¿Quién determina quien soy?

¿Quién determina quien soy?

José Miguel Gómez

Ahora si es verdad que somos pobres. Ya no tenemos identidad propia, ni social, ni cultural. La construcción de ¿Quién soy y quién quiero ser? que antes era una función de la familia, la escuela y la cultura, ahora para mal, la determinan los algoritmos y los perfiles construidos que les crean necesidades a las personas a través de su predisposición, sus gustos, hábitos, preferencias, prejuicios, simpatías políticas, etc., a través de las redes sociales.
La tendencia e influencia de las ideas conservadoras, de ultraderecha, xenofóbicas y racistas que han contaminado los procesos electorales y políticos, han sido visibilizadas y bien estudiadas por el señor Steven Bannon, quien fue asesor de Bolsonaro en Brasil. Pero, antes de estas influencias políticas para cambiar la preferencia del voto hacia personas “fuertes” que representan los milagros de las democracias débiles y de poca credibilidad. Antes, se había estudiado a través del neuromarketin, o sea, de la influencia que tienen los mensajes, las ideas, palabras, sonidos, colores; percibidos a través de los sentidos y fijados en el cerebro a través de las neuronas espejos, que reforzados como estímulos auto gratificantes, o de miedo, de prohibición, de advertencia a través de la publicidad, del Facebook, televisión, internet, terminan influyendo en el sistema de creencia, de comportamiento y de los resultados en las vidas de millones de personas en todo el mundo.
Estos procesos, décadas atrás había que lograrlos a base de comportamientos de grupos, de la educación, de la sociabilización con la familia, los amigos y los roles socio-culturales que ayudaban a la formación de los valores, del pensamiento, la conducta y de las normativas sociales. Ahora todo esto se descubre y se cambia o se influye a través de las tendencias que expresan las personas en las redes sociales, y desde allí se establecen las tendencias de preferencia en el que viven o desean vivir las personas.
Ahora con mucho dolor y mucha pena le construyen los estilos de vida que usted va a tener, la tendencia hasta la ropa de vestir, la comida y bebida que va a consumir; el vehículo que ha de comprar, los lugares donde viajar, los programas que prefieren ver en la televisión, YouTube o serie de Netflix.
Para que puedan imaginar el nivel de influencia que ejercen estos algoritmos de perfiles en las redes, también predisponen las influencias de los temas sobre los que van a hablar las personas y en sus pensamientos, para así configurar sus comportamientos y determinar sus resultados de vida. ¡¡Oh Dios!! Qué barbaridad.
Es un sistema robotizado, esquematizado y predecible que le quita la pasión, la creatividad, el esfuerzo, el pensamiento crítico, la comunicación, la colaboración y la capacidad para las personas elegir a través de sus propias experiencias,de quiénes son, qué desean hacer, cómo desean ser recordados o cómo quieren concluir sus vidas. Literalmente es una crisis de la identidad generalizada, de un mundo que ha perdido sus respuestas existenciales y lo ha dejado que lo regule el sistema financiero, el neuromarketin, el consumo, la pos-verdad, lo desechable, el relativismo ético y el miedo social como mecanismo de control social que se usó hace décadas.
El mercado no espera que las personas maduren, flexibilicen o determinen el consumo en orden de las necesidades o prioridades; sencillamente les crea las necesidades, los espacios y cómo gastan su dinero, su tiempo y su autoengaño para comprarle la infelicidad existencial.
Ahora les eligen quienes le gobiernan, el perfil del candidato que le va a gustar o el que más le conviene, o qué temas va a demandar la sociedad. La pena es que la sociedad no lo comprende, no sabe cómo defenderse ni cómo detener esas influencias. Para mal, no cuenta con las herramientas, en el peor de los casos los grupos sociales terminan dividiéndose, fragmentándose e individualizando la vida. Las familias y parejas están secuestradas, los hijos seducidos por las redes, la cultura de la prisa y el consumo, los adultos trabajan más, para sentir confort, conquistar el narcicismo y comprar los vacíos y las carencias; mientras tanto, unos demonios como Steven Bannon les controlan la existencia, y encima de eso, le llamamos “genios”. ¡Cuánta barbaridad! Mejor conócete a ti mismo.