Janet Camilo se despachó a su gusto tratando de minimizar el impacto de la renuncia de un grupo de dirigentes disgustados con la alianza electoral pactada con los partidos Fuerza del Pueblo y de la Liberación Dominicana, entre los que se encuentran el exalcalde de Los Alcarrizos Yunior Santos y los veteranos de mil batallas Julio Maríñez y Fiquito Vásquez, pero no pudo evitar que los que conocen la historia del PRD y sus aportes a la construcción de la democracia dominicana se preguntaran hasta dónde llegará la degradación de esa organización política, en caída libre en el aprecio popular desde que el ingeniero Miguel Vargas Maldonado asumió el control de la franquicia con la intención de no volver a soltarla jamás.
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Tampoco pudo evitar, aunque aceptemos su versión de que esos dirigentes hace tiempo que abandonaron el PRD, que volvieran a escucharse las críticas a la forma unipersonal y autoritaria conque Vargas Maldonado dirige esa organización, a la que según los renunciantes ha convertido en una empresa de único dueño donde no consulta con nadie las decisiones que toma; precisamente lo que ocurrió, señalaron, con la alianza que anunció con la FUPU y el PLD de la que dicen haberse enterado por la prensa ya que los organismos de dirección son inoperantes.
Si la presidenta en funciones del PRD dice y repite convencida que en ese partido todo está bien, que no hay ninguna crisis y que todo lo que ocurrió es parte de una estrategia electoral del presidente Luis Abinader y el Gobierno no queda más remedio que creérselo.
Pero solo porque, a decir verdad, es muy poco probable que la renuncia de esos dirigentes vaya a mortificar o a quitarle el sueño a Vargas Maldonado, a quien desde que se enteró del hecho me lo imagino sonriente y despreocupado repitiéndose a sí mismo, como quien parafrasea la famosa frase que se atribuye a Luis XIV, rey de Francia: “El PRD soy yo”. ¿Alguien duda, a estas alturas, que tenga razón?