No es algo que a los santiagueros, tan orgullosos, les gustaría que les estrujen en la cara, pero los hecho son los hechos y lo que indican es que Santiago se ha convertido en centro de operaciones del crimen organizado, un fenómeno imposible de ignorar con el despliegue que en estos días le dan los medios, que resaltan el hecho de que en los últimos 18 meses las autoridades han desmantelado cuatro estructuras criminales dedicadas a la extorsión, el narcotráfico, el fraude y el lavado de activos.
La cantidad de dinero envuelta en esas operaciones se cuenta por cientos de millones de pesos, lo que incluye propiedades inmobiliarias y vehículos de alta gama, lo que al igual que la cantidad de personas detenidas (solo en la Operación Discovery fueron sometidas a la justicia 38 personas) permiten hacerse una idea de sus dimensiones y alcances. Y si hay algo que llama la atención luego del desmantelamiento de esas estructuras es la edad de los involucrados, que en su mayoría no pasan de los 35 años, un dato revelador que nos está enviando un mensaje que esta sociedad no debe ignorar ni subestimar si no quiere luego tener que arrepentirse de las consecuencias.
La situación debería preocupar, y no solo a los santiagueros, como debe preocuparnos igualmente a todos que esas organizaciones criminales tuvieran un denominador común: operaban con la complicidad de autoridades llamadas a perseguirlas, lo que explica que hayan podido crecer y consolidarse.
Y así es muy difícil, para no decir imposible, enfrentar al crimen organizado, que siempre encuentra la manera de reinventarse y aprovecharse de nuestras debilidades y falencias. A lo que hay que añadir el atractivo que representa para una juventud que quiere llegar demasiado pronto, sin quemar etapas, al éxito y la riqueza material que nuestras sociedades venden y promueven, de manera mentirosa y casi obscena, como epítome de la felicidad.