Mala señal. Médicos, enfermeras, laboratoristas y demás personal de salud han estado, desde el inicio de la pandemia, en la primera línea de batalla, un sacrificio por el que han pagado un alto precio y que nunca podremos agradecerles lo suficiente.
La quinta ola del covid-19 y la variante ómicron los han golpeado con particular dureza, pues solo en el hospital Juan Pablo Pina, de San Cristóbal, tienen 36 médicos en licencia según revelaciones del presidente del CMD, Senén Caba, quien llamó al Gobierno a tomar medidas enérgicas para contener los contagios y evitar un colapso sanitario.
Igual preocupación externó la Asociación Nacional de Enfermería (Asonaen), que reveló que casi 700 enfermeras se han contagiado con covid-19 y sus distintas variantes, y sus directivos esperan que la gran cantidad de contagios que se ha producido en los últimos días sea un llamado de alerta para que las autoridades tomen las acciones correspondientes.
Tanto las declaraciones del presidente del CMD como de las enfermeras se produjeron antes de que el Gobierno anunciara el inicio de las clases presenciales, desoyendo la petición de la ADP y las Sociedades de Infectología y Pediatría de posponer unas semanas el retorno a las escuelas.
Por eso mucha gente piensa que las autoridades ya tienen definida su estrategia, y que no piensan hacer concesiones ni escuchar consejos hasta que nos hayamos contagiado todos. Pero uno de los riesgos de apostar a la famosa inmunidad de rebaño es, precisamente, lo que tratan de advertirnos médicos, enfermeras y sociedades especializadas; que el sistema se vea desbordado por enfermarnos todos al mismo tiempo.
El Gobierno se la está jugando, y no es difícil entender su decisión de mantener abierta la economía. Pero hacerse el sordo ante esas advertencias no es buena señal, pues en estos momentos su principal preocupación debería ser, por encima de cualquier otra consideración, mantenernos sanos y a salvo.