Por Ignacio Santa María
¿Quién es realmente Vladímir Putin?
Alguien que comenzó alimentándose de ficción y ha terminado borracho de ella. Cuando era un niño, Putin empezó a conocer el mundo a través de novelas de espías, no a través de libros ni biografías, sino leyendo relatos de ficción. Se convirtió en un hombre en el KGB (los servicios secretos soviéticos). Nunca ha tenido una vida normal. Por ejemplo, tuvo dos ceremonias de boda: una en público y otra privada con sus compañeros del KGB. Es un hombre que nunca creyó en la democracia y, sin embargo, ascendió gracias a ella, ya que se hizo un nombre en política como «número dos» del alcalde de San Petersburgo. El derrumbe de la Unión Soviética fue para él un trauma, pero le empujó hacia arriba. No tiene ideología, pero sí tiene un relato en la cabeza que divide al mundo entre buenos y malos. Frustró los planes del revanchismo de la vieja guardia comunista y, sin embargo, con el tiempo, ha rebasado los proyectos imperialistas y extremistas de esa vieja guardia.
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«Zelenski no es un ucraniano excepcional, pero tiene coraje, una virtud que hace posible todas las demás»
¿Y quién es, para ti, Volodímir Zelenski, el único antagonista vivo y activo que tiene Putin?
Cuando Zelenski ganó las elecciones, pensé que había llegado a Ucrania la moda de la antipolítica: la gente se cansa de los políticos y elige a actores, cómicos, cantantes, futbolistas… Y, sin embargo, Zelenski ha sido el primer político de verdad que ha tenido Ucrania, porque ha establecido un contrato con el pueblo, que es algo que no ha existido nunca en Rusia. Su partido se llama «Servidor del pueblo», que puede sonar pomposo, pero es la realidad: es alguien que verdaderamente ha servido al pueblo. No es un ucraniano excepcional, pero tiene coraje, una virtud que hace posible todas las demás, como decía Aristóteles. Su gesto de quedarse en Kiev el día en que Rusia inició la invasión fue decisivo y el mensaje televisivo que difundió reconfortó a todos los ucranianos.
Rusia nunca ha conocido una democracia real y un sistema de libertades. ¿Esto es más achacable al propio pueblo o a sus dirigentes?
Es verdad que, por una parte, el pueblo ruso ha hecho una dejación de sus funciones que han aprovechado sus gobernantes. Pero no es menos cierto que, cuando cayó el régimen comunista, había una casta en los servicios de seguridad que tenían todo atado y bien atado. Suele pasar que primero se constituye una dictadura y esta crea su servicio secreto. En Rusia pasó al revés: el servicio secreto creó la dictadura de Putin. El KGB manejaba muchísima información práctica del mundo exterior y, en especial, del capitalismo. El poder en Rusia siempre tuvo más información y formación que la gente. Y es un círculo vicioso, porque si un país no es capaz de asentar las bases de un sistema democrático y de seguridad jurídica, incentiva que los gobernantes se aferren al poder. En un contexto en el que un cargo importante conlleva impunidad y riqueza, siempre habrá personas dispuestas a todo para lograr el poder y retenerlo. En Rusia, se defiende el poder como se defendería la vida. Y para perpetuarse en el poder, los gobernantes van destruyendo cada vez más el sistema de libertades y garantías.
«Si un país no es capaz de asentar las bases de un sistema democrático y de seguridad jurídica, incentiva que los gobernantes se aferren al poder»
En el libro también eres muy crítico con la indiferencia de Occidente respecto a Rusia y los territorios de la antigua URSS una vez que se desplomó el Estado soviético. ¿Crees que si, en aquel momento, EE.UU. y la UE hubiesen lanzado una especie de «Plan Marshall» para ayudar a una población que estaba sufriendo enormes carencias la historia habría sido diferente?
Por lo menos, deberían haberlo intentado. Creo que, por parte de algunas potencias occidentales, hubo cierta dosis de egoísmo y regodeo en las miserias del pueblo ruso. Y, además, Occidente tuvo una confianza desmedida en el capitalismo como factor de cambio. El libre mercado puede ser una condición necesaria pero no suficiente para la democracia. Thomas Friedman, columnista de The New York Times, enunció la Teoría de los arcos dorados, según la cual, dos países en los que se hubiese implantado McDonald’s nunca lucharían entre sí. Bueno, pues yo he visto una guerra entre dos países que tienen establecimientos de esa cadena. Nos encantan los pensamientos sencillos y cómodos. Sencillamente, no sucedió así: Rusia se ha vuelto capitalista pero la sociedad civil no ha tenido ninguna oportunidad. Creer en la eficacia de las sanciones es exactamente lo mismo: es pensar que el funcionamiento del mercado o el castigo al mismo van a resolver el problema.
«Occidente tuvo una confianza desmedida en el capitalismo como factor de cambio»
¿Cómo crees que puede acabar la guerra de Ucrania?
Ahora mismo estamos en plena encrucijada y no sabemos si la guerra puede acabar siendo para Rusia la «exitosa» represión de la Primavera de Praga en 1968 –unos hechos que despertaron admiración en un jovencísimo Putin– o la fatídica derrota en Afganistán veinte años después. De hecho, el plan inicial para Ucrania era reproducir la intervención en Checoslovaquia que supuso tomar el control del país en apenas tres días. Tal y como están ahora las cosas, no creo que vayamos a una guerra mundial con armas nucleares. Más bien, pienso que vamos hacia una guerra larga, de perfil medio, que va a implicar a más países, como Moldavia, Polonia o países bálticos, lo cual no quiere decir que se convierta en una guerra mundial.
Después de todo lo que ha pasado en estos últimos años, si los rusos pudieran expresarse libremente, ¿qué crees que dirían?
Es que no solo se trata de poder decir lo que quieran, sino que además es importante que haya opciones alternativas. A los rusos no se les ha dado alternativas. Por eso, en Rusia realmente no hay un culto al líder –no hay estatuas de Putin por las calles–, lo que sí hay es una cierta idea de que Putin es el mal menor porque no se sabe cómo lo harían otros. Ven que comete injusticias y errores, pero creen que es el único que sabe controlar el país. Es como si un pasajero de un avión empieza a ver irregularidades en pleno vuelo, pero no se le ocurre ocupar el sitio del piloto, porque piensa que el tripulante es el único que está capacitado para llevar el avión.
(TOMADO DE LA REVISTA DIGITAL ETHIC)