Desde hace unas semanas se sabía, porque los números lo indicaban con matemática claridad, que vencido el plazo fatal del 31 de enero para empezar a exigir la presentación de la tarjeta de vacunación contra el covid-19 con el esquema de la tercera dosis iba a faltar demasiada gente por inocularse.
Y, efectivamente, así ocurrió: solo el 21% de la población meta tiene las tres dosis requeridas.
Ante ese panorama, las autoridades sanitarias no tuvieron mas remedio que acoger la solicitud del Colegio Médico Dominicano (CMD), las sociedades especializadas y sectores empresariales de que se concediera una prórroga a los remisos, que será hasta el próximo 23 de febrero.
No quedó muy claro, sin embargo, qué cosa harán distinta, que no han hecho hasta ahora, para conseguir que la gente que no se ha vacunado se motive y lo haga.
Estoy hablando de los que lo dejan todo para última hora, como quedó nuevamente evidenciado el pasado domingo en los abarrotados centros de vacunación de los grandes centros urbanos; pero también de los irresponsables y los inconscientes, sin dejar de incluir a los antivacunas, los que rechazan cualquier forma de inoculación, para los cuales esa prórroga es en la práctica una especie de premio a su indolencia, su individualismo y su falta de solidaridad para con sus semejantes, empezando por sus propias familias.
Por eso es necesario que una vez concluya el nuevo plazo para la presentación de la tarjeta de vacunación con las tres dosis se garantice que se exigirá con rigor y sin excepciones para permitir el ingreso a lugares públicos, centros de trabajo y diversión, y no solo las primeras semanas, como ha ocurrido hasta ahora.
Si ciudadanos y autoridades no hacemos este esfuerzo, si no ponemos de nuestra parte, nunca podremos superar la pandemia, sus efectos y secuelas, que todavía desconocemos hasta dónde llegarán ni durante cuánto tiempo más los estaremos padeciendo.