeres de las tribus conquistadas a lo largo y ancho de su vasto imperio.
«No es improbable que su cromosoma Y alcanzara una frecuencia muy alta», afirma Coop. «Los genetistas han dicho que es plausible que esto se deba a Gengis Khan o a alguien relacionado con los mongoles. Pero no tenemos ni idea de cómo sería su ADN para demostrarlo».
Algunas empresas comerciales están intentando incluso utilizar la secuenciación del cromosoma Y para aprovechar el interés por una posible herencia real.
La empresa china de pruebas genéticas 23Mofang afirma que puede saber si uno es portador de ADN de antiguos emperadores chinos, sugiriendo que unos 25,3 millones de chinos están genéticamente vinculados al fundador de la dinastía Han, que gobernó hace 2.200 años, por ejemplo.
Sin embargo, Carmi pide cautela cuando se establecen vínculos de este tipo con personas que vivieron hace mucho tiempo.
«Cuando el antepasado que se está buscando vivió hace más de 2.000 años, es muy difícil demostrar la descendencia directa«, afirmó la profesora de la Universidad Hebrea.
«Por ejemplo, también se ha descubierto que entre los judíos con estatus sacerdotal hay un fuerte enriquecimiento de una determinada secuencia cromosómica Y, pero eso no implica que todos los portadores de esta secuencia desciendan de determinadas figuras bíblicas», aseguró.
Pero en lo que se refiere a cuánto tendría que remontarse una persona normal para encontrar un vínculo con la realeza, Holton sugiere que el marco temporal más temprano podría ser el siglo XVI, a menos que ya sea bien sabido dentro de la familia que existen conexiones nobiliarias.
«A menudo se busca lo que llamamos ‘antepasados de entrada’: miembros de una familia noble que posteriormente se casaron con alguien de clase inferior, por lo que su estatus se redujo con el tiempo. Pero si se encuentra a alguien así, tiende a ser el vínculo con la realeza, porque en la época medieval hubo muchos matrimonios mixtos entre familias reales y nobles en toda Europa».
En cuanto a Ibsen, su vida ha cambiado para siempre al saber que desciende de Ricardo III.
Pero eso no fue razón suficiente para ser invitado a la coronación del rey Carlos III o tener algún lazo afectivo por el nuevo monarca.
«Realmente no conecto con ello», dijo. «Los Windsor son una línea ancestral completamente diferente a la de Ricardo III. Son medio alemanes, así que no hay ningún vínculo», justificó.