Max Weber explicó que poder es “la probabilidad” de que una orden dada, por ejemplo, por un gobernante, sea obedecida por sus subalternos. El poder de dar una orden es legítimo si está amparado en la ley, o mejor aún, en la aprobación de los ciudadanos, de ser posible, por expresión directa. Siempre serán los ciudadanos quienes deberán dar consentimiento para que las cosas se hagan.
No es el calibre del cañón o del fusil lo que da el poder, sino la creencia del ciudadano de que quien porta el arma tiene el derecho a utilizarla. En definitiva, es la creencia, aceptación y voluntad de los ciudadanos lo que define quien tiene o no tiene el poder. Thomas Hobbes explicó que cada ciudadano renuncia o transfiere su voluntad al Estado, a sus gobernantes. En las democracias, donde el poder está institucionalizado, legalizado, la ley establece cómo se manejan los problemas y cómo se solucionan. Pero las leyes son enunciados, a menudo defectuosos, injustos e ilegítimos; o incluso, están desfasadas respecto a la realidad y problemas actuales. En cuyos casos, los gobernantes tienen el derecho y deber de actuar en base al sentir general de la población. De hecho, los instrumentos de opinión pública, expresados en los medios informativos, en las encuestas, o incluso en referendos, son mecanismos para actualizar el estado de opinión de una población, lo cual varía en lapsos a veces breves.
En las democracias los gobernantes están en el deber de consultar periódicamente el sentir de sus ciudadanos; lo que equivale a actualizar sus poderes, es decir, la aprobación que el pueblo le otorga respecto a diferentes asuntos.
Existen problemas, como el del tránsito y el transporte, y otros que el gobierno sabe que el pueblo desespera por una solución. Los gobernantes cuentan con las instancias y cámaras legislativas para obtener disposiciones que legalizan y legitiman sus acciones.
En cualquier caso, los gobernantes tienen la obligación de saber sobre cuales asuntos existe un repudio, fastidio o temor, sobre los cuales hay un sentir generalizado de que no se espere más, que se actúe. Para eso es, precisamente que sirven, como insumo de las tomas de decisión de su mandato, las buenas ejecuciones acumuladas, el prestigio, la buena voluntad y la aprobación que se ha ganado un gobernante de parte de sus conciudadanos: para eso es que realmente sirven o vale la pena que sirvan.
Hay situaciones, además, en la vida de todo hombre y toda persona, en las que se requiere, ónticamente, auto definirse. Acaso el momento para el cual una persona nació, o el momento en el que todo lo que uno ha pretendió o ha podido ser tienen la oportunidad de definirse. Lo que hace a un verdadero líder, es darse cuenta cuándo las leyes, ni las instituciones, ni las opiniones pueden proveer una salida a determinados problemas; y que es impostergable su intervención responsable, que necesario innovar y diseñar soluciones diferentes. Ello, sin duda, conlleva costos y riesgos. Pero igualmente, grandes recompensas.