Ya es un lugar común decir que en este país hay suficientes leyes, que lo que falta es que los ciudadanos las cumplan y las autoridades las hagan respetar. Pero no se hace ninguna de las dos cosas, por lo que nos hemos acostumbrado a vivir como chivos sin ley; despreocupados y felices, y comportándonos como si el desorden que nos rodea nada tuviera que ver con nosotros, o fuera parte del orden natural de las cosas.
Que sea un gastado lugar común, sin embargo, no quiere decir que sea verdad, pues si bien es cierto que tenemos leyes para coger y dejar (sobre todo para dejar), no menos cierto es que muchas necesitan ser puestas al día, como es el caso del Código Penal.
En lo que se actualizan y modernizan las que dejaron de cumplir la función para la cual fueron concebidas nuestros legisladores continúan proponiendo nuevas leyes, algunas con las mejores de las intenciones, y definitivamente necesarias.
Pero cuando se piensa en su aplicación, se concluye que será muy difícil que las autoridades consigan hacerlas cumplir. Escribo del proyecto de ley que regula la venta y el consumo de bebidas alcohólicas, del senador Santiago Zorrilla, que prohibiría consumir alcohol en la vía pública, en vehículos y motocicletas, así como en parques y plazas, entre otras regulaciones.
Aunque esa ley se apruebe no se acabarán los famosos teteos, pues no me imagino a la Policía llevándose presos a todos los que sorprenda con un vaso de ron o de cerveza en la mano, si es que se atreve a interrumpir la fiesta, como tampoco me la imagino recogiendo a los que se beben sus traguitos en el Malecón y la avenida España.
No estoy diciendo que la ley es mala sino inaplicable, y la virulencia de las reacciones de rechazo a esas prohibiciones que se han producido en redes sociales y cherchas radiales me dan la razón.