Cuando hablamos de una mujer sabemos que hablamos de un ser biológico, racional y espiritual; un cuerpo, una mente y un espíritu que da vida a la materia. Está hecha de la misma sustancia que el hombre y ambos de la misma sustancia del universo: “ser conscientes de que los átomos de nuestro cuerpo alguna vez fueron parte de una estrella, inevitablemente nos hace reformular nuestro lugar en el universo y lo extraordinario de la naturaleza humana: no solo existimos en este universo, el universo también existe en nosotros” (Vigo, s.f.).
La ciencia ha demostrado que las estrellas están compuestas por carbono, oxigeno, nitrógeno, azufre, fósforo e hidrógeno y estos son los elementos que constituyen el 97% del cuerpo humano. Entonces a nivel de sustancia somos iguales, pero hay una parte de nuestro cuerpo que hace la diferencia: las mujeres tenemos ovarios, útero y canal del parto (cóncavo). Los hombres testículos, próstata y órgano sexual (convexo). La unión de estos dos seres es una acto hermoso y sagrado porque tiene en su seno la posibilidad de crear vida, de crear a la humanidad que puebla el planeta.
Veamos a la mujer, primero, desde la visión arquetípica, simbólica y mitológica. Deméter madre tierra, soberana de toda la naturaleza y protectora. Hacía madurar el trigo dorado, y al final del verano el pueblo le daba las gracias por la generosidad de la tierra. Ella gobernaba los ciclos ordenados de la naturaleza y la vida; presidía la gestación y el nacimiento de una nueva vida. Diosa matriarcal, imagen de poder dentro de la misma tierra. Había enseñado al hombre las artes de arar y el cultivo de la tierra, y a las mujeres las artes de moler el trigo y cocer el pan.
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A nivel interior, la imagen de Deméter refleja la imagen de la maternidad. Eso no quiere decir solamente el proceso físico de la gestación, el parto y la lactancia. Es también la experiencia íntima de la Gran Madre: el descubrimiento del cuerpo como algo valioso, precioso y sagrado; la experiencia del ser como parte de la naturaleza y arraigado en la vida natural (eco filosofía de la antigüedad). La gran madre dentro de nosotros tiene la paciencia de esperar hasta que el tiempo esté maduro para la acción. La imagen de Deméter está igualmente relacionada con la sensación interna de seguridad y protección en el presente. Ella es sabia. Su sabiduría es sabiduría de la naturaleza que entiende que todas las cosas avanzan por ciclos y maduran a su debido tiempo. Pero la vida cambia, y el poder instintivo de Deméter relacionado con lo terrenal propicia el nacimiento en todas sus facetas incluyendo la música, la poesía y el arte en general.
Por otro lado, Perséfone, su hija, mujer guardiana de los secretos del Hades, imagen del vínculo con ese misterioso mundo interior del subconsciente, mundo oculto, lleno de riquezas. Este mundo contiene nuestras potencialidades, así como las facetas más oscuras y primitivas de nuestra personalidad. Las semillas del cambio y las nuevas potencialidades aguardan en silencio en el vientre del mundo subterráneo antes de ser ofrecidas al cuidado de la madre tierra y sacadas a la luz en el mundo material. Imagen de ley que funciona en las profundidades del alma que gobierna la revelación desde una fuente invisible, y que se manifiesta a través de la sensación, la intuición y el mundo nocturno de los sueños. Mujer instintiva, todas sus potencialidades evolucionan y se desarrollan a través del mundo y sus circunstancias.
A seguidas, vamos a considerar a la mujer desde la realidad del siglo XXI. La sociedad carga el peso de una superestructura que no aparece en las imágenes que representan las pirámides de jerarquías sociales. Se trata de un enlace de poderes: un cuerpo social estratificado. Son los niveles superiores o elites que determinan el futuro del mundo con una fuerza económica y política arrasadora que tienden a mantenerse invisibilizados para el gran público. Son estructuras absolutistas con semblante de democracia por encima de las oligarquías, multinacionales, súper empresas tecnológicas y la burguesía comercial… El lenguaje es su instrumento más fuerte y efectivo. La palabra, el discurso manipulado con una intencionalidad clara dirigida al logro de sus fines y satisfacción de sus grupos de interés. Tal como explicó Michel Foucault, debemos tener claro que: “el poder es algo que opera a través del discurso, puesto que el discurso mismo es un elemento en un dispositivo estratégico de relaciones del poder” (1999, p. 59).
Se transmite y adquiere permanencia por un discurso multiplicado que incluye elementos que lo sostienen. Ellos planifican lo que el ser humano debe pensar y la manera en que debe actuar. Hoy en las redes sociales, en los espectáculos artísticos, el cine, en la ropa que se usa, en los eslóganes, en fin, el discurso lleva soterrado las grandes intenciones que se presentan como algo normal y positivo para el inocente que los recibe. El discurso incluye por supuesto a la mujer: se le quiere opuesta y enfrentada al hombre, el ying y el yang no como unidad sino como separatividad; cóncavo y convexo que no ajustan, luz y oscuridad ya no como día. Se desea que se encuentren en guerra. Y es que separados tienen menor fuerza, menor influencia, menor posibilidad de provocar o impulsar cambios.
Los macro problemas sociales (la pobreza, el hambre, la salud…) solo se podrán solucionar con el hombre y la mujer luchando juntos por el bien de la humanidad, por el bien común. La unión no evita que la mujer siga luchando por alcanzar sus metas. La búsqueda de la verdad respecto a qué nos mantiene separados es importante. Tenemos fe en una lucha común donde el hombre y la mujer trabajen juntos por un mejor mundo, pero una fe no privada de la razón. Reconocemos que la jerarquía social es un orden que determina las relaciones entre los géneros en los diferentes niveles: social, simbólico y de la interacción.
El ser humano busca probarse, ser aceptado y reconocido a nivel individual, económico, empresarial y político. Pero la mujer de este siglo quiere, necesita y lucha por alcanzar y ejercer el poder y a través de ello el dinero, las influencias, las posiciones que le permitirán romper el techo de cristal que no le permite ascender en el mundo laboral y salarial, por ello estudia en universidades. Históricamente la mujer ha estado excluida del conocimiento y aunque en algunas partes del mundo sigue siendo así, actualmente la mujer es objeto del conocimiento por decisión propia.
Según la Unesco: el índice de igualdad de género en la educación terciaria por región, 2000 – 2020 en América Latina es de 124 mujeres por cada 100 hombres. Y en el mundo 113 mujeres por cada 100 hombres. Pero, las mujeres recibieron 22% menor ingreso que los hombres. La institución mostró como causas: el trabajo a tiempo parcial, peores empleos, trabajos menos valorados, entre otros. Es obvio que, a largo plazo, si las cifras continúan con esa tendencia, habrá escasez de mano de obra masculina y las mujeres recibirán mayores ingresos que los hombres. La Organización Internacional del Trabajo informó que para 2019, 34% de los puestos directivos estaban en manos de mujeres; mientras en América del Norte 36 %.
Ser mujer en pleno siglo XXI más que un gran reto es un compromiso con su evolución y desarrollo: personal, familiar y social por un mundo mejor para todos, pero más que nada una lucha en pro de una sociedad justa donde todos los seres que la habitan sean tratados con dignidad.
Este escrito fue presentado en el panel: “Mujer, poder y conocimiento”
Día Internacional
de la Poesía. Dirección General del Libro y la Lectura
Ministerio de Cultura