Punto de equilibrio: 2020

Punto de equilibrio: 2020

Daysi García.

Sin dudas que, cuando pensamos en este año, lo asociamos a múltiples ideas: Frustración, incertidumbre, enfermedad, muerte, dolor, inquietud, pérdidas, quiebras, sobregiros. Muy grises, la verdad. Al empezar la pandemia, nos enfrentamos como humanidad a una misma amenaza, respecto de la cual nadie aun llevaba una ventaja absoluta para superar. Es decir, en ningún país del mundo, ni al inicio ni en la presente etapa, pudo ni puede garantizarles la vida a todos sus ciudadanos, aún con las mayores riquezas de las que disponen sus arcas nacionales.

Recuerdo que, en la fase del confinamiento absoluto, todos nos sentimos unidos como sociedad o como comunidad, bajo la creencia de que, al sobrellevar juntos simultáneamente la naciente tragedia, seríamos mejores personas, más empáticas y solidarias. Como cuando un grupo de pasajeros en un avión están a punto de estrellarse y unen sus manos y corazones para sentirse acompañados en ese tenebroso camino a un incierto desenlace. La verdad, no resultó tan idílico el proceso, pues sabemos del alboroto que se armó en supermercados, bancos y farmacias. 

En cambio, hemos de agradecer el hecho de tener salud y todas las cosas que comportan servicios básicos y que aún no le son asegurados a todos los miembros de la humanidad. En este acostumbrado contexto de reflexión que llaman los finales de año, solemos cotejar en listas aquellas cosas que queremos conquistar en el año venidero. No obstante, nos rodean por millones los prójimos que no pueden dedicar tiempo ni esfuerzos para esta planificación. Y digo rodean, pues sabemos que no los tenemos dentro del círculo, sino en la periferia: En las afueras de las ciudades, al borde los ríos, debajo de los puentes y lugares sombríos.

Imagínate tú, si tienes que buscar el pan de cada día haciendo los cálculos solamente con los recursos generados para ese día. A veces para menos de uno y que te toque pasar hambre. Obviamente que estás en modo supervivencia y esa caballá de las metas, no tiene ningún sentido. De hecho, ya nadie puede estar seguro a cabalidad de la factibilidad de sus proyectos, dado que la emergencia sanitaria mundial condiciona el clima de negocios, el trasiego de mercancías, los insumos médicos, provisión de alimentos, entre otros.

Por consiguiente, aun tomando las previsiones de bioseguridad correspondientes, para abrazar esta covidianidad e incorporarla a nuestra realidad como algo constante hasta nuevo aviso, no hemos de caer en el error de pensar que podemos retomar nuestras vidas de antes, montándonos en la vorágine de ese tren ilusorio que se roba a toda velocidad los aspectos de la vida que de verdad importan: La familia, los amigos, la salud. 

¿Pero Daisy, cómo puedo yo apearme de ese tren, si necesito los chelitos de mi trabajo, a veces más intenso en lo prestado que en lo retribuido ($)? Pues no hablo de desmontarte, pues, evidentemente hemos de generar ingresos. Es sólo que no deberíamos nunca, aún en nombre de dar comodidades a nuestra familia, darles la espalda en el proceso. Al pan pan, y al vino vino. Respetando cada espacio podremos seguir hacia adelante en un ritmo sostenido que no se vea abruptamente colapsado, cuando ya nos hallamos perdido tantas y tantas cosas que no se recuperan con dinero.

Pensemos, además, que el escenario es aún menos halagüeño para aquellos hermanos que hemos redondeado unos cuantos párrafos más arriba. Pues no solo se les dificulta el acceso a insumos de bioseguridad de calidad, sino que, ¿Cómo pueden guardar distanciamiento social, si la regla que les ahoga es la del hacinamiento? Ahí necesariamente el llamado es a las autoridades gubernamentales en todas sus instancias, a que, conforme a nuestra Carta Magna, honren su obligación de satisfacer dichos servicios a todos para alcanzar la justicia social. No se trata de generar oportunidades (pues por definición estas implican exclusiones), sino de garantizar derechos. 

En lo que nos atiene de forma individual, hemos de honrar nuestros compromisos y responsabilidades sociales, lo cual va más allá de pagar nuestros impuestos, sino ejercer una ciudadanía responsable, que vela por el bienestar común, que converge con las causas de todos los segmentos sociales, les respeta y promueve. Este año pudo empezar como tragedia y puede terminar como lección. Muchos hemos perdido personas valiosas de nuestra familia y entorno. Por lo cual hemos de honrar este privilegio de estar vivos actuando con cautela todavía, aún en medio del frenesí de las fiestas, mientras convivamos con la pandemia. Hasta una próxima entrega.