Es difícil no estar de acuerdo con el obispo de la diócesis de Higüey, monseñor Jesús Castro Marte, cuando afirma que el país necesita más psiquiatras que generales, a propósito de la creciente ola de violencia que sacude al país, de lo cual es un ejemplo particularmente doloroso la muerte, a manos de un cabo de la Policía, de la joven arquitecta Leslie Rosado.
También hay que concederle razón cuando plantea que el tema de la seguridad ciudadana y la reforma policial no puede seguir postergándose en comisiones y mesas de diálogos, donde solo se recuerda su urgencia cuando sucede un acontecimiento trágico que consterna la sociedad. Precisamente lo que está ocurriendo ahora, cuando la opinión pública reclama, a una sola voz, que no se le siga dando largas.
A pesar de esa urgencia, del apremiante reclamo de una sociedad cansada de los desmanes de los miembros de la institución a la que ha confiado la protección de sus vidas y bienes, ese cambio profundo que se exige en la Policía no puede darse de un día para otro, pues aunque lo ideal sería, como quisiera mucha gente, desbaratarla por completo y hacer una nueva, la realidad se impone.
Eso quiere decir que los miembros del Grupo de Trabajo para la Transformación de la Policía seguirán reuniéndose y afinando sus propuestas, a las que habrá que sumar las que presentará el propio Gobierno al liderazgo nacional para su discusión y análisis durante el diálogo nacional por las reformas que promueve pero que apenas empieza.
Y eso implica, monseñor, que seguiremos sabrá Dios cuanto tiempo más con las comisiones y las mesas de diálogos, con las propuestas y los debates en los periódicos, con lo que se continuará postergando una reforma policial que arrastra décadas de retraso.