Los caminos que llevan a un autor al reconocimiento público pueden ser largos y escarpados, pero nunca imposibles, si están sustentados en la inteligencia cultivada, la disciplina y el trabajo tenaz y sistemático que conducen a la anhelada cima. Esta noche, ante la respetable audiencia que nos acompaña, la Fundación Corripio Incorporada y el Ministerio de Cultura entregan el Premio Nacional de Literatura 2025 a Efraim Castillo, una figura sobresaliente de la Generación del 60, una promoción de la que emergieron tantos talentos de primera que todos añoramos, como Marcio Veloz Maggiolo, René del Risco y Miguel Alfonseca, entre otros notables artífices de la palabra.
Efraim nació como creador en esa recordada generación. Es un escritor de indudable erudición y versatilidad que ha publicado algunos de los textos fundamentales del último medio siglo. Su elección como ganador este año era un reclamo colectivo a gritos desde hace tiempo y ha sido recibida con el beneplácito de la comunidad literaria del país.
Puede leer: El amor, Shakespeare, y la literatura dramática de todos los tiempos
Efraim Castillo viene a enriquecer con su presencia las filas del máximo galardón literario que se confiere en la República Dominicana cada año a una figura notable de las letras nacionales, algo que enorgullece a don José Luis Corripio Estrada, don Pepín, presidente de la Fundación Corripio, así como a su familia y sus asesores, no solo como generoso mecenas, por todo el alcance de su aporte en tantas áreas de la cultura, sino por el ejercicio de un liderazgo admirable, caracterizado por su sabiduría y su templanza, cual don Quijote de hoy, lidiando con los molinos de viento de nuestro medio literario y artístico, a menudo diezmado por la pequeñez y la incomprensión. Queremos reconocer por eso esta noche la responsable labor del jurado que otorga el galardón y su empeño para que el Premio Nacional de Literatura conserve el prestigio que alcanzó en sus mejores tiempos y que lo hace tan codiciado entre sus eternos aspirantes. Hace más de cuarenta años, a raíz del premio otorgado a la primera novela de Efraim en 1982, «Currículum (El síndrome de la visa)», quien les habla escribió un artículo sobre esa obra que, al releerlo para las palabras de esta noche, le pareció que aún conserva su validez. Allí decía, entre otras cosas: «Pocas veces en la novelística dominicana un autor había realizado un escrutinio tan exhaustivo de la vida del país durante las últimas tres décadas. […] «Currículum» es una novela en la que los dominicanos de hoy se reconocerán.»
Desde entonces, nuestro autor no ha hecho más que publicar y ascender con paso firme, concentrado en su obra y desentendido de las minucias y trifulcas cotidianas de nuestros literatos, con obras innovadoras y muy esperadas, en poesía, narrativa, teatro, crítica y ensayo, aparte de su intensa actividad como publicista, en la que es toda una autoridad, y sus puntuales artículos en el vespertino «El Nacional», algunos de ellos verdaderas piezas de antología, como la carta que le dedicó hace solo unas semanas al gran poeta sorprendido Franklin Mieses Burgos.
Antes de concluir, añadiré algo más, porque creo advertir cierto paralelismo en las motivaciones creadoras de dos escritores que son como antípodas. Por un lado, nuestro laureado Efraim Castillo, y por otro, la notable narradora norteamericana Katherine Anne Porter, ganadora del Premio Pulitzer por su novela «La nave del mal», también llevada al cine. Voy a citar lo que ella respondió en una entrevista, luego incluida en el conocido libro «El oficio de escritor»: «Decía usted -preguntaron- que nunca se propuso hacer una carrera de la literatura». Y ella respondió: «Yo nunca he hecho una carrera de nada, sabe usted, ni siquiera de la literatura. Empecé sin nada, excepto una especie de pasión, un deseo impulsor. No sé de dónde venía y no sé por qué… o por qué he sido tan obstinada en ese sentido que nada pudo desviarme». Eso pasa con Efraim Castillo, un auténtico apasionado de la literatura, que la ha convertido en la razón de ser de su vida. A fin de cuentas, la escritura creativa encierra un misterio que nunca podremos descifrar, aunque lo intentemos una y otra vez.